A. TONI MORRISON y SLADE MORRISON
I. GISELLE POTTER
T. RITA DA COSTA
E. Ediciones B, 2000
Ahora que muchos espacios mediáticos dedican tiempo a preguntar y/o debatir (con ese concepto de debate moderno que existe en las tertulias televisivas actuales (nada que ver con el de La Clave)) sobre la rebaja de la edad penal de los niños (porque con doce años me dirán lo que quieran, pero son niños de doce años), saco de mi estantería azul este libro tan duro, como actual, escrito por la primer afroamericana premio Nobel de Literatura que obtuvo su galardón en 1993 y su hermana, junto a una ilustradora que no se queda atrás en la calidad del trabajo.
La Gran Caja es la historia de Patty, Mickey y Liza, tres menores y su relación con la sociedad. Las autoras nos describen en rima, el lugar donde viven. Una gran caja cuadrada donde tienen de todo: alformbras, cortinas, sillones como peras, columpios, toboganes, camas de madera... La gran caja cuadrada tiene grandes ventanas por donde el sol no entra nunca, y tiene una puerta tres veces cerrada y que solo se abre por fuera. Nos dice que sus padres vienen a verles los martes y siempre les llevan grandes regalos y pizzas, y chicles y legos y una tele a cuatro colores.
Un lugar donde tienen todo lo que desean, con un cuadro del cielo como es de día, una mariposa que no puede volar y un acuario con peces de plástico.
A partir de aquí, el libro se va desgranando contándonos por qué han llegado a esa situación repitiendo una frase que a cada página suena más hondo: ¡ellos no saben usar su libertad!
Tanto Patty, como Mickey, como Liza Sue, son niños que poseen un comportamiento normal para su edad, tratando de pasárselo bien, pero que no encaja con las normas que son de uso común y público en el mundo adulto, por eso, lo dice en cada uno de los casos, como las reglas ya se saben no es preciso repetirlas. Y, los adultos que les rodean, siempre queriendo lo mejor para ellos (los menores), sea la escuela a la primera, el vecindario urbano al segundo, o el vecindario rural a la tercera, llegan a la conclusión de que los niños no hacen un buen uso de su libertad. Por ello, para su bien (¿el de los menores?), los van encerrando en la gran caja, sin escuchar, se deduce, las palabras que tras la sentencia social, cada menor dice.
Los tres hacen alusión a las cosas que hacen bien ateniéndose a las normas que por los adultos les son impuestas: higiene, rendimiento, educación, responsabilidades... Los tres se hacen preguntas como ¿por qué no puedo seguir siendo lo que soy, un chico que disfruta de su libertad?
Hacen alusión también a animales que chillan, que corren, que saltan, como los gorriones, las liebres, los castores, los búhos, las focas, los cuervos... De hecho Liza Sue plantea que aunque a ella la encierren porque les molesta su libertad, los animales seguirán con sus ruidos, sus correteos, sus brincos...
Dentro de la caja, sus padres, cada martes les llenan de regalos que a todos nos suenan, como unas Nike, una bolsa de Cheetos, un top de las Spice, una pelota firmada de la NBA... Y otros regalos que, por la historia, resulta duro leer, como un disco en el que chillaba una gaviota de verdad, un bote de cristal con tierra de verdad o una cámara que proyectaba un arroyo ondulante y de aguas muy claras.
Suerte, para el que lee, que se encuentra en los tres una misma frase... si he de vivir mi libertad a vuestra manera, entonces no seré libre ni dentro ni fuera.
Un libro que en su comienzo ya tensa al lector, y cada página, cada párrafo, le da dos vueltas más. Un libro lleno de detalles en sus ilustraciones. Un libro que merece la pena leer más de una vez.
Y uno, tras la lectura acaba con una pregunta ¿será fácil ser niño en una sociedad como la nuestra? Si en las urbanizaciones no se puede jugar a la pelota, en las escuelas no se canta ni se corre, en las calles no se juega, en la tele no hay referentes buenos, no se le dedica tiempo a personas ilustres, cultas, coherentes, sólo a los grandes triunfadores de cada semana, si un futbolista gana más que el dinero invertido en el Prado, el Reina Sofía y la Biblioteca Nacional juntas, si hay leyes hasta para poner una toalla en una playa... ¿será fácil ejercer de niño y hacerse una idea de qué es lo que uno quiere ser en el mundo de adulto? ¿será fácil entender, incluso con los ojos lógicos de un niño, esta sociedad?
Yo creo que no. Y creo que este libro me ayuda a reflexionar, que creo que es lo que hace falta. Éste, o El principito, o La escuela de los niños felices, o cualquier otro que nos de tiempo, que creo que eso es lo hace falta también, TIEMPO. Tiempo para estar con nuestros menores, escucharles, compartir con ellos el corretear de una liebre, el ir y venir de unas olas, o el vuelo cíclico de una gaviota y quién sabe si al final nos de por tararear una canción juntos o, incluso siendo más de las doce de la noche, gritarla a pleno pulmón para celebrar que estamos vivos y tenemos mucho por compartir en una vida que apenas vivimos juntos.
Feliz Lectura, mejor semana.