Contar en ELCHE

Octubre es un bar chiquitín, me dijo Mariano cuando me llamó para invitarme a contar allí. Bueno -pensé yo- no creo que haya problema. Más íntimo.

El sábado 24 era especial porque venían Álvaro y MªJosé de Majaelrayo (Guadalajara) a pasar el fin de semana a casa. Además, como Elche pilla al lado de casa, venía gente de cerca (física y emocionalmente). Conté Las cuatro esquinas.

Llegamos antes. Mucho antes para ver si podíamos cenar y así pillar sitio. Pero ya estaba lleno. Cenamos encantados y charlando en la barra donde personas y platos, llenos y vacíos, iban y venían, del baño las primeras, de la cocina los segundos. Aquí también hubo encuentro de personas y abrazos y charlas... Otro encuentro. A que me ilegalizan las sesiones...

En fin. Un cuarto de hora antes de la hora programada ¡ya había gente en la calle! porque dentro no cabían. Empezamos más tarde porque, como las piezas de un tetris, se fueron colocando las sillas y mesas para dejarme un espacio donde poder mover alegremente las cejas y un poquito las manos. Gente a mi derecha, delante, más cerca que los de delante, detrás de la barra, sentada en la barra, detrás de una columna, no los veo pero los siento, gente detrás de los de detrás, a mi izquierda y ¡al otro lado del gran ventanal! pero no son pocas (en la foto, si uno se fija, se aprecian).


¿Se oye? -les digo.
 No -me contestan con señas.
Y si no se oye ¿cómo sabe qué  les he preguntado? -me cuestiono en voz alta.

Las cuatro esquinas arranca ante un público cómodo para contar, expectante y denso. Parece que llega un momento en el que todos respiramos a la vez, y eso en un sitio tan pequeño como Octubre, puede vencer los tabiques por el efecto vacío.

Las tres historias se llevan más de 90 minutos compartidos en el que a veces se ha dejado ver riendo el puro delirio y en varios momentos, nos hemos asomado todos al borde de un abismo. Todos juntos. Esta sesión respira.

Cuando la sesión acaba, fuera se ha ido mucha gente, pero quedan más de quince. Dentro, tras la algarabía de aplausos y luces, las personas se van levantando y se llevan sus palabras de despedida, sus risas aún al verme, sus rostros alegres y vamos quedando menos.

Me despido de los dueños majos hasta el sentir y uno se va diciendo que sí, que es pequeño, pero intenso, tanto que dentro se hace más grande. De hecho, nunca me explicaré cómo éramos tantos ahí dentro. Un placer enorme, como el local cuando está lleno y se están contando cuentos.

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