SEGOVIA, seg. VIII Festival de la palabra de Segovia

Segovia.
¿El viaje? Contando molinos y alpacas de paja. La Mancha está preciosa, salpicada de cubos dorados que marcan perfecta, con sus sombras, la hora que el sol quiere.

Pegado a Madrid está Segovia, una ciudad a pie de sierra. Nunca había venido a contar por estas tierras. Vengo con ganas.

Segovia es una capital coqueta y sorprendente, donde la mayoría de sus habitantes se conocen "de vista" y, los que pasan más allá (al oído, al olfato, al tacto...) se despiden con un ¡Salud! de voz fuerte.

Una ciudad para pasearla y ver, a lo largo del día, cómo la luz juega con las piedras que levantan sus edificios.

En ella vive Ignacio Sanz, un caballero. Contador de historias, escritor, tertuliano, antropólogo y alfarero. Me encanta porque todas sus profesiones tienen un ritmo especial.

Me recibió en plena plaza mayor. Y me acompañó a comer a las Cuevas de San Esteban, en el interior de una bodega. Allí cenamos también, con Claudia, Jaime, Susana y un titiritero que se acercó a la hora de pagar. La comida y la cena muy buenas, mucho más por la compañía.

La sesión familiar era en el jardín botánico. Los jardines botánicos, en general, me atraen mucho como espacio para la palabra. Disfrutando de que Ignacio me acompañe, llegamos en un paseo. Allí había una treintena de niños, niñas más sus abuelos, abuelas, tíos, madres... y gente de buen vivir y mejor escuchar. La tele, entrevista a mí, a Ignacio y cuentos.

Los disfrutamos. Lo pasamos bien.

Paseo de nuevo y de vuelta, con una sorpresa: entre el público estaba Laura, una Donostiarra que conocí en un curso de cuentos hace dos años, que andaba allí, visitando a unos amigos. Y en pleno paseo otra: Ernesto Abad, un narrador tinerfeño.

Cerveza y pincho. El patio de la casa de Andrés Laguna es un espacio precioso. Tiene un pozo, pero ocupa lo mismo que una persona sentada; tiene una acústica impresionante y veinte minutos antes de la actuación ya casi no quedaban sitios libres. Brutal.

Subía al escenario tras la última de las diez campanadas que sirvieron para que la gente dejara de hablar.
Los cuentos salieron sólos, no hizo falta nada, sólo disfrutarlos dejándolos ir ante un público tan agradecido como respetuoso y más que cómodo para contar. Una sesión especial.

Salí encantado y emocionado. Acababa de descubrir otra "ciudad oreja": Segovia.

Otra ciudad de ésas únicas, en las que contar se convierte en un acto mágico en el que un grupo de personas desconocidas entre sí (en este caso 300), se dejan llevar en el plano emocional por la palabra de un aún más desconocido; y con él ríen, y se asustan, y se ponen tensas; 300 personas que pasan algo más de una hora escuchando, y disfrutando de hacerlo.

Yo disfruté más que nadie, lo tengo claro. Y por ello doy las muchas gracias a las personas que lo hicieron posible, y en especial, claro, a Ignacio.

Gracias y... ¡Salud!

Las fotos...

2 comentarios:

    On 11/7/07 17:53 uvasu dijo...

    Nos hiciste reir con tu manera tan personal de contar. Ojalá que volvamos a escucharte pronto. Claro que entonces te pediremos alguna otra historia nueva. Para seguir haciendo oreja.
    Que te vaya muy bien

     

    Pues yo encantadísimo de volver a Segovia. Y lo digo de verdad. Y, no te preocupes, que ya tendrá elegidas las historias para la siguiente vez... Yayerías. Gracias.

     

. . .