Perita: DESJARRETAR


Resulta que hace cosa de casi un mes, recibo la notica de que un Museo de Madrid, dependiente del Ministerio de Cultura, con la colaboración de un portal de narradores orales han convocado un concurso. Es un certámen de patrimonio oral. Me interesa, pensé. Además, estando el ministerio por medio...

Normalmente ando pendiente de todo aquello relacionado con mi profesión. El nombre que le han puesto, además, es bien bonito.

Leo con atención el mensaje y las bases, sobre todo las bases. 

El objetivo, según rezan estas, es impilicar a la ciudadanía potenciando la comunicación y participación de niños y adultos y para ello convocan un Certámen de cuentacuentos.

Las bases conitnúan dando pautas de cómo, quién, y con qué puede participar. Son muy amplias dando total libertad a utilizar vestuario, utillaje, instrumentos musicales o "cualquier otro tipo de objetos para su puesta en escena". Establecen dos categorías: público infantil y público general. Pero es al llegar al apartado de los premios cuando se me hacen grandes los ojos.

Copio y pego obviando solo los datos identificativos de los colaboradores:

El premio establecido para cada categoría es la contratación profesional remunerada por parte del Museo (en cuestión) para realizar la escenificación del cuento galardonado durante el año 2012 y un curso intensivo de aproximadamente un mes de duración en (una escuela de escritores), que podrá cursarse bien de forma presencial en Madrid, o bien a través de internet.

Y he pensado que es una idea genial. Y me pongo a imaginar, ya sabéis, que podrían organizarse certámenes de maestros, con bases abiertas respecto a las técnicas y especialidades, para conseguir un tan buscado, necesitado y anhelado trabajo, aunque no se especifique de cuánto es la remuneración ni la duración del contrato, si lo hay, porque quizá haya que darse de alta de autónomo, o a lo mejor, por facilitar las cosas, con conseguir el cif de una asociación sin ánimo de lucro, sirve para hacer la factura correspondiente.

Y también se podría extrapolar a otros ámbitos. ¿Os imagináis un certámen de albañiles? ¿o de bomberos? ¿Y de políticos? ¿qué me decís de un certámen de políticos? quizá nos fuera estupendamente con un jurado concreto que determine la calidad de lo ofrecido y le den a los ganadores un contrato profesional y remunerado.  

Yo me lo pienso, mira, pero mientras voy a seguir trabajando para ofrecer seriedad en mi oficio con esfuerzo continuo y empeño para perseguir conseguir como resultado espectáculos de narración oral de la mayor calidad posible. Porque este es mi oficio, mi trabajo y mi profesión.

Aunque a veces me sienta desjarretar, sinceramente.

desjarretar.

1. tr. Cortar las piernas por el jarrete.

2. tr. coloq. Debilitar y dejar sin fuerzas a alguien.

Por cierto, ¿a qué altura quedará el jarrete? Calla, calla, que queda más abajo.

Feliz semana.

Perita: AMBAGES

El avión que me llevó por penúltima vez a Bolivia se retrasó durante tres días que sobrellevé yendo y viniendo con todo el pasaje en autobuses entre el aeropuerto, el Meliá de Guadalajara y el hotel Auditorium de Madrid. 

Tras tres días de forzosa convivencia, éramos como una gran familia capaces de guardar, con paciencia y humor, el turno en una cola durante horas.

El día del ansiado embarque y, tras tres horas en cola de "ya embarcamos; ahora mismo embarcamos", una desconocida pareja con una niña de trenzas rubias (y el resto del pelo también) se adelantó sin titubeos ni miradas hasta el primer puesto.

Ante los abucheos, el varón se giró y estirando el cuello con voz rotunda dijo: Somos de primera.

El silencio provocado por sus palabras, fue aprovechado por otro pasajero, uno de los muchos en la cola, para aclarar sin ambages: No, ustedes no son de primera. Viajan en primera.

Aún me alegra recordar las risas. Las risas de los de turista, claro, que, como las penas, siempre son más y más sinceras.


ambages.

(Del pl. lat. ambāges).

1. m. pl. Rodeos de palabras o circunloquios. Se lo dijo sin ambages.

2. m. pl. p. us. Rodeos o caminos intrincados, como los de un laberinto.



Feliz semana. Feliz otoño sin ambages (siempre en plural, mira tú).

Abrazos a capazos.

Félix Albo.

La gira en prensa

Me llegan las alertas del google y me avisan de estos dos artículos, bonicos. Uno en el Información, de Alicante y el otro en Diversia, una agenda cultural canaria. Todo un lujo, claro.


http://felixalbomedios.blogspot.com/2011/09/el-alicantino-felix-abo-estrena-en.html

http://felixalbomedios.blogspot.com/2011/09/estreno-de-las-cuatro-esquinas-de-felix.html

Buen fin de semana...


Sí. Ese de la pancarta soy yo y Las cuatro esquinas, uno de mis espectáculos para adultos.

Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro guardia civiles que me la guardan.

Las cuatro esquinas es el primer espectáculo que concebí para grandes escenarios y tuvo su primera oportunidad en el Teatro Cervantes de Alcalá. Funcionó. A lo grande.

Ahora, tras un trabajo de meses, la estrenamos renovada y optimizada para el gran formato:  los escenarios de los teatros.

Por suerte no estoy solo. Por más suerte, estoy con Unahoramenos, la productora canaria que me acompaña en esta aventura y con la que, de momento, voy a recorrer los escenarios de las siete islas grandes del archipiélago canario. Todo un regalo que, siendo en esta época además, es un privilegio.

Como también lo es dejarme en manos de Severiano García, el director artístico, que junto a Mario Vega y viviendo (en sus palabras) una experiencia divertida (doy fe), liberadora (también) y refrescante (es un modo de hablar), hemos dado un cambio a esta sesión haciéndola más grande, adaptándola al nuevo espacio, desarrollando y aprovechando los nuevos recursos y potenciando los míos (que son pocos pero les tengo cariño).

Nuevos lenguajes, nuevas normas, nuevas posibilidades, nuevos retos, nuevos conceptos, nuevas ilusiones... 

Todo esto no puede sino llenarme de ganas e ilusiones que son el mejor motor para mi trabajo.

El trabajo con cuatro ojos más me permite mirar los resultados, analizarlos, estudiarlos y mejorarlos desde prismas a los que trabajando solo nunca podría llegar.

Hacer una sesión de fotos durante toda una mañana, probar distintos vestuarios y volverlos a probar, grabar tomas de video durante más de cuatro horas para un spot de veinte segundos, trabajar a partir de un texto provocado por mis imágenes, sumar a mi consciencia la de dos expertos más para limpiar, darle precisión a la gestualidad, los movimientos, los silencios... Todas estas, resultan experiencias nuevas para mí, divertidísimas y a veces también, agotadoras. Pero ante todo excitantes. Esa excitación que te da lo nuevo, la excitación del que descubre, del recién enamorado, del que llega con ganas de llegar aunque se tenga que estirar todo él y ponerse de requetepuntillas y por eso llega.

Un regalo. Insisto. Y un privilegio. Insisto.

Las cuatro esquinas contiene dos de las historias que más implicación emocional propia poseen, pero en los 95 minutos de duración se desarrollan tres.

La primera, se llama igual que el espectáculo y es el alegato de una infancia de juego, risas, palabras, preguntas, amores y amistad. Como debe ser la infancia. Delirante, surrealista, humana, ácida, mordaz y crítica sin freno. La historia, además, posee un final inesperado y abismal. Las cuatro esquinas (historia) se desenvuelve en los ojos de un niño que tiene todos los recreos por delante, dos amigos, un amor y un inmenso mundo interior.

La segunda, Abrazo, es un suspiro, una voz interior, un instante intenso, como deben ser los instantes entre las personas que se quieren, con ese amor que sobrevuela sin dificultad por encima de todo.

La tercera es la que en su proceso de creación, más mordiscos me ha dado. La casa del mal aliento es una historia sincera, con un humor que desborda lo imaginado; compuesta, como un muro pro sus piedras piedras, de situaciones exageradas sin acercarse nada a lo difícil de creer, alejadas de la vida de cualquiera y sin embargo extrañamente familiares, con el hilo de un humor descarnado y disparatado sin límites hasta acercarse al borde mismo de un silencio que casi, casi, se puede tocar. Un silencio de esos que abren brecha; una brecha que aún, de manera absurda, no se ha cerrado.

Las tres juntas conforman un espectáculo de peso, cautivador, embriagador y encantador, con el encanto único que otorga el buen uso de la palabra dicha, la palabra sin artificios, la palabra libre y desnuda con la que doy vida a todos y cada uno de mis espectáculos. Con humor y ternura, con realidad y fábula, con emociones dispares, que emocionan por dentro dejando agujetas en las barrigas si las hay y en las comisuras que siempre se fuerzan.

El martes veinte comienza el último sprint de este viaje alucinante que emprendo junto a gente grande, dispuesto a aprender con el esfuerzo y entrega que requiere el aprendizaje y mi trabajo, y cómo no, dispuesto a disfrutar enlazando ese puente entre los dos grandes mares.

El jueves 29 me subiré al escenario del Teatro Guinguada y allí estaré hasta el domingo. Pero queda El Hierro, Lanzarote, Fuerteventura, La Palma, Tenerife, La Gomera y algún municipio más de la primera.

Ya os voy contando cómo le va a un mediterráneo como yo, navegando entre las islas bellas del bello Atlántico.

Mientras, en esta semana desperitada por el trastorno, los nervios y las prisas, os dejo con el spot publicitario de Las cuatro esquinas y un camión de abrazos.


A mi niño le saco euros de la oreja. Es un truco muy viejo que ya mi padre me hacía cuando era pequeño. Él me sacaba duros, claro.

Lo que han cambiado las cosas. De una tacada, a mi niño, le saco el equivalente a 33 duros. Se los saco cuando existe riesgo de aburrimiento, cuando él se acuerda o cuando a mí me ronda un euro huérfano por el bolsillo (cada vez menos, todo hay que decirlo). No es magia, insisto en dejarlo claro, no sea que ahora me vaya pidiendo la gente que le toque la oreja cuando me vean por la calle.

La última vez que lo hice fue hace dos semanas en la cola del Carrefour, por riesgo de aburrimiento y por encontrarme un euro huérfano en el bolsillo. La cola era interminable. A uno le da tiempo a casi todo: comenta, saca euros de las orejas, piensa, escucha y observa.
A mí me encanta observar. Ese día, andaba deleitándome cómo una joven elegía un melón de una caja de oferta. Los alzaba en perpendicular a su cuello estirado. Los miraba como a trasluz (¿?). Luego llamaba con sus nudillos como si fuera una puerta para inmediatamente poner la oreja. Digo yo que dentro esperaba encontrar dentro un duende controlador de calidad que le susurrara dulce, maduro, transgénico sin semillas, y que, al no encontrar respuesta, dejaba de nuevo en el montón de los melones huecos, sin alma. Me distrajo una pareja que discutía sobre los yogures que habían comprado descremados o azucarados. Descremados son más naturales, decía ella. De las tetas de una puta vaca mecánica decía él, un poco fuera de sí (espero). Me encantó lo de puta vaca mecánica, por su aliteración del fonema /k/. ¿Cuántas parejas se irán al traste en los hipermercados? ¿Y en el Ikea?

Esta mañana estuve de compras. Estuve de pie más de veinteminutos. No había cola. Solo una señora delante de mí. Andábamos los dos a lo mismo, a comprar los libros de texto. Mi niño estrena primaria con nueva maestra y, aún no, nueva mochila. Mi atención iba y venía desde la conversación de la señora con la dependienta, a las estanterías de la librería, pasando por mi interior, y vuelta.

La señora estaba abrumada, indignada diría yo (si hubiera tenido una tienda de campaña, la monta en la librería: fijo). Doscientos setenta y seis euros los libros de texto. Doscientos setenta y seis. Me ha mirado un par de veces repitiendo la cifra. Doscientos setenta y seis. Yo estaba tan aburrido que casi el saco un euro de la oreja.

De su discurso de veinte minutos me quedo dos frases cazadas en mi atención intermitente.

La primera:
¿Doscientos setenta y seis euros?  para que luego se pase el día jugando a la "pley esteison" esa. 

La segunda:
¿Diecisiete euros un diccionario de valenciano? ¿tan gordo? No lo compro, total no le van a enseñar ni la mitad de las palabras que hay. Resuello: esbufec -abriendo el libro al azar-. Ni sé lo que es una cosa, ni la otra, mira.

Al borde de que la librera sacara el hacha de incendios y tuviéramos un percance importante, la señora ha decidido marchar, sin comprar ningún libro, y diciendo qué barbaridad, qué caros...

Pues sí. Son tan caros como un euro y medio cada día lectivo. Casi tan caros como la play. Tan caros como dos carros como el que se llevó el de la puta vaca mecánica.

Y, llegando a mi coche he pensado que ojalá nunca nos falte el resuello para aprender tantas palabras como podamos y así, si alguien llama a nuestra cabeza como si fuera un melón, encuentre duendes dentro que sepan qué decir, y cómo (y mejor si puede ser en valenciano, castellano, inglés, euskara, chino o sefardí) y no nos deje en el cajón de las ofertas por no obtener respuesta.

Cada uno echa la mañana lo mejor que puede. Y le dejan.

Feliz fin de semana.

Grande este Millás hablando sobre los recortes de Esperanza Aguirre en la Educación. Qué curioso que alguien que se llame Esperanza, sea propulsora de un futuro tan estéril.


JUAN JOSÉ MILLÁS

Profesores

JUAN JOSÉ MILLÁS 09/09/2011
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Lo lógico es que el cojo sea partidario de las muletas, el miope de las gafas y el dispéptico del Almax. ¿Quién no intenta mitigar sus carencias? Solo el ignorante contumaz se revuelca feliz en su pocilga. Si no logra disfrutar de Shakespeare, lo borra de la historia de la literatura. Si no ha podido con el Quijote, lo califica de coñazo insufrible. Si no comprende la filosofía, la tacha de entretenimiento inútil para vagos. Millán Astray, uno de los burros más notables y peligrosos de la historia de España, sacaba la pistola cuando escuchaba la palabra cultura. Nos recuerda un poco a Procusto, el célebre personaje de la mitología griega que cortaba o estiraba las piernas de los huéspedes que no se adaptaban a la longitud de su cama. El uno estaba convencido de que la medida canónica de todos los cuerpos era la de su lecho; el otro no soportaba que hubiera alguien con más conocimientos de los que poseía él.

      La noticia en otros webs

      Viene esto a cuento de la carta que Esperanza Aguirre ha dirigido a los profesores de la enseñanza pública de la Comunidad de Madrid. Plagada de faltas de ortografía, les anuncia en ella los recortes que ha decidido aplicar a la educación. La cama de Procusto. Si yo no sé colocar los acentos, que nadie de mi entorno sepa hacerlo. Es probable que Aguirre no haya escrito esa carta, quizá ni siquiera la leyó antes de darle curso (así están las cosas), pero seguro que fue revisada por la Consejería responsable de enseñar a escribir a los madrileños. No pasa nada, tenemos también un responsable de transportes que desconocía la existencia del Metrobús. Cuando saltó el escándalo, Aguirre resistió la tentación de eliminar ese billete a fin de adaptar la realidad al tamaño de su consejero, pero en lo de la ignorancia contumaz parece dispuesta a sacar la pistola. Dice que hacen falta más policías que profesores.


      escrito por Alberto Sebastián
      ilustrado por Carles Arbat
      editado por Kalandraka en el 2002 (1ª ed.)

      comentado por Félix Albo

      El capitán Calabrote es un clásico de los nuevos clásicos. Diez años lleva este cuento rondando por las cabeceras de las camas de muchos niños, ya adolescentes; diez años sonando por voz de muchos narradores en las Bibliotecas Públicas, diez años en las escuelas, y Calabrote no se cansa de enterrar y desenterrar tesoros y sueños.

      Un capitán pirata jubilado, retirado en una isla desierta donde se dedica a cultivar una huerta, asar pescado, enterrar y desenterrar su tesoro para elaborar un minucioso plano y regurgitar el sabor que le ha ido dejando la vida. 

      Un día, recibe inesperadamente la visita de otro pirata, de aspecto terrible. por cierto. El capitán llevaba solo y con ganas de hablar con alguien mucho tiempo pero... es que ese pirata. Ante el desconcierto sigiloso de Calabrote, el recién llegado carga un cofre, se introduce en el bosque y lo entierra, volviendo sobre sus pasos anotando datos en un cuaderno, hasta llegar a la playa, con la intención aparente de quedarse.

      El capitán, esa noche no pudo dormir. El corazón bombeó con fuerzas generando uan gran marejada en su interior y... hasta aquí puedo contar. Podría seguir un poco, pero... prefiero dejar aquí este cuento, que merece la pena tocarlo, entretenerse en el ritmo que aportan las ilustraciones y que ningún video de internet nos va a, ni siquiera, insinuar (aunque sea con música bonita). Merece la pena ahogarse en su despilfarro de color que inunda cada página en las que en un par de ocasiones es difícil incluso ver el texto.

      Un cuento cuento, una historia historia. Una frase que en la infancia es difícil de entender: No hay que ser valiente solo para pelear.

      Un personaje: Calabrote, que como buen pirata, fuma, bebe ron, canta e imagino yo que se hurga la nariz y, a pesar de ser un libro escrito para los niños, no estorba ninguna de estas actividades. Lo raro, lo inverosímil,  lo absurdo es la moda moderna y correcta que obliga a que un pirata diga recórcholis y beba zumo de naranja. El capitán Calabrote es un pirata de los de verdad, pirata pirata y que, como buen pirata, nunca deja de serlo, ni estando jubilado, y que como buen pirata, siempre prefiere a un buen amigo con quien dibujar nubes de humo sobre las estrellas al mayor de los tesoros del mundo, aunque sea robado.

      Un libro reconfortante que no puede faltar en la trayectoria literaria vital de nadie. 

      Está escrito además por un compañero de profesión y querido. Alberto Sebastián desborda esta maliciosa ternura en sus cuentos contados. Un lujo escucharle. Para él, encontrarse aún con el libro en los estantes o en las madres que lo siguen contando a sus hijos o, mejor, lo acaban de descubrir, es todo un regalo. Y está agradecido por ello. 

      Un libro que después de diez años sigue vivo no es que sea bueno. Necesita de mucho más. Este es un gran ejemplo. 

      Y a ti, ¿qué te parece?

      Feliz semana. Feliz lectura.

      P.D.: Y la semana que viene: La señora y el niño, de Bárbara Fiore Eidtora. Corre a buscarlo.


      Perita: JÁBEGA


      Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos (pura prosa), la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad. Las hay extensas, nucleares, monoparentales y homoparentales.

      Como siempre, los de los derechos se quedan cortos.

      Yo la tengo grande, por eso no presumo de ella. No me hace falta. Tengo varias, además. La que he creado felizmente junto a la madre de mi niño, la de donde vengo y las dos que venían con quien me trajeron a la vida.

      El sábado pasado nos juntamos en mi casa uno de esos brazos: la familia de mi padre. No se había muerto nadie, no había nacido nadie, no había que repartir tierras ni hablar del pago de una tasa, ni se había manifestado el amor, de repente, alguien y queríamos celebrarlo. Qué va. Nos juntamos por juntarnos, por celebrar que podemos hacerlo, que queremos hacerlo y que encima lo conseguimos. Veintisiete personas de tres generaciones con el nexo común de compartir una pareja de abuelos a quien yo ya conocí abuelos y siempre los recordaré así. 

      Mi abuela, que con paciencia me aprendía a recitar un problema de un pastor de cien ovejas al que mi profesor de matemáticas de quinto le costó encontrar la solución con sus ecuaciones y fórmulas a la que ella me había enseñado llegar, por la cuenta de la abuela. 

      Mi abuelo, que me enseñó con su silencio a mimar y escuchar el fuego que siempre estaba encendido en un recoveco oscuro de la casa, y él con gorra oscura y visera baja, parecía escuchar con más gusto que a otras voces. 

      En torno a ellos, pululábamos el resto: tío, tía, primos y primas, hermana, padre y madre, mi tío Vicent con su silla rústica, aromas, sabores, sensaciones, actividades, palabras, esfuerzos, juegos, risas, llantos de niño, pareceres, dudas, sueños, miedos y anhelos que la edad te va ofreciendo y jaleo, mucho jaleo.

      Eso es lo que hubo el sábado. Un jaleo del copón, comida (casi más que jaleo), risas, palabras que iban y venían, cierto tono sepia repintado de colores luminosos, sol, lluvia, piscina, balón, bicicleta, arcoíris, fotos y alegría. Mucha alegría. La de encontrarnos, de conocernos (los más pequeños) después de tantos años y reconocernos en el otro, por lo vivido, por lo querido, por lo aún queriendo. Una alegría de esas que rezuma por los poros; los propios y los de las paredes y recuerdos. 

      El fuego que habita en la memoria, en aquella casa, como la vida de Amparo y Manolo, apagaron su viveza ya hace algún tiempo, pero de vez en cuando no viene mal echar un palito con mimo y estrategia, como me enseñó mi abuelo, y soplar desde no muy lejos, para mantener vivas las brasas. No es tan difícil. Uno descubre que basta querer queriendo.

      Hoy, relamiendo el recuerdo, uno se siente reconfortado, un poco más seguro, acompañado e integrante de algo grande. Uno se siente feliz por ello.

      Todo un regalo encontrarnos para disfrutarnos y sobre todo, por mi parte, todo un regalo ver feliz a mi padre.


      jábega1.

      (Del ár. hisp. šábka, y este del ár. clás. šabakah, red).

      1. f. Red de más de cien brazas de largo, compuesta de un copo y dos bandas, de las cuales se tira desde tierra por medio de cabos muy largos.



      Feliz semana.



      . . .