#lunesdeperita INSUAVE
2 dic 2013
INSUAVE (Del latín insuāvis)
1. adj. p. us. Desapacible a los sentidos, o que causa sensación áspera y desagradable.
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Qué
sé yo si será la bruma del otoño, o los vientos que soplan fríos
del norte, o quizá el tiempo que paso en la noche pegadito al
crepitar del fuego donde la madera que no arde y sujeta la cumbre de
la casa también cruje,
Qué sé yo, pero a veces me rondan historias
inquietantes que luego no dejan sitio al sueño que tiene ganas de
acomodarse en mí pero no encuentra dónde.
Qué
sé yo, pero el cuento de esta semana es como sigue.
SE VENDE.
-félix albo-
No
debe ser agradable levantar una tabla del suelo de tu casa y
encontrar un brazo, un brazo pequeño en perfecto estado de
conservación. Completo, rígido en su codo; con su manita al final;
con sus cinco dedos en los que aún se identifican sin esfuerzo sus
pequeñas uñas.
Mucho
menos agradable debe ser, comenzar a levantar el resto de las tablas
del suelo del salón y encontrarse más brazos, y piernas, derechas e
izquierdas, y también torsos desnudos, todos de pequeño tamaño,
como de hombre diminuto, enano o niño.
El
asombro tiene que ser aún mayor al encontrar más de veinte
cabezas proporcionadas al resto, estas sí, sin ojos, algunas sin
nariz ni orejas, pero con una rígida mueca en el rostro que muestran
sin tregua una emoción concreta: algunas son tiernas, otras provocan
pavor y un par de ellas, aunque parezca asombroso, una sonrisa.
Peor
aún es encontrarse en un rincón del bajo fondo de la antigua tarima
de haya, una caja cerrada con un candado también pequeño. Al
abrirla sin dificultad, la caja se muestra llena de ojos. Ojos tan
pequeños como expresivos. Ojos que encajan a la perfección en los
agujeros que poseen las cabezas.
Con
tiempo, el padre y el hijo se pasan la mañana tratando de componer
aquellos cuerpos silenciosamente. Estos brazos en aquel torso con
aquella pierna de allí y aquella otra. Y aquel otro con aquella
cabeza.
Al
medio día, en otro rincón que quedaba tapado por el montón de
tablas, encuentran un saco de arpillera llena de pelo. Mechones de
pelo rubio sol, negro noche, o gris silencio. Y también una pequeña
maleta de cartón sin cierre, llena de ropa.
Por
la tarde tienen terminados dieciséis cuerpos y les quedan trabajo y
trozos como para cuatro más. Los han encajado y vestido. Les han
puesto el pelo y, como han podido, los ojos. Los han colocado
tumbados, boca arriba, sobre las tablas recolocadas de la tarima, en
el centro del desordenado salón.
La
escena en dantesca, tanto, que la madre, al entrar ya en el atardecer
del día, no puede evitar dar un grito de espanto. Y es que están tan bien hechos, que a simple vista no parecen ser de madera.
Suerte que el padre ya sabía que el primer dueño de aquella antigua casa
fue un famoso titiritero y por eso, desde el principio, le pareció
un juego trepidante para disfrutar con el niño.
Antes
de cenar, entre los tres, ya están repartiendo los veinte
cuerpecitos correctamente vestidos por la casa en la que llevan
viviendo cinco años.
Lo
que no sabían, ni el padre, ni la madre, ni el niño, es que
aquellos títeres, ahora que estaban completos, solo necesitaban de
la oscuridad y el silencio para recobrar la vida.
Aquella
fue la séptima familia en cien años, de la que no se volvió a
saber nunca más.
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¿Ves? ¿Crees que es como para preocuparme?
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Feliz semana.
Abrazos a capazos.