Perita: VESTIGLO


La V. Esta semana nuestra palabra empieza por la vigésima quinta letra de nuestro abecedario , es decir la V.

Y la palabra elegida para titular e ilustrar nuestro relato es VESTIGLO. ¿A qué te suena?

VESTIGLO - Félix Albo

Era del tamaño de dos veces un hombre. La cabeza la tenía de pantera y el cuerpo entero recubierto de pelo. Pelo humano. Largos mechones de pelo que brillaban como agua a la luz bailandera del fuego. Así lo vio en sus sueños por primera vez, a sus cuatro años.


Nunca lo tuvo claro, pero siempre supuso que fue una imagen creada a partir de una película del oeste en la que vio cómo un indio le cortaba el cuero cabelludo a un invasor vaquero.
Aquella noche fue la primera, pero el sueño le acompañó durante muchas más noches a lo largo de su infancia y de su vida. Tantas que, aún con siete u ocho años, le puso hasta nombre: Owlaq.

A veces tenía miedo al cerrar los ojos, sabiendo que él le estaría esperando junto al fuego con sus largos mechones y sus tres filas de dientes.

Sus sueños eran de lo más variopintos. Era frecuente que el gigante bailara. Un baile esperpéntico de aquella masa inmensa, con sus mechones de cabello de distintas tonalidades ondeándolos al viento de la noche. Solo un baile, un espantoso baile.
Otras, estaba sentado junto al fuego.
Había noches que incluso aquel gigante peludo le hacia un gesto, más que para saludarle, para dejar constancia de que sabía que estaba ahí.

Hubo una temporada en la que, a través de los sueños fue definiendo el personaje, argumentándolo. Soñaba, por ejemplo, cómo algún indio arrancaba la cabellera a la vecina del quinto, que gritaba mucho, para entregársela aún sangrante al gigante. O incluso era él mismo el que se la arrancaba a Alberto que lo llevaba amargado en el patio del colegio. Aún así, vengado y triunfante, se levantaba con cierto estupor. También alguna vez vio aquellos mechones con piel tendidos al sol sobre unas cañas, secándose. Y a un grupo de mujeres tejiendo el traje del gigante Owlaq que rara vez aparecía sin la cabeza de pantera.

Recuerda en especial una noche que antes de colocársela sobre la suya, le miró fijamente y le sonrió. No le gustó nada. De hecho, desde aquella vez, la mirada de Owlaq le mantenía sobrecogido la noche y buena parte del día.

Con lo de su de su madre, él imagina que debió escuchar algo en alguna conversación de esas que mantienen los adultos pensando que la chiquillería no se entera, el caso es que dos días antes de que sus padres le explicaran qué era aquella enfermedad que se había colado en el cuerpo de su madre por la que iba a perder el pelo, Owlaq lució un mechón del mismo tinte que el de ella. Lo llevó durante mucho mucho tiempo después de que su madre superara la enfermedad.

Luego fue él quien perdió el pelo, y en este caso, el gigante se volvió socarrón y mandaba a sus indios a rasurarle, o a cortarle en vivo el cuero cabelludo para despertarle sudoroso y sin pelo, con cuero, pero sin pelo.

Un noche, tuvo un sueño raro. Owlaq le estaba esperando, junto al fuego, como tantas otras. Vio con claridad cómo él mismo se acercaba al gigante. Le miró y se encontró no con la mirada amenazante de costumbre, sino con una mirada apaciguada, calma, incluso melancólica.
Sonrió por debajo de su boca de pantera y con su mano izquierda se arrancó un mechón de los largos que llevaba a la altura del abdomen. Se puso de pie y fue el propio gigante quien le colocó sobre la cabeza aquella melena. Supo que era su pelo, su propio pelo que sin extrañarle, quedó prendido de la piel de su cabeza y con normalidad bailaron los dos alrededor de aquel fuego.

A los dos días murió.
Calvo, claro. Con él murió también murió su sueño: el terrible gigante Owlaq.
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vestiglo.

(Del lat. besticŭlum).

1. m. Monstruo fantástico horrible.

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Todos, quién no, hemos conocido, soñado, temido a horribles monstruos. Algunos, lamentablemente, no tan fantásticos.

¿Cuál es el tuyo?

Feliz fin de semana desde la Isla de Tenerife.

Abrazos a capazos.

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