de mi casa a Iniesta y vuelta 495 kms.
Iniesta es un pueblo que cada vez me resulta más agradable visitar, más agradable incluso que la primera vez que lo hice, que ya me sorprendió.

La foto no es de Iniesta, pero es de un pueblo cercano llamado Ledaña. La cuelgo porque me sorprende gratamente, que en el balcón del Ayuntamiento, estén colgadas unas pizarras con toda la información de interés para la ciudadanía. Así, sin formato digital, ni paneles luminosos, ni bluetooth ni nada de todo eso. Así, despacico y con buena letra se deberían hacer todas las cosas que convienen a un grupo, despacico y de cerca.

Regreso a Iniesta para seguir contando a su chavalería. Mª Carmen, la bibliotecaria está de baja porque ya ha tenido a su chiquilla, preciosa según cuentan, con unos mofletes sonrosados y densos. En su lugar, ahora está Almudena, que ya estaba antes pero ahora anda dirigiendo este barco que navega por este mar complicado de las bibliotecas y la gente, donde no sólo tienen que soplar los profesionales, ni la gente, sino l@s polític@s, los presupuestos, las editoriales... Lo que pasa es que estos vientos no se ven tan importantes como los de la Copa América de Valencia, pero vamos, son muchísimo más, porque aquí navegamos todos y si no soplamos, pues nos quedamos a la deriva.

Pero no es el caso. En Iniesta ya se me va conociendo por la calle. Todo contribuye a ello: los carteles con mi foto con los que Mª Carmen empapeló la casa de cultura y otros lugares, las sesiones que hice el mes pasado... E imagino que algo también mi aspecto peculiar de barbudo guapo.

Tengo dos grupos esta mañana. De primaria son todos y al primero se le oye venir desde calles atrás. Se pelean por sentarse en las primeras filas, costumbre y deseo que se pierde en secundaria. Saco cuentos del bolso y allá vamos. Tienen muchas ganas de que les cuente. Sobre todo las historias que empiezo y no acabo. Eso les da mucha rabia, pero a mí me encanta que se queden con esas ganas de saber, de mirar... creo que les atrae sobre el libro, hacia la lectura.
El segundo grupo es igual de majo, un poco menos ruidoso y un pelín impaciente. Lo pasamos bien de igual manera. Al final, un par de niñas me preguntan por más títulos y hablamos de lo que ellas leen (que, por suerte, conozco).

Como con personillas que no son de Iniesta, pero son igual de majas. Un intérprete de lenguaje de signos, una educadora infantil, una trabajadora social, una subalterna, una logopeda y una maestra. No como con todas, pero luego sí coincido antes de marchar. Siempre empiezo y acabo riendo con ellas.
Por la tarde hago una actividad que me apetecía mucho desde que Mª Carmen me la propuso: El club de lectura. La actividad en sí me atrae, pero lo mejor es el grupo. La mayoría asistieron al curso de narración que di aquí hace un par de meses y, ya entonces, me enamoraron. Son una gente con muchísimas ganas que se junta para leer y comentar lo que leen, pero de esas lecturas a lo cotidiano hay nada. Las conversaciones se hilan del libro a la vida, de la vida al recuerdo y de nuevo al libro.

Hoy leemos a Galeano, un autor que a mí, personalmente, me apasiona. Hago una selección de doce textos de "El libro de los abrazos". Textos que lo mismo te dibujan una sonrisa, que te encojen el alma. Textos, muchos, con una portada política pero un trasfondo de defensa de la vida, de la igualdad, del sueño y el convencimiento de que otro mundo es posible.

Disfrutamos de Galeano, de Los mellados y del comienzo de un álbum que me gusta muchísimo: El león que no sabía escribir, de Lóguez. Leemos el comienzo y nos llevamos trabajo para casa: escribir la carta de amor a la leona.
Abrazos a capazos.

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