DULCINEA
(De Dulcinea, personaje del Quijote, de Miguel de Cervantes, 1547 - 1616).
1.- f. coloq. Mujer querida.
2.- f. (poco  usado o usada). Aspiración ideal, fantástica comúnmente.
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MI DULCINEA BELLA. -Félix Albo

Me encanta volar. Me encanta la tensión del despegue, la incertidumbre del aterrizaje y las divertidas turbulencias del trayecto. Si miro por la ventanilla me abstraigo totalmente y me entran ganas de saltar sobre las nubes algodonosas, o empiezo a buscar letras, o caras, o cualquier figura en las líneas que dibujan los campos de cultivo, o me empeño en orientarme por dónde estamos pasando tratando de identificar un río, o una catedral, o una orilla, o una autovía, o las obras del AVE... Normalmente, menos saltar, lo cumplo todo (encuentro caras, letras, incluso palabras enteras; reconozco Toledo, Aspe, Almansa, Arganda, Loeches, Lanzarote, Benidorm, El Burrero o Menorca. Ya digo, menos saltar...
Y todo, en absoluto silencio. Raro es que cruce alguna palabra con quien se sienta a mi lado.

Recuerdo un vuelo desde Madrid a Las Palmas de Gran Canaria. A mi lado, una mujer de unos setenta años, a la que recibí con un educado y cortés saludo y que me devolvió con un gesto taciturno y circunspecto. No cruzamos mirada alguna durante las dos horas largas de viaje salvo al acercarnos al destino. La aeronave comenzó a convulsionarse en el aire. Se encendieron las luces de los cinturones y el comandante nos indicó algo que ya habíamos notado: turbulencias.

La miré porque notaba cierta tensión. Me estaba observando excitada y de manera intermitentemente. Sus ojos abiertos iban desde mi persona a su falda, o al sillón de al lado, o al suelo del pasillo, o al proyector de aire del techo y a mis ojos de nuevo.

¿Se encuentra bien? -le dije tratando de poner voz ansiolítica.
Estoy muy nerviosa -me dijo moviendo las manos-, es la primera vez que vuelo y ¡ay dios mío! -suspiró.
No se preocupe mujer, esto lo hacen por si alguien se ha dormido -le contesté tratando de buscar una sonrisa en ella, pero no.

Me miró fijamente. Tragó saliva como si fuera pan de tres días. Mantuvo un silencio denso y de repente lo rompió:
¿Le puedo pedir la mano?

No pude evitar reír.

Es la primera vez que alguien me pide a mano -le dije-, y no puedo creer que sea en un avión y de una persona como usted. Así, sin conocernos, sin noviazgo ni nada, pero oportunidades como esta no se desaprovechan -volví a sonreír dudando de que ella me hubiera escuchado-.

Sí, quiero, mi dulcinea bella -le dije tomándole la mano.

Ella me puso la otra sobre la mía y apretó. Apretó la mano y los labios, simulando una sonrisa. Y siguió apretando mientras el avión andaba con su particular celebración de vivir un amor pasajero en plena operación de aterrizaje.

Cuando llegamos a tierra yo no me sentía los dedos. Ni la mano. Tenía un hormigueo divertido desde la muñeca hacia abajo.

Salimos del avión juntos y yo la tomé del brazo, imaginándome que nos esperarían con confetis, y kilos y kilos de arroz y jolgorios... Esperó conmigo mis maletas para salir juntos y presentarme a su hijerío y su nietería y compartimos unas risas y una foto.

Cuando arrancó mi taxi, ya en soledad, me pareció escuchar cómo se provocaba una algarabía festiva al seguirme una ristra de latas amarradas a una cuerda. Sonreí toda la tarde y muchas veces durante toda esa semana.

Hoy mismo, mientras escribo esta historia ando sonriendo.

La foto, aún la guardo.
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Sí, lo sé. Dulcinea no es una palabra desconocida. Corrijo. Dulcinea no es un nombre desconocido, pero yo desconocía que estuviera recogida en el diccionario como palabra y menos con estos significados. Y me apeteció jugar con ella. Este diccionario me tiene enganchado. Me encanta por ejemplo que la definición de circunspecto, nos lleve a circunspección sin más información. Y la de taciturnidad, nos lleve a taciturno. En un dislate este diccionario y son unas cachondas estas personas que soplan el alma de sus páginas.

Ya se ha instalado la primavera en mis vías respiratorias y desde allí ha colonizado mis fosas nasales, mi garganta y mis ojos. Estoy hecho un pistilo y por eso no dejo que me toque nadie los estambres, no sea que me polinicen y tengamos un lío.

En fin. Ojalá os guste esta anécdota mínimamente fabulada en la que, sorprendentemente, no se muere nadie. (Je).

Feliz semana. Feliz primavera.

Abrazos a capazos.

Félix Albo.

1 comentarios:

    On 2/5/14 10:51 litri dijo...

    me encanta
    Lieve

     

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