Miércoles, viernes y sábado. Esos fueron los días en los que anduve contando por los madriles en las bibliotecas municipales. Ya estuve hace un par de meses y quedé muy contento.

La semana pasada regresé. La primera sesión la hice en la Biblioteca Municipal de Canillejas. Hubo un pequeño problema de coordinación y no se avisó a los usuarios, así que éramos cinco chavales, una madre y el personal de la biblioteca. Pero lo pasamos bien. Me senté, con la maleta abierta y de allí y de las estanterías de álbumes iban saliendo los cuentos. Al final, acabé con mi versión del cuento de las manos, una historia de mediomiedo pero que crea una tensión especial en toda aquella persona que la escucha. Madrid me recibió lloviendo y así me despidió la noche, viendo cómo las gotas echaban carreras de convocatoria en el cristal de la ventana del hotel.

El viernes tenía una sesión de adultos. Esta vez fue en la Biblioteca de Fuencarral. La biblioteca posee una arquitectura curiosa y caprichosa. En el salón de actos había una exposición de pintura realista donde paisajes de montañas del mundo parecían verdaderas fotos. A la sesión acudieron pocos de público, también. Vaya año llevo -pensé. A mí no me sabe mal contar a poca gente, pero he de reconocer que el ambiente no es el mismo. La gente tarda más en exteriorizar sus emociones. La risa sale más entrecortada y a veces se contiene. En este caso éramos dieciocho personicas, bueno diecinueve si me cuento como persona, pero las historias fluyeron sin esfuerzo y fueron muy bien acogidas por el público presente. Algunas iban de la risa a la sorpresa. Fue genial contar una selección aleatoria de historias adaptándolas a la situación. Lo pasé bien y creo que el público también.

El sábado fue la tercera y última, en la Biblioteca de Villaverde. Allí me esperaba, casi sin saberlo, Magda Lavarga, pero se fue enseguida, que contaba en otra biblioteca. También vino Lorena, de Volvoretas, con su sobrina calma y dulce Aitana y Carolina Noriega, una amiga de la que hablaré en el siguiente post. Bueno y un montón de gente más. La sesión Cuentos de maleta salió redonda, con varios cuentos, alguno que no se esperaban, mezclando mis libros con los del fondo de la biblioteca. Los niños y niñas, participando casi tanto como las personas adultas, que no bajaban la guardia a ver qué pillaban entre las palabras y gestos que salían de mi boca y manos. Lo pasamos bien. Seguro.

La verdad es que las tres bibliotecas son totalmente distintas arquitectónicamente. El público que las utiliza y disfruta también es distinto al estar ubicadas en barrios dispares. Pero todas tienen una cosa en común que ya me llamó la atención en mi anterior visita y es la atención de su personal. Es un lujo trabajar con gente que valora y mima tu trabajo. Un lujo de los grandes y eso siempre hay que agradecerlo.

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