PÁRAMO
(Del latín paramus, voz de origen prerromano).
1. m. Terreno yermo, raso y desabrigado.
2. m. Lugar sumamente frío y desamparado.
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ILUSIÓN - félix albo.

A principios de mes fui a recoger a tres grandes amigos al aeropuerto. Era el último vuelo que llegaba desde Barcelona y tras la estampida inicial del pasaje que no había facturado equipaje comenzó a gotear con tranquilidad el resto de viajantes que venían en el mismo avión según iban recuperando sus maletas. 
De mi lado se fueron marchando las personas que esperaban hasta quedar cuatro. Un hombre con un folio en el que se podía leer un apellido extranjero, una muchacha aparentemente nerviosa, otro hombre vestido con una gabardina y yo.

Los dos primeros quedaban detrás de mí, por lo que, por discreción apenas pude prestarles atención. No así el tercero que estaba dos pasos por delante dándome la oportunidad de observar su barba perfectamente recortada y un cabello largo sin exceso, correctamente despeinado y limpio. Una chaqueta informal de lino dentro de la gabardina, que abrigaba un cuerpo vestido con una camisa color crudo de cuello mao y unos pantalones de lino también perfectamente planchados. Me pareció un hombre moderno, atractivo y, sin saber por qué, de éxito.

De repente se adelantó unos pasos más sobrepasando la línea roja que prohíbe hacer lo que él precisamente estaba haciendo. Al instante se abrieron las puertas automáticas dejando ver a una mujer escultural empujando un carro con tres maletas pequeñas de colores vivos, a la que le adelantaban tres niños de entre seis y once años que corrían hacia este hombre que ya se agachaba para recibirles un abrazo tan efusivo que le hizo caer al suelo amontonándose en gran algarabía de niños sobre él mientras les devolvía sus risas convertidas en besos. La imagen, mientras la mujer elegante y atractiva se acercaba sonriendo coqueta para besarle con lenta sensualidad, me pareció dotada de una inusitada perfección, digna de admiración y, por qué no admitirlo, envidiable. De repente caí en que detrás llegaba una mujer de mediana edad, morena de piel, con un abrigo recio empujando con fuerza un carro con cuatro maletas grandes y una mediana.

Venga niños, compórtense -dijo cuando el beso se detuvo-. Buenas noches Don Luís -se dirigió a él casi sin mirar.
Hola...-dudó él-. Recoge por favor la chaqueta del niño -señalando uno de los abrigos que tras el abrazo había quedado en el suelo.

Y mientras el hombre abrazaba sonriente con ternura a la mujer pletórica y en el mismo abrazo emparejaba a los niños para caminar felices del reencuentro hacia afuera del terminal, la señora de tez oscura recogía el abrigo apurada para no retrasarse.

Un viento me recorrió los adentros, un viento frío, mientras les seguía con la mirada hasta la puerta. Se desvaneció la aparente perfección, incluso la alegría de participar de un encuentro así, para quedar una sensación de rabia extraña, desazón y desamparo que no sabría explicar.

Solo el abrazo de los tres amigos a quienes había ido a buscar pudieron apaciguar la zozobra que un simple gesto de aquella escena había instalado en mí.

Contarlo, es seguir buscando el equilibrio, evitar el mareo para poder seguir remando en este océano social que cada día provoca resacas y mareas más agresivas.
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Hay personas que me preguntan de dónde saco las historias. Yo les contesto que en ocasiones la vida, el cotidiano, la observación de cada instante te las susurra, otras te las sugiere, pero hay algunas en las que parece regalártelas así, desnudas, abruptas sin más.

Hay situaciones que te dejan con mal sabor de boca, te desconciertan, te arrebatan la capacidad de reacción. Como tirar la basura en un contenedor en el que alguien anda hurgando, como atropellar inevitablemente a una ardilla, o sentir cómo se te rompe el hilo que te conecta a tu cometa. Somos humanos y apenas somos capaces de explorar la equidad moral ni desde la razón ni desde la emoción. Pero si no sembramos flores, plantas o árboles milenarios, corremos el peligro de que todo esto: nuestra vida, nuestro entorno y también nuestros sueños, futuro y esperanzas, queden convertidos en un desolador y estéril páramo.

Sembremos pues. Huertos, bosques enteros o macetas, aunque sea en botellas de plástico.
Sembremos pues en esa germinación nos va todo lo poco que nos queda.

Feliz vida.
Feliz semana.

Abrazos a capazos.


2 comentarios:

    On 5/2/14 21:32 Unknown dijo...

    Gracias por confirmar que no soy la única que se siente fuera de lugar en nuestra sociedad frente a situaciones como la que has relatado. En esos momentos me siento extraña porque mucha gente se ha acostumbrado y creen que la rara soy yo, creando una doble desazón

     

    Yo creo que hay situaciones a las que, si te acostumbras, es porque nunca estuviste convencido de lo contrario.
    Gracias por comentar. Gracias por poseer y cultivar ese tipo de rareza.

     

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