A mi niño le saco euros de la oreja. Es un truco muy viejo que ya mi padre me hacía cuando era pequeño. Él me sacaba duros, claro.

Lo que han cambiado las cosas. De una tacada, a mi niño, le saco el equivalente a 33 duros. Se los saco cuando existe riesgo de aburrimiento, cuando él se acuerda o cuando a mí me ronda un euro huérfano por el bolsillo (cada vez menos, todo hay que decirlo). No es magia, insisto en dejarlo claro, no sea que ahora me vaya pidiendo la gente que le toque la oreja cuando me vean por la calle.

La última vez que lo hice fue hace dos semanas en la cola del Carrefour, por riesgo de aburrimiento y por encontrarme un euro huérfano en el bolsillo. La cola era interminable. A uno le da tiempo a casi todo: comenta, saca euros de las orejas, piensa, escucha y observa.
A mí me encanta observar. Ese día, andaba deleitándome cómo una joven elegía un melón de una caja de oferta. Los alzaba en perpendicular a su cuello estirado. Los miraba como a trasluz (¿?). Luego llamaba con sus nudillos como si fuera una puerta para inmediatamente poner la oreja. Digo yo que dentro esperaba encontrar dentro un duende controlador de calidad que le susurrara dulce, maduro, transgénico sin semillas, y que, al no encontrar respuesta, dejaba de nuevo en el montón de los melones huecos, sin alma. Me distrajo una pareja que discutía sobre los yogures que habían comprado descremados o azucarados. Descremados son más naturales, decía ella. De las tetas de una puta vaca mecánica decía él, un poco fuera de sí (espero). Me encantó lo de puta vaca mecánica, por su aliteración del fonema /k/. ¿Cuántas parejas se irán al traste en los hipermercados? ¿Y en el Ikea?

Esta mañana estuve de compras. Estuve de pie más de veinteminutos. No había cola. Solo una señora delante de mí. Andábamos los dos a lo mismo, a comprar los libros de texto. Mi niño estrena primaria con nueva maestra y, aún no, nueva mochila. Mi atención iba y venía desde la conversación de la señora con la dependienta, a las estanterías de la librería, pasando por mi interior, y vuelta.

La señora estaba abrumada, indignada diría yo (si hubiera tenido una tienda de campaña, la monta en la librería: fijo). Doscientos setenta y seis euros los libros de texto. Doscientos setenta y seis. Me ha mirado un par de veces repitiendo la cifra. Doscientos setenta y seis. Yo estaba tan aburrido que casi el saco un euro de la oreja.

De su discurso de veinte minutos me quedo dos frases cazadas en mi atención intermitente.

La primera:
¿Doscientos setenta y seis euros?  para que luego se pase el día jugando a la "pley esteison" esa. 

La segunda:
¿Diecisiete euros un diccionario de valenciano? ¿tan gordo? No lo compro, total no le van a enseñar ni la mitad de las palabras que hay. Resuello: esbufec -abriendo el libro al azar-. Ni sé lo que es una cosa, ni la otra, mira.

Al borde de que la librera sacara el hacha de incendios y tuviéramos un percance importante, la señora ha decidido marchar, sin comprar ningún libro, y diciendo qué barbaridad, qué caros...

Pues sí. Son tan caros como un euro y medio cada día lectivo. Casi tan caros como la play. Tan caros como dos carros como el que se llevó el de la puta vaca mecánica.

Y, llegando a mi coche he pensado que ojalá nunca nos falte el resuello para aprender tantas palabras como podamos y así, si alguien llama a nuestra cabeza como si fuera un melón, encuentre duendes dentro que sepan qué decir, y cómo (y mejor si puede ser en valenciano, castellano, inglés, euskara, chino o sefardí) y no nos deje en el cajón de las ofertas por no obtener respuesta.

Cada uno echa la mañana lo mejor que puede. Y le dejan.

Feliz fin de semana.

1 comentarios:

    Me encanta!...y lo de la vaca mecánica...anda! si tienen hijos y ella da lactancia materna...qué sera?...

     

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