De nuevo tengo la suerte de regresar a tierras bolivianas.
Este año se celebra el 40 aniversario de la muerte del
Ché y en esta tierra, al parecer van a celebrarlo a lo grande. Pero yo no vengo por eso. Regreso a esta tierra a trabajar con mis historias.
El viaje, digno de contar. De Alicante a Madrid en tren con pena. En Madrid el vuelo de
Aerolíneas se suspende y me llevan a dormir, junto a 150 personas más a...
Guadalajara.
A la mañana siguiente de regreso a Barajas. Allí bastantes horas después de cuando nos habían dicho subimos al avión. Algún día os contaré lo
sorprendente que puede llegar a ser una persona de 50 años comportándose como un chiquillo de ¿8? Ya os contaré.
El vuelo entre amigos, entre los amigos que nos había dado tiempo a hacer el día anterior. Llegamos a Buenos Aires de noche. Nos tienen dos horas esperando en un autobús. De allí a un hotel, en el centro de esta enorme ciudad. A mí me da tiempo a cenar y ducharme. vienen a por mí y cinco personas más. De retorno al aeropuerto de Buenos Aires rumbo a... ¿Sao
Paulo? ¡Sí! Sao
Paulo, Brasil... y yo sin tanga.
Allí más lazos, más dudas y por casi subimos al avión. Hubo que pegarse alguna carrerilla. De Sao
Paulo (una ciudad impresionante desde el aire) a Santa Cruz (
Bolivia) voy buena parte del viaje llorando, quizá el cansancio, quizá que ya se está terminando
"Cometas en el cielo", de
Housseini. De Santa Cruz a La Paz voy dormitando, a pesar de haber puesto atención a la azafata de vuelo cuando me explicaba qué tenía que hacer en caso de emergencia, pues estaba al
ladito mismo de la puerta.
"Lo más seguro es que me duerma -le dije-
así que si pasa algo, salgan, pero no hagan mucho ruido, por favor" Sonrió, pero no tanto.
La Paz, desde el aire nocturno es brutal. Al llegar allí estaba María, una
yeclana cooperante que gestiona todo el asunto cultural desde la embajada española. Ya he llegado, roto, pero estoy aquí y, por suerte, María está sonriente. Siempre se agradece.
En La Paz cuesta respirar. Cuesta hasta dormir. El hotel es de estos de 5 estrellas donde, con
frecuencia, hay mucho mal educado y prepotente en el lado del mostrador donde se colocan los huéspedes. Al otro, siempre me encontré con gente maja. Ésta no es una excepción.
En esta ABRUMADORA CIUDAD he venido a realizar cuatro actividades: contar en la feria del libro, un taller de iniciación, ir a un departamento y conocer la ciudad.
De la primera os puedo contar que fue muy bien. Conté en diversas ocasiones para niños, niñas y personas adultas. A veces era difícil pues la megafonía sonaba justo encima del
stand de la embajada de España (sí, contaba allí) y entre la altura, el mal dormir y el
sobreesfuerzo, al tercer día mi voz quebró. Por suerte, en el desayuno tenía zumos de diversas frutas, chocolate calentito y sandía. Me he puesto hasta los ojos de sandía. No tiene por qué ser bueno para la voz, pero mira, por lo menos desayunaba genial.
El público
paceño es muy agradecido. Quizá porque esté poco acostumbrado (aunque esto a veces es una razón de que no lo sea precisamente), quizá porque son la mar de dulces. No sé, pero la verdad es que me dio mucho gusto contar mis historias y al público parece que le gustó escucharlas.
En la feria tuve la ocasión de conocer a muchísima gente maja. Toda la organización de la Cámara del libro, toda la gente de administración, de prensa, el personal del
stand, el de la embajada, el cónsul (un lujo comer), el embajador (nunca había charlado con un embajador, parecen tan... lejos, pero J.Francisco
Montalbán mantuvo una cordialidad y cercanía muy agradable durante todo el acto inaugural y dos encuentros posteriores)... María, por supuesto, Lía (ahí queda pendiente),
Lorena (con diplomacia), y, por extensión un par de cooperantes la mar de majos, más que majos,
ays, que se queda corto: Marta y Cesáreo. Bueno, y no me olvido de
Elody (la chica de la coleta cortada) y de su compatriota camarera que agarraba los vasos con ansiedad.
También a
Gise y
Romi, dos argentinas que venían a cubrir la
presentación de un libro muy interesante: Ninguna mujer nace para puta. Evidentemente parte de una asociación que trabajan por la mujer boliviana, aunque el libro es una
coautoría entre Argentina y
Bolivia. La asociación se llama Mujeres Creando. Si
estáis por La Paz, acercaros. Si María está un poco más relajada quizá tengáis la suerte de que os expliquen y
conozcáis. Yo no la tuve, andaban un poco
estresadas con la presentación del libro, pero el lugar me resultó muy
acogedor. Pero claro, una cosa por la otra, tuve tiempo de pasear y compartir con
Gise y
Romi. Un placer. Conversaciones de esas que, de a poco, te hacen crecer. Suerte.
Marta y Cesáreo se animaron a venir al
taller. Cuarenta personas (que en
realidad, a lo largo del curso fueron sesenta y siete), doce horas y un montón de cosas por decir. Madre qué agobio. Maestras, maestros, gente del teatro, de la intervención social, de bibliotecas, de medios de comunicación, artes, psicología, estudiantes...
Modificando la mayoría de ejercicios, quitando, poniendo,
reestructurando intentamos que no se hiciera pesado ni lento y que diera tiempo a todo. Y salió. Más por ellos y ellas que por mi. Un grupo encantador, abierto a todo, con muchas, muchísimas ganas de aprender, de compartir, de escuchar y de contar. El último día el curso lo alargamos una hora y media para poder escucharnos y
disfrutarnos. Y al final una sorpresa. Hay que ver cómo son. Gracias, lo pasé en grande.
Fui a contar a un departamento cerquita de la ciudad. Un pueblo
500 niños y niñas desde primaria a secundaria que, después de cantar el himno en formación militar y mientras se izaba la bandera (¡madre, qué miedo!) se distribuyeron en
distintos espacios: ajedrez, lectura, dibujo, pintura y cuentos.
Ole y
ole. En grupos de casi 100 fueron desfilando para escuchar mis historias. Y vaya si las escucharon. Un espacio muy bonito el de aquel colegio. Después hubo una entrega de premios: libretas,
bolis, lápices, rotuladores, pinturas de dedos... Premios que en algún colegio de mi tierra acabarían por el suelo. No es más pobre el que menos tiene sino el que menos sabe apreciar. Un día genial compartiéndolo con personal de la biblioteca
municipal, de la cámara del libro, un
papiroflexólogo y el premio alfaguara boliviano.
Y mis paseos pro la ciudad, en solitario, acompañado de la banda sonora de mi
Ipod y de las sonrisas de la gente (no hay muchos con barba por aquí). La Paz es
sorprendente, las cuestas tienen muchos más grados que las cervezas, quizá por ello las botellas sean de 660
cl. El oxígeno falta, sí, yo lo notaba sobre todo por las noches donde las ideas y las emociones se alborotaban tratando de deshacer una cama que nunca llegué a disfrutar. Vive mucha gente en la calle: pies sucios y caras sucias de niños de a penas dos años, acariciados por manos arrugadas y sucias también.
El tráfico es caótico pero fluido, hay muy pocas "
trancaderas" como dicen. Por las noches, batallones de gente
recogiendo basura, papel, y
urgando en papeleras. Hay 24 h. de
dvd's, comida, ropa, y
arritrancos típicos. Los jardines son
impresionantes. Todo un ejército de jardineros los miman cada mañana. Ojalá los ejércitos del mundo tomaran ejemplo y plantaran árboles y cuidaran los ya plantados.
Quizá así tendrían más sentidos sus uniformes verdes.
Mareas de turistas llenan las tiendas de una cuesta interminable donde hay una calle dedicada a la brujería donde puedes encontrar disecados fetos de llamas, llamas
cachorrillo, sapos, armadillos...
ays. Los mercados son un estallido de colores y olores. Frutas, telas, bollos, carnes, quesos, más telas, tiendas de aparatos eléctricos e instrumentos de percusión (¿qué módulo de autónomo pagará?) La verdad es que pasear por esta ciudad es un regalo para la vista.
Por las noches Cesáreo, Marta,
Lorena y María (ya quisiera haber estado en todas) me llevaban a cenar a lugares poco nativos, pero lo intentábamos. Quizá la
penúltima noche lo conseguimos. Cenamos en un cubano donde el marido de
Tere nos amenizó con su grupo la cena mientras los alrededores de la mesa se poblaron de parejas danzarinas. Al final, Cesáreo y Marta se animaron. El primero con cara de concentrado y una sonrisa como si le estuvieran grabando y Marta con su sonrisa amplia se hicieron un hueco entre los danzantes. No llegaron a confundirse porque el ir contando los pasos siempre se nota, pero oye, para ser un gallego y una madrileña... ya quisieran muchos.
Y cosas que me sorprendieron... Pues la educación de la gente; su amabilidad; la celebración del día de la bandera (¿?); la confirmación de que los militares
son iguales en todos los lados (20
min. esperé a que me dejaran entrar en mi embajada, para ser un perseguido...); los limpiabotas, que están sindicados y van con la cara tapada (es como una doble vida, pero de incógnito); las
cholitas (mujeres que llevan un atuendo especial, con dos largas trenzas negras y un bebé o un saco a la espalda), los vendedores de las plazas del mercado que son auténticos
narradores mezclando el humor y aquello que quieran vender ese día: libros, ungüentos o dioses salvadores; los testigos de Jehová que parecen madrileños, están por todos los sitios; los madrileños, que parecen testigos de jehová, están por todos los sitios; la de cooperantes que hay en un país que cada
vez está más tenso; las tensiones territoriales, absurdas, bajo mi punto de vista, en la mayoría de lugares donde se dan, y si no absurdas, por lo menos mucho menos importantes que otros aspectos más primordiales; la ciudad que se viene sobre ti desde cualquier lugar donde mires; la ciudad de noche, que se viene sobre ti desde
cualquier lugar donde mires; las colas ante una heladería de helados al mármol; y la inmensidad. La Paz es una ciudad inmensa y bella. Es una parte más de esta
Bolivia que, poco a poco, como el
xirimiri, me va conquistando.
Y hasta aquí, que no me da tiempo a más.
Luego subo las fotos. Aunque alguna ya podéis ver
aquí