Noche de reyes

 Tirorítirorí!                                                 ¡Tirorí, tirorí!
Senyor reija estic ací.                                 Señor rey ya estoy aquí
La palla i les garrofes                                      La paja y las algarrobas
per al seu rossí.                                             para su rocín.
I totes les coses bones,                                 Y todas las cosas buenas
per a mi                                                         para mí.

Así he recibido en los años de mi infancia a un paje negro como el tizón en la casa de una de mis tías en el pueblo donde nací pero no viví más que en épocas vacacionales. Había que cantarle esa retahíla y darle un beso que normalmente desteñía. Luego, recuerdo el alboroto de más de treinta personas y un canasto enorme lleno de regalos para todos con los nombres de primos y tíos. 

Uno, nervioso, no daba a basto entre la atención por si le nombraban otra vez y el desenvolver de aquellos paquetes.

La fiesta, la música y la ilusión. El encuentro, la comida (mucha comida) y el fuego siempre encendido.
Madre qué nervios. Eso lo recuerdo. No recuerdo, sin embargo, en qué momento ni quién me dijo cómo funcionaba todo. La fuerza con la que viví la ilusión de esta noche durante años, no solo le ha restado importancia hasta  borrarlo, sino que provoca que la ilusión siga. Y, por qué no decirlo, sigan también los nervios. 

No importa lo que venga, ni tan siquiera si viene. Importa lo que uno desee. Comienza una nueva primavera, por lo bajini y uno lo afronta siempre con alegría.

Llega la noche de la ilusión. Felices deseos y fuerzas para buscarlos y, ojalá, conseguirlos.

Ya se oye, ya.

Tirotí, tirorí...

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