El sábado pasado fui a mi pueblo natal. Tenía que recoger la
ramulla.
La leña del invierno se recoge en verano, me dijo mi padre que decia el suyo, que vino a ser mi abuelo. Y razón tenía y tiene.
Allí pasamos la mañana, llenando el coche como ni los de KIA imaginaron jamás. Al volver, propuse ir por el Barranc de Bocairent que ardió la pasada semana desde cinco focos distintos y simultáneos.
Cruzar un monte recién quemado no estarea fácil para el alma. El silencio que provoca la muerte de lo natural se te cuela dentro y te pesa. Te pesa.
Encontrar una palabra que defina a las personas que lo hicieron, a las que lo mandaron hacer, a las que se enriquecen del hecho, tampoco es sencillo. Obviando las que son de uso común y coloquial, he buscado y rebuscado pero todas me saben a poco. Esta ni siquiera me gusta cómo suena.
abyecto, ta.
1. adj. Despreciable, vil en extremo.
2. adj. desus. humillado (‖ abatido en el orgullo).
A uno, en el primer pronto, le brotan maldiciones, a esas personas y a sus tres o siete generaciones de descendientes. Desde barbaridades como que se les sequen las manos para no tener facilidad para encender una sola cerilla, como cosas más aparentemente banales, como que se les hagan llagas en los hombros al no tener sombras bajo las que cobijarse. Pero eso tampoco le deja a uno en paz. Al contrario.
A uno solo le queda la cara de bobo y de impotencia al mirar las fotos; le queda el silencio que tardará en irse y que rebortará a cada incendio que se dé; y ponernos a plantar.
Plantar semillas de árboles fuertes y grandes. Plantar tardes de merienda y juegos en los bosques para enseñar a amarlos. Plantar cuentos de árboles para sembrar defensores de la naturaleza.
Plantar quizá es la solución para calmar el alma y clamar por lo que va quedando de esta tierra.
Salud y feliz semana.