URENTE
(Del lat. urens, -entis, part. act. de urêre 'quemar, abrasar')
1.- adj. Que escuece, ardiente, abrasador.
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PAOLA.- Félix Albo
Fue al volver de Guatemala cuando se empezó a dar cuenta. 
¿Te pasa algo? -le insistió su madre- Es que como llevas esas gafas tan oscuras.

Y sí, era cierto, desde bien pequeña siempre había llevado gafas de colores vivos: rojos, verdes, azules, alguna morada, incluso un par de ellas amarillas. Y entre esos colores seguía alternando las cuatro o cinco lentes que tenía en casa. Y todo el mundo la veía alegre con sus gafas vistosas y atrevidas. A aquel viaje, al de Guatemala, se había llevado unas verde prado y otras azul océano, pero unas las perdió una noche de bares y las segundas las traía rotas en la maleta, así que allá se compró esas de pasta gris mate.

Pero, ¿estás bien? -le preguntó una prima. Sin embargo, la gente dejó de preocuparse cuando volvió a rotar sobre su mirada sus gafas de colores vivos. 

A su pareja nada le importó que ella llevara las de su color favorito el día que la dejó. De hecho, cuando sus ojos tormentaron la calma, el proyecto, la confianza rota, se las quitó para mirarle sin trabas, borroso, por última vez.

Y, ¿por qué no pruebas a quitarte esas gafas y ponerte las de colores? -le dijo una amiga un par de semanas después hablando del quiebro- seguro que ves las cosas de otra manera. 

Ahí se cercioró. Aquel día llevaba las negras, por pura casualidad. Y fue con aquella amiga cuando se dio cuenta de que no era ella la que cambiaba la forma de mirar, sino las personas que depositaban en sus gafas su forma de sentir, su estado íntimo y emocional. Y lo comprobó. Con las verdes, las personas con las que se cruzaba le sonreían más que con las azules, con las que parecía que quien se detenía a hablar con ella lo hacía como con más intensidad. Con las rojas, los hombres la miraban directamente a los ojos, más hombres, más directamente. Con las amarillas, sin embargo, sus dos sobrinos tenían más ganas de jugar. Ella era la misma, siempre con ganas de hablar, de sonreír, de jugar, de mirar y, a veces, de pasar más desapercibida, con sus gafas guatemaltecas. Ella siempre era la misma, pero la gente no.

Eso sí, en el entierro de su padre, al tormentarle sus ojos de nuevo, volvió a quitárselas, para dibujar una emoción clara, nítida, limpia y también urente, ante la imagen borrosa que desdibujaba aquel tan querido cadáver.

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Si tienes alguna palabra extraña, confusa, perdida o querida que recoja la rae, y quieres que juegue a buscarle una historia, no lo dudes, escribe a peritas@felixalbo.com

Mi equipo de neuronas creativas tratará de buscarle un universo a esa palabra. Es probable que no lo consiga, es cierto, pero ellas, mis neuronas que a parte de pensar (y no demasiado) son sensibles, te lo agradecerán.
Y yo también.

Felix semana.

Abrazos a capazos.

Félix Albo

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