BERBIQUÍ
(Del fr. vilebrequin y este del neerl. wimmekijn)
1.- m. Manubrio semicircular o en forma de doble codo, que puede girar alrededor de un puño ajustado en una de sus extremidades, y tener sujeta en la otra la espiga de cualquier herramienta propia para taladrar.
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BERBIQUÍ.- Félix Albo

A Patricio Hernández, su abuelo le contó que dios había creado tan bien el mundo que, para protegerlo de los vientos del universo, le hizo una esfera alrededor a la que llamó cielo. Cuando se dio cuenta, el creador había quedado fuera del hermético globo y ya no podía admirar su obra así que en el lado de la noche, con un berbiquí, fue haciendo agujeritos para, sobre todo, escuchar los sueños de los niños y los deseos de los amantes.

Por esos agujeros -le dijo- entra la luz del universo y nosotros les llamamos estrellas.
¿Y la luna? -me dice Patricio que le preguntó un día-.
La luna la hizo dios para mirar, porque no se podía creer qué era lo que nos estaba pasando -le respondió-.

Patricio me contó que el ataúd en el que fue enterrado su abuelo se lo había hecho él mismo con sus propias manos y en la tapa, reprodujo el cielo nocturno de primavera: Leo, Virgo, Pegaso, Cáncer, Boyero...
Para seguir escuchando el canto de los pájaros -le dijo un día cuando estaba con un berbiquí horadando la madera-, y quién sabe si tu voz o la de tu abuela -y le despeinó el pelo de niño pillo.

Un berbiquí como este -me dice Patricio, sacando de su bolsillo una herramienta pequeña y fina-.
¿Y tú para qué lo llevas? -le pregunto.

Quién sabe -me mira-. Tengo claro que él no va a poder escuchar mi voz porque yo estoy muy mayor ya y su tumba queda muy lejos. Pero lo que sí sé es que cuando acaricio la madera gastada del puño, yo sí escucho la suya y esa voz hace un agujerito en mi oscuridad por el que siempre, siempre entra luz, aire o simplemente fuerza para seguir.

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Hay palabras que casi pertenecen a otra época. El berbiquí me encantaba de pequeño y en cuanto los adultos se descuidaban, ya estaba yo haciendo algún agujero en un marco, una mesa, o la pata de una silla. Me gustaba cómo esa virutilla infinita de madera salía bailando con el hierro desde un adentro que se estaba produciendo en ese momento. Placeres de niño, está claro. Esta palabra corre el peligro de caer en desuso y me siento afortunado al saber que por esa ínfima e improductiva diversión infantil, permanecerá en mi memoria emocional.

¿Tienes tú alguna palabra así? ¿Cuál es? ¿Y tu historia?

Ahora vienen unos días para poder recordarla. ¿Nos la cuentas? 

peritas@felixalbo.com

Feliz primavera.

Abrazos a capazos.



2 comentarios:


    badila.

    (De badil).

    1. f. badil.


    badil.

    (Del lat. batillum).

    1. m. Paleta de hierro o de otro metal, para mover y recoger la lumbre en las chimeneas y braseros.


    dar a alguien con la ~ en los nudillos.

    1. loc. verb. coloq. Vejarlo, molestarlo indirecta o disimuladamente.

    gustarle a alguien que le den con la ~ en los nudillos.

    1. loc. verb. irón. coloq. U. para referirse a quien disimula un agravio o contrariedad.



    Aprendí de mi abuela a preparar y encender un buen brasero.


    En los años sesenta, en mi casa de techos altos, el invierno entraba por todas las rendijas.

    A la vuelta del colegio hacía una parada en el carbonero de mi barrio. Hubo un tiempo en el que no me atrevía a ir sola. Aquél hombre grandote y tiznado me asustaba. Pero, a fuerza de ir una y otra vez, su negra imagen se convirtió en algo conocido e inofensivo.


    Tres kilos de carbón, dos de picón y tres manojos de teas.


    Cargada con la cartera de libros, librétas y lápices y con las negras bolsas del combustible, subía los tres pisos de mi casa sin poder evitar pararme un poquito en los descansillos.


    Dejaba la cartera en el recibidor, pero el resto de la carga era para la terraza. Allí ya estaba preparado el brasero. La ceniza bien apretada a los lados haciendo una corona suave y gris. Mi abuela, con la badila, la iba apretando mientras yo depositába en el centro de aquel volcán mi carga. Una rueda con los carbones más grandes, unos puñados de picón y otra ronda de carbón. En el centro las teas sueltas y dejando pasar el aire entre ellas. Una hoja de papel de periódico enrollada y otra ronda de carbón. Por último una rociada de picón para rellenar los huecos.


    Era la hora del fuego. Mi abuela era la encargada de oficiar la ceremonia. Las cerillas eran un peligroso juguete aún para mis pocos años…


    La llama se alzaba casi un metro una vez que prendía bien. Yo, en mi sillita de anea, badila en mano, observaba atenta los bailes del fuego. Conforme los carbones enrojecian, iba empujando la ceniza poco a poco, cerrando aquel volcán que haría más llevadera la tarde/noche de invierno en nuestra mesa de camilla.


    Poco a poco las llamas se extinguian. El brasero estaba listo. Entre mi abuela y yo lo cojíamos por las asas y, despacito, avanzábamos por el pasillo hasta el cuarto de estar.


    Llegaba el momento de recoger la cartera. Arrimar la silla a las faldas de la mesa y hacer los deberes.


    Ella sacaba su caja de labores y zurcia calcetines con su huevo de madera…


    A cada rato, una de las dos cojia la badila y apretaba la ceniza del brasero… “Con cuidado hija, si te pasas… nos saldrán cabrillas”

     

    Muchas gracias por tu comentario y tu historia Piliqui. No conocía la palabra badila y la historia es genial.
    Gracias.

     

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