Llegar a Santa Cruz de la Sierra y encontrarse con Samuel Alonso es, aunque no lo pueda parecer, una experiencia ciertamente agradable. Samuel es el buen autor de un buen libro:"El grito de la grulla" Yo lo descubrí en Almería y, la verdad es que, es bien interesante conocer al autor antes que a su obra. Su libro es uno de esos en el que los ojos ansiosos consideran torpe y lenta a la mano que pasa la página. Escucharle en el encuentro con escolares no es menos interesantes donde se puede ver que sus manos van dando vida a trozos de papel que se pliegan en la música de sus dedos de una manera totalmente sobria y con melodía independiente a la de su voz serena y algo tosca. Como muestra pincha aquí y podrás leer opiniones de personas que leyeron su libro y las respuestas de Samuel. Es un encanto.

A Silvia la conocí después y lo primero que ves en ella es una mirada viva que brota de unos ojos preciosos. Y luego la escuchas hablar y no es su voz jovial (que también), sino lo que cuenta, lo que dice, lo que habla. En fin, una pareja de éstas que son como un andrógino. En la que no sabes por dónde dividir porque ya no son dos sin dejar de ser cada uno. No sé si me explico, pero mira, uno vuelve medio enamorado de una pareja. ¿Os había pasado? A mí tampoco.

A partir de éste encuentro premeditado a mis espaldas, el viaje se plantea, cuanto menos, sorprendente e imprevisible, pero siempre intenso.

Santa Cruz es una enorme ciudad construida en anillos circuncéntricos que marcan el progreso y la estabilidad económica y, al mismo tiempo, marginan las calles por pavimentar y el alcantarillado de las aguas fecales. Ojalá éstas fueran las únicas diferencias. A pesar del caos circulatorio, donde la vida del peatón está más que subestimada, reina en su cotidiano una calma chicha y amable donde la gente sonríe ante un barbudo de semejantes dimensiones, por su barba y por su sombra.

El hotel, excesivamente lujoso a mi gusto, está ubicado prácticamente en el centro de la ciudad, a escasos metros de la trasera de la catedral, un edificio la mar de bonico hecho de ladrillo hecho a mano y el artesonado de su bóveda hecho de madera.

Vengo a contar en la Feria del libro, es la primera que se hace infantil y Juvenil. Vengo también a impartir un taller que queda reducido a seis horas de charlas en las que intento hablar de cosas interesantes, pero no siempre me sale. Libros, los míos, 34 títulos entre los que se hallan algunos de mis preferidos: el león que no sabía escribir, la isla, Donde viven los monstruos, Frederick...

De la feria hay que destacar la figura de Kathy, una mujer de mediana estatura que no para quieta. Quizá los nervios o la responsabilidad no la hayan dejado crecer más para su autodefensa, porque al ser más grande trataría de llevar más cosas a cabo. Con pocos recursos (no los de ella, desde luego), mucho criterio, más vista e inabarcables ganas, esta mujer está decidida a llevar la lectura a toda la gente, en especial a la chiquillería cruceña. En conversaciones entrecortadas, te vas haciendo una idea de todo lo que mueve y más lo que pretende. Y ahí anda, con tres soles, que son sus dos niñas y su niño y un montón de gente que trabaja, y digo trabaja, sin descanso para llevar a cabo toda la dinamización planteada en diversos mundos mágicos.

De la feria también habría que destacar sus Clowns (Javier y Alejandra (sin nariz)) y el pirata, y el marinero, y el brujo, y la Glenda, la contadora de historias de dentro de la ballena, y... Y un grupo de gente incansable con ganas de trabajar y sonreír y, la sonrisa de Laura (la flaca) y el del chico guapo del stand de la alianza francesa (donde tenían los tres bandidos, en francés), y las dos mozas de Petrobrás una empresa de éstas que con el nombre ya te viene el desarrollo sostenible a la mente, y...

La decoración, llevada a cabo por otro amor (Elena Revuelta, que fue un lujo encontrarla) destaca por una ballena, dentro de la cual se cuentan cuentos. Ahí cuento, ahí y debajo de un inmenso pulpo que corona la sala. Grupos de escolares van y vienen por los mundos mágicos de la feria donde, insisto, son recogidos por un grupo de animadores y animadoras que no pierden la sonrisa hacia el público en ningún momento y eso... es de un lujo de los grandes.

Contar aquí es fácil. La gente tiene ganas de escuchar historias, y eso es un placer. Lo mismo cuento para niños y niñas que para adultos, es un placer en ambos casos.

Y así me paso bastante tiempo. Viendo a la gente pasar, escuchando, contando y paseando por las casetas de la feria. Algunas deberían cerrarlas (opino), especialmente en las que predominan los libros de Disney. Presentan como novedad uno de horribles ilustraciones que nos habla de ese gran modelo universal: Barbie. "Tiene música"-me dice la dependienta mientras manipula el libro y le hace sonar una música acorde al gusto creador del "libro". Encima tiene música, suspiro.

En la feria de adultos está la caseta de la gente que consideró a bien traerme: AECI. Allí se estrena la primera biblioteca con servicio de préstamo de toda la ciudad. Sí. Yo también puse esa cara. Allí, María, una mujer efervescente obsesionada con la democratización de la cultura y la lectura, tarea ardua difícil ya que Marcial el bibliotecario, es uno de esos convencidos de que la mejor manera de conservar los libros es esconderlos de la gente, pero claro, eso es como querer que la gente aprenda a nadar haciéndoles escuchar el caer del agua. Para que la gente lea tienen que poder sumergirse en los libros, tienen que tocarlos, olerlos, encontrar alguno entreabierto, o salido de su lugar en la estantería, tienen que guardar tesoros pero con abrefácil... Pero claro, esto es sólo mi opinión.

En el edificio de la AECI, hay un montón de gente maja que saludo así, en grupo. Algo para recordar, eso sí, una cena que tuvimos en casa de Charo (una señora tan amable como la totalidad de su familia), donde pude compartir un par de historias con la gente con la que también compartí cena, vino y ponche. Una noche difícil en la que una personilla de esas que siempre te anima a vivir dejó de hacerlo en una curva. Aún así queda en la gente que la conocimos, el ánimo, la sonrisa y toda una Estela (como su nombre) de ganas. Besos a Ricardo y a Cris, desde aquí.

De Santa Cruz me llevo imágenes inolvidables, como la de las mujeres vestidas de colores y camisa blanca, con un bebé a la espalda; una especie de empanadillas rellenas de un guiso de carne, especias... y caldo; otras, las que más comía, rellenas de queso; los jugos naturales de cada esquina; el jugo de maracuyá (manjar que no podéis perder); mi incapacidad de nombrar la moneda correctamente y en vez de decir boliviano (lo he tenido que pensar para escribir) repetir con normalidad bolivariano (manifiesta influencia venezolana); el regateo con los taxistas donde un mismo trayecto podía variar entre los 8 y los 17 bs.; las llamadas de teléfono a casa para escuchar la voz de Ángeles y a mi Pau diciendo papá domingo, papá domingo (12000 kms. dan para echar mucho de menos); las casas; el toborochi, un árbol del que hablaré en breve; la cerveza paceña, pico plata envasada en botellas de 650 cl. (ni un litro, ni medio); disfrutando de la comida boliviano-japonesa con Silvia y Samuel; la pizzería Margueritta, donde ya sabían que mi pizza era de tres quesos con cebolla; los viajes en micro... Y tantas cosas que no me da la cabeza para contaros.

Sí hablar, sin duda, del tiempo dedicado por Samuel y Silvia, en especial una tarde en la que recorrimos el plan 3000 y llegué con los ojos más grandes que el alma. Un barrio por el que, simplemente paseando, se aprende... del mundo, de uno, y de la interacción de ambos.

Y hablar también de un privilegio: contar en la galería de arte el búho blanco. De Juan Bustillos Fui de manos de Darwin (Juan se disculpó y redisculpó sin necesidad por no poder asistir). Darwin, a pesar de su nombre, camina erguido y no tiene barba y es muy majo, es el ayudante de Juan. Me llevó a dar una vuelta por San Javier, que es donde está la galería-hogar inaugurada hace a penas un mes.

San Javier tiene un sabor especial, ya lo viereis en las fotos, si os apetece. La construcción es genial en un enclave físico mágico, rodeado de enormes piedras de contorno suave y corazón de granito. Un pueblo donde el tiempo pasa acariciando la tierra, y las casas, y despeinando el pelo de las personas que lo habitan. Entre ellas, niños y niñas que vinieron a escuchar las historias a la galería de arte. niños y niñas que escuchaban lo mismo con los ojos que con las orejas, y que abrieron sus manos tanto como sus ojos para poder disfrutar de los libros, de los álbumes de historias, de sus dibujos, de sus letras... Da un poco de rabia que la cocacola sólo distribuya refrescos. El día en el que la cocacola distribuya medicinas y libros... se acortarán tanto las distancias entre lo real y lo mínimamente lógico...

El viaje hasta Santa Cruz lo hice de noche y pude disfrutar de un cielo hermoso con mayúsculas, es decir HERMOSO. Sin ninguna luz en el cielo que no fuera la de las estrellas, sin reflejos, sin nubes anaranjadas, sin... sólo eso, estrellas disfrutando de una luna preciosa también. Todo lo que Francisco, mi astrónomo preferido, me ha pretendido enseñar en los meses que disfrutamos juntos de Leer las estrellas, no me sirvió de nada. Estábamos por debajo del ecuador, por lo que el cielo es distinto, como distinta es la manera de mirarlo, pero igual la sensación que provoca por dentro.

Las despedidas nunca fueron lo mío. Me dejé gente sin abrazar, gente sin saber su nombre, conversaciones por mantener, cervezas por beber... soy un desastre. Pero no pasa nada, vuelvo. Volveré en agosto al altiplano boliviano y, cómo no, bajaré a Santa Cruz, a dar un taller, un taller casi entero, con la gente de teatro y la de turismo y quien quiera apuntarse, y buscaré contar con Juan, y subir a San Julián, y visitar la universidad y beber cerveza y hablar y escuchar y vivir un poco más para volver, como he llegado, más grande.

Sólo me queda decir que gracias. Me he sentido muy bien estos días en aquella bella tierra. Gracias. Sin más. A todas las personas que conocí, pero, claro está, en especial a Samuel y Silvia, o Silvia y Samuel, que el orden en este caso no altera nada.

Besos.

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