de mi casa a Millares, y vuelta 412 kms.
Esta sesión es una de esas que ya es sorprendente de entrada.
Además, la parte de Valencia donde está ubicado Millares es una zona que conozco poco, a pesar de tenerla tan cerca. Y la verdad es que posee una belleza inesperada. El pueblo está enclavado en un espacio sorprendente. Y el lugar al que voy lo es también más. Se trata de el local social de una asociación. Una asociación creada en el primer cuarto del siglo pasado y que, con algún altibajo, permanece viva aún con los mismos objetivos: hacer actividades para el pueblo. En esta ocasión han empezado por las personillas más pequeñas.

El viaje es especial porque lo comparto con Ángeles y Pau. Paramos a comer en Moixent, que queda siempre a la derecha, camino de Valencia, con su torre parte del esbozo ruinoso de un castillo en la sierra y su iglesia de torre blanca. Un arroz valenciano la mar de bueno en un bar justo al lado de un río (que lleva agua). Después pasamos por Anna viendo su lago, por pueblecillos hasta Chella (donde está una fábrica donde bañan frutos secos en chocolate CasaPons y fue un disfrute visitarla por dentro) y de allí para arriba, o por lo menos da esa sensación, pasando por unos cortados de terreno rojo, cerca de una casa con molino que queda en un valle con río, con agua, y a partir de ahí cuestecitas y curvitas y una carretera tan larga como tranquila donde el paisaje es distinto de una ventanilla a la otra. Un paisaje que te hace llegar a un valle impensable con los ojos bien abiertos. Allí abajo de ese valle, te encuentras a Millares así.
Un pueblo en cuesta hacia arriba. Vienen a recibirnos. Pau nunca había estado en un pueblo con tanta cuesta y las disfruta, a su manera. Se deja poseer por el espíritu de una croqueta revolcándose en cada charco y rulando cuesta para abajo. El espacio es bastante amplio y tiene un escenario pero que no utilizaré. Colocamos las sillas y en breve, comienza en el ambiente como a cocerse algo. Niños y niñas van ocupando sus sillas.

La sesión empieza ante un público con ganas y con ojos muy abiertos. La palabra se apodera de local con facilidad, incluso más allá, porque atrapa a la gente de la puerta y a la que entra a por tabaco o a ver qué... Y al final, el local lleno.
Y acabamos despertando a una abuela que no quería hacerlo porque sabía que con el beso de su nieto se rompía el sueño y se acaba la sesión. Al salir, varias cabezas hacían de tortugas sonrientes.

Me enseñan el local de arriba, donde proyectan películas, talleres, celebran cenas, meriendas, tienen una biblioteca, y ganas, muchas ganas. Y a mí me encanta la gente con ganas.

Regresamos por otro sitio, también bonito. Su madre va contando las peripecias de Pau mientras la noche cae y él se duerme. Un día especial, de principio a fin.

Felices sueños y gracias.

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