#lunesdeperita: YERTO


YERTO, YERTA

1.- adj. Tieso, rígido o áspero.
2.- adj. Se dice del viviente que se ha quedado rígido por el frío o del cadáver u otra cosa en que se produce el mismo efecto.
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PAJARILLO YERTO.- Félix Albo

Pasar un domingo con alguno de los compromisos laborales de su padre era siempre un rollo: lavar el coche el sábado, vestirse el domingo de domingo, peinarse como para boda, la charla de sé simpático, sé educado, no comas todo lo que te ofrezcan, no hagas ruido comiendo, pide permiso para todo, no te muevas en las sillas, no toques nada... Y luego el viaje, el viaje con la discusión entre sus padres aromada por el olor al kilo y medio de laca de su madre mezclado con la colonia y el after shave de su padre. Insoportable.

Esta vez el compromiso vivía en una casa aislada, rodeada de un jardín gigante con tres árboles imponentes. La mansión, tan lujosa y limpia que parecía no vivir nadie, requirió más de tres cuartos de hora para  su visita; como un museo, sala por sala, guiados por el matrimonio acartonado de maquillaje y risas tan sonoras como falsas.
- ¿Puedo ir al jardín?
- Claro, dulce -con sonrisa estirada dijo la mujer de pendientes arracimados-. Corre, detrás de la casa verás una sorpresa.
- ¡No te manches! -no pudo evitar decir su madre mientras echaba a correr.

Y sí. Detrás de la casa encontró la gran sorpresa; una enorme pajarera. La más grande, no de entre las que había visto, sino de entre las que hubiera podido imaginar. Tres veces su altura y quizá necesitaría doce brazos como los suyos para rodearla. Dentro, más de doscientos pajarillos revoloteaban nerviosos respetando el espacio que delimitaban los barrotes.
La inmensidad, el revuelo y el continuo piar de las avecillas embelesaron al chaval. Miraba con los ojos grandes. Miraba tratando de contarlos, tratando de diferenciar sus plumajes, sus picos amarillos, negros, anaranjados o tremendamente rojos, sus patas sonrosadas, oscuras... Tratando de calmarlos.
-Soy vuestro amigo -les susurraba-, shhhhht, tranquilos que soy vuestro amigo.
Pero parecían no oírle o por lo menos no entenderle.

- Hay un pájaro muerto, hay un pájaro muerto en el suelo- interrumpió alborotado la conversación, gintonic en mano, de los adultos.
- Cariño, hay tantos que uno menos da igual, no te preocupes -le dijo la mujer de labios pesados de carmín.
- Pero, ¿cómo que da igual?, ¿de qué ha muerto? ¿por qué? ¿y el resto? Lo están viendo ahí, muerto.

Las risas le hicieron arder el rostro mientras volvía a su jaula. Se separó de ella solo durante la comida en la que mantuvo un silencio indignado. Terminado el postre, pidió permiso y volvió a sentarse en la base de la armadura de hierro. Siguió susurrando toda la tarde. Los pajarillos estaban ya mucho más calmados. En el suelo de la pajarera, yerto, el cadáver seco con pluma muerta de uno de ellos.

- ¡Luisín!, ¡Luisín, cariño! Ven a despedirte, que nos vamos -dijo su madre conteniendo la elevación de la voz.

La mejilla para recibir un beso acartonado, la mano muerta para recibir un apretón desmedido como broma que nunca entendió, y un gracias forzado acompañado de otro me lo he pasado muy bien.

Luego, abrió la ventanilla para sentir que el aire le acariciaba la sonrisa mientras el coche tomaba velocidad ya en la carretera. Tras el vehículo cuatro pajarillos de pico encarnado batían sus alas desplegándolas como nunca y en uno de los tres árboles imponentes del caserón, un enjambre de plumas revoloteaba entre sus ramas.

Dentro del voladero con la puerta abierta, yacía el cuerpo de la avecilla yerta, enterrado en un agujero socavado con las manos; tapado por un puñado de tierra negra coronado por una crucecita hecha con dos palos y un alambrito verde oxidado.

Aquí yace -susurró Luisín en la breve, sentida, solemne y secreta ceremonia- el sueño de una libertad que nunca disfrutó.
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La justicia, la solidaridad, la amistad, la sorpresa, la vida, la muerte, el sentido común, la lealtad, la nobleza, la entrega, la pasión, el entusiasmo, la confianza, la libertad y el amor. Es sorprendente el ejercicio de estos grandes valores por parte de algunas infancias sin ningún tipo de reparo. Con total altruismo y gratuidad.

El argumentario, la palabrería, la lógica y las leyes del mundo adulto quedan relegadas al absurdo más exquisito y sordo ante concretos actos que niños y niñas anónimas realizan sin buscar nada más allá, ni siquiera el beneficio que el propio valor pudiera imprimir.

Tenemos tanto que aprender de nuestra niñez; tenemos que escuchar tanto; jugar tanto; reír tanto; querer tan sin miedo...

¿Qué era aquello que no querías ser de los adultos de tu niñez? Y, ¿has conseguido no serlo?

Feliz semana.

Abrazos a capazos.




2 comentarios:

    Lo que no me gustaba de los adultos en mi niñez es que muy pocos me concedian el tiempo que yo necesitaba para que me escucharan y dieran respuestas a mis preguntas. Cada uno tenemos nuestro propio tiempo para entender y además somos únicos. Tenemos que ver a los niños de forma individual cada uno con sus necesidades, personalidas y requerimientos y concederles el tiempo.

     

    Lo que no me gustaba de los adultos en mi niñez es que muy pocos me concedian el tiempo que yo necesitaba para que me escucharan y dieran respuestas a mis preguntas. Cada uno tenemos nuestro propio tiempo para entender y además somos únicos. Tenemos que ver a los niños de forma individual cada uno con sus necesidades, personalidas y requerimientos y concederles el tiempo.

     

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