Retomamos el ritmo semanal de las peritas en este octubre abrasador.

Mil gracias por los correos pidiendo el retorno de las peritas. Eso siempre anima.

Ojalá las disfrutéis tanto como yo dándoles forma.

Esta semana BONHOMÍA, algo que merece la pena cultivar sobre todo en tiempos donde el hijoputismo anda libre y sin tapujos.

Feliz semana.
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bonhomía.

(Del fr. bonhomie).

1. f. Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento.

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BONHOMÍA - Félix Albo

Demencia -sentenció la psicóloga. Y así lo escribió en el expediente argumentando entre otros síntomas, desorden y pérdida de memoria.

Rodrigo Cedrillo, setenta y nueve años, ingresó como residente válido en el centro geriátrico hacía más de seis meses.
Apenas hablaba más allá de lo que le hacía una persona educada. Un buen hombre -decían los otros residentes.

Era frecuente verle en el pequeño balcón de su habitación compartida. Siempre con el armario abierto. En él guardaba con mimo ciento doce pequeños tarros de cristal. Los trajo en una caja el día de su ingreso, envueltos en burbujas de plástico.

Ciento doce tarros llenos de arena. Cada tarro contenía una distinta.
El color recorría desde un blanco limpio a un negro absoluto, pasando por una delicada escala de beiges, grises, amarillos, rojos, púrpuras.
El grosor de los granos en alguno era más que evidente y en otros totalmente invisible.

Procedían de lugares en los que estuvo. Desiertos, playas, volcanes, bosques y veredas de algún río. Ciudades, aldeas.

Se sentaba en su pequeño balcón, con alguno de aquellos tarros abierto entre sus manos.

Renunció a las actividades con el resto de residentes. A los paseos, a las excursiones. A las meriendas especiales y las celebraciones. Lo cambió todo por sus silenciosas estancias en el balcón, con la mirada sobre la copa de los árboles de la zona verde del geriátrico. Una zona verde sin niños, en menos verde.

Poco a poco renunció también a la comunicación, al habla.

Nunca perdió la memoria. Todo lo contrario; decidió anclarse en ella.
Lo que perdió fue el interés por el presente y cada arena le llevaba a un trozo nítido y concreto de su vida. Personas, canciones, aromas, deliciosos manjares o simplemente intensos instantes habitaban aquellos tarros de arena.

Y mientras el resto del mundo le veía en silencio, él en cada frasco guardaba su propia algarabía.
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