La Biblioteca Pública de Zuera, a 25 kilómetros de Zaragoza, siempre queda cerca.

Ir a contar a Zuera es saber que te vas a encontrar con un público con ganas, con muchas ganas de escuchar, aunque, como no caben todos, se tengan que sentar en sillitas infantiles, o en el mismo suelo.

El pasado jueves y viernes anduve por los reinos de Chus Juste, su bibliotecaria, el motor de ese barco que con ilusión, esmero, innovación (más que reciclaje), trabajo, trabajo, trabajo, universalidad y buen humor, sea un lugar donde caben no todos, sino más.

El jueves conté (o contuve, ya no sé cómo es correcto) a las 18.00 para público familiar y pudimos disfrutar de cuentos con y sin libro, con y sin gesto, con y sin texto. Un rato majo. Luego, por la noche, FUEGO, ese espectáculo que a uno le hace hervir a veces de risa, a veces de emoción (me pasa a mí y me lo sé, así que...). Entre el público, gente conocida, unos como "escuchadores de cuentos", otros en sus libros, sus dibujos, en las inquietudes, las cervezas... Es increíble cómo este trabajo de viento ofrece la oportunidad de crear lazos entre las personas. Lazos de viento que sa menudo se materializan en abrazos con ganas. Lo pasé bien. Lo pasamos bien.




El viernes, narré (o quizá sea narruve) en un salón del antiguo casino republicano al alumnado de secundaria. Algunos ya me habían escuchado hacía dos cursos, pero esta vez pudimos hablar más de tú a tú y creo que pudimos sorprendernos por la historia de un primer beso que después de vericuetos y anécdotas llegó para quedarse. Pasamos un rato divertido, unido a la voz, al humor, a los ojos abiertos y a la emoción. Madre qué risas.

Después de cada una de las sesiones con 4º de ESO y 1º de Bachillerato, hubo una ronda de preguntas, sobre el oficio, sobre los orígenes de las historias, sobre el método de aprendizaje, el tiempo de preparación, sobre las razones por las que me dedico a esto. Preguntas de cocina que me pillaron sin delantal, pero para las que no me preocupó mancharme.


Pasuve (o quizá sea pasé) dos horas largas entregado al disfrute, para acabar con una entrevista para la emisora de la ser zufariense y comiendo con tres grandes. Chus, la enorme bibliotecaria, Elisa Arguilé, la grande de los lápices y Cristina Verbena, la grande de la voz. Una comida que tuvo la sinfonía de nuestras risas, porque fue un no parar, hablando de proyectos y también de la actualidad con sus perros, sus agujeros y sus sombreros.


Placer tras placer, vaya. Regalo tras regalo.

Ojalá sea pronto, respondía yo siempre a todo quien me dijo que volviera. 
Ojalá sea pronto, sí.

De camino a casa, paré en Santa Eulalia -ter-, donde la asociación de mujeres había organizado una cena con 83 damas que escucharon también entre risas y asombros mis historias. Un placer que sumaba.

En el viaje de vuelta vi caer cinco estrellas fugaces, una de ellas verde, delante de mis narices. 

En casa parecía que me hubiera traído el cierzo querido de la capital aragonesa, pero me dio igual estar despeinado.

Un hombre feliz, si despeinado, parece más feliz.

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