Hoy me voy de museo. En Elda, cerquita de casa, está el
Museo del calzado. Con un jardín de piedras de trabajo antiguo y un olivo justo delante, este museo, ubicado en un edificio yo diría que algo extraño, sorprende desde la propia entrada. Dos plantas, cuatro salas y la posibilidad de ver el museo etnográfico yaqueestamosaquí (donde hay una cadena de madera de 6 metros de larga cuyos eslabones han sido tallados ya engarzados, es decir fue tallada de una sola pieza. Seis metros. Brutal.
En el museo se puede apreciar la evolución de las herramientas, en un principio, y en cuanto a maquinaria desde el s. XIX hasta mediados del pasado. Hay una biblioteca con libros de pedidos, contables, catálogos, pósters de ferias internacionales de calzado donde estaba representada Elda, dibujos, fotografías...
En la primera planta hay un zapato gigante. El zapato más grande del mundo. Allí está. Pero sólo hay uno. El gigante tiene que estar tratando con San Cucufato. Además es el izquierdo.
Las dos salas que quedan son las dos que más me gustaron. En una de ellas uno puede ver la ¿evolución? de la humanidad a través del calzado. Luego hay distintas colecciones de distintos tipos de zapato, zapatos que han donado personajes famosos y unas vitrinas con zapatos adaptados para pies con problemas, y los premios de un concurso de diseño de calzado.
El museo me lo enseñaron
Juan Vera, bibliotecario y, entre quienes conozco, una de las personas que más sabe de álbumes ilustrados y literatura infantil (además fue zapatero antes que fraile) y
Juan Carlos Martínez, Director del museo. Con dos capitanes así, a mí sólo me quedaba mirar, escuchar y, de vez en cuando preguntar. Fue una visita la mar de interesante y curiosa. Merece la pena.
Hoy comí con Juan, siempre que tenemos ocasión, ñam. También con Reme, otra bibliotecaria amante de la literatura infantil. Risas, arroz y algún libro, no sobre la mesa, que se manchan, pero sí de boca en boca.
El museo no sólo hay que verlo por que merece la pena. También hay que ir a verlo porque es un museo que se mueve. Y a los museos que se mueven, igual que a las bibliotecas que se mueven hay que ir. Para que no dejen de moverse. Hay que ir y bailar si es preciso, porque moverse en un mar cultural de la tranquilidad es querer moverse mucho. Como éste. Tiene exposiciones continuamente (ahora una de fotografías de una gran nevada que hubo en... ¿los años 20?, y otra de zapatos y complementos, que se llama Mirame), el viernes pasado recogió un premio literario Fernando Marías, y acabaron tomando un vinito a ritmo de una banda de Jazz, y hoy esto: Entrega de premios de Calzacuenta y Calzapinta. Dos certámenes en los que se vincula el zapato al arte. Se han presentado bastantes obras de colegios de la localidad y comarcas cercanas. Hoy se entregaban los premios y, de paso,
¡cañaso! Conté cuentos. Tres, no dio tiempo a más, pero pasamos un rato majo.
El otro lado del árbol, Buenas noches y El regalo. Un lujo para un viernes tranquilo.
El relato ganador, hacía un paralelismo entre la estructura de un zapato y las partes de un cuerpo humano. Curiosa la idea.
Con Juan hablaba que, de entrada, la mayoría de los personajes de lo que leemos, siempre van calzados, pero que son pocas las ocasiones en las que se nos dan detalles de cómo son sus zapatos. Pero que, pensándolo bien, un zapato nos puede decir mucho de un personaje. Y ahí andamos, dándole vueltas, como el guardia a la maleta.
Buena noche de viernes, y buen día, y buena vida.