A veces lo cuento pero la gente no se lo acaba de creer. Yo hice mi primaria en Alcalá de Henares. Allá llegué pequeñín y me marché siendo niño aún luciendo un bigote orientalmente lacio y grisáceo que ocupaba mi labio superior. En esa ciudad preciosa de conventos y cuarteles, desarrollé mi infancia de juego en la calle y mi imaginación en mi habitación. Allí aún guardo rincones y secretos, en ese río ancho de juncos y chopos, en esas calles antiguas hoy menos ruidosas de coches y más de gente que pasea y habla. Ese Cervantes presente, esa casa de Cardenal Cisneros donde aprendí solfeo y música, esas calles asoportaladas y esos puestos de castañas.  Militares y monjas que ya me daban casi el mismo repelús. Aún quedan.


A esa ciudad le debo mucho de lo que soy, no por la ciudad en sí, pero sí por el entorno que me acompañó en esos mis años de niñez, feliz, cómo no, que aunque entonces no lo defendía tanto, ya era mediterráneo.

A esa ciudad me llevan los Légolas, a su festival de Alcalá Cuenta, suyo de Légolas, suyo de Alcalá. Y ellos, Carmen y Manuel, como todo lo que hacen, lo hacen genial y para este año han conseguido un espacio algo más que especial: el Teatro Cervantes. Un teatro con una capacidad que ronda las 400 localidades, pero que sacan a la venta algo más de 350, suficiente para llenar su parte de abajo y su parte de arriba y sus palcos.

Para esta ocasión decido contar Las Cuatro Esquinas, una sesión de tres cuentos que se desarrollan en algo más de 100 minutos, 120 para ser exactos. El primer cuento de esta sesión se desarrolla precisamente en Alcalá, en el colegio al que fui, en parte de la infancia que viví. Y eso hace de este momento un hecho único tan delicado como especial para mí. Encima, se cuenta en un teatro, un escenario que yo no domino por la falta de frecuencia y que suelo reivindicar siempre que puedo. Los teatros también son para los cuentos. Me parecen un marco ideal también para escuchar historias, para poder disfrutar de la palabra dicha, de la voz, de los gestos, de la esencia de la comunicación humana, sin atrezzo, sin decorados, más allá de una silla por si me da un vahído, una frasca preciosa de agua para las resequedades y una mesa, porque la frasca en la mano... a la larga incomoda.

Los nervios se alargan ya desde tres semanas atrás, quién sabe si por la primavera, quién sabe si por el cúmulo de eventos poco frecuentes (comienza la temporada de Zafa, en el Duende de Valencia, mi álbum sale a principios de abril, estreno la sesión en Cuenca el uno de mayo...) pero nervios tengo para regalar. 

Como es una ocasión especial y el espacio es precioso, me decido a grabarla y me llevo cinco cámaras, coordinadas por Dani Borrón, profesional de la realización audiovisual también y él las distribuye por el espacio, tres con trípode al escenario, una desde el escenario hacia el público y otra que va grabando la escucha y el disfrute. También los dos silencios que posee esta sesión. Densos e intensos como el resto.

Por correo, por el móvil, por el face, llegan ánimos de gente cercana más y menos conocida. Llegan abrazos que relajan, palabras que serenan y letras que reposan e incitan al disfrute. Estar rodeado también de gente a la que quiero, también ayuda y mucho, especialmente estar acompañado de quien siempre me acompaña.

A mí me gusta ver entrar a la gente al espacio donde se va a dar la palabra, me gusta escuchar, mirar, eso me va posicionando. En el teatro eso no lo tienes. Estás solo detrás de una tela que te separa del todo y más que tela parece pared, muro insalvable, pero no. Suenan los avisos, din, don, y al tercero, señores, señoras, la función va a comenzar; se apagan las luces, en el escenario queda dentro de un círculo iluminado una silla, la mesa enfundada de tela negra, una frasca de agua y un vaso, vacío como yo de nervios en el instante en el que salgo a escena. No salgo solo, salgo con todo, con todos.


Fue una sesión intensa, relajadas las tres historias brotan y corren patio de butacas abajo. Al fondo una mujer ríe y ríe y su risa aroma la sala por encima de las demás risas. Su silencio se mezcla con el resto, que se hace fuerte y parece poderse tocar en las dos ocasiones en las que se produce, en los últimos minutos de la primera y tercera historia. Así es esta sesión, Las cuatro esquinas se maneja entre la risa delirante, la línea voraz y, a veces feroz, de un humor intencionadamente repleto de puertas a la ironía, al sarcasmo, a la evocación, a la denuncia, a la reflexión, sin que esto moleste, sin partidismos ni panfletos, sin aleccionamientos. Solo faltaba. Eso no va conmigo. La palabra libre llena las historias y cada quien dibuja sus propios escenarios, sus propios vestuarios, con seguridad muy distintos a los míos, pero coincidimos en algo, estamos juntos en algo: en la emoción, riendo, imaginando, sorprendiendo, asustándonos, y haciendo manifiesto el silencio. Estamos juntos porque en ese momento somos juntos. Contar es un acto de grupo, hace sociedad. Nos emociona lo mismo a pesar de ser distintos y eso hace que nos sintamos bien, nos sintamos más, nos sintamos juntos.

Dos horas, dale que te pego y al final un aplauso que, como siempre, dudo merecer. En este caso no es distinto. Los aplausos siempre me hacen pequeño, no sé dónde meterme, aquí lo tengo claro, y justo al desaparecer el escenario se ilumina y se acaba. Abrazos, fotos, palabras y emociones. En el público personas de Salamanca, de Alicante, de Madrid, de Azuqueca, de Guadalajara, de Loeches, de Alcorcón, de... Un placer. Un placer. Un verdadero y sincero placer.

En soledad, mientras me cambio de camisa en el camerino, la calma me llena, y degusto otros placeres como este: mi amada Cuenca, Segovia, Gijón, Las Rozas, Agüimes, Guadalajara, Monóvar, Barajas de Melo, Pantoja, Elda, La Paz, Mérida, Zacatecas, Barquisimeto... por sus sesiones y por la gente que ya quiero en esos lugares que de alguna manera siento míos también, me siento de ellos; y mientras las ciudades siguen nombrándose, viene desde mis adentros mi niño, claro, y su madre, y, quizá por estar en la ciudad donde estoy, mis padres y a ellos le dedico, casi sin decidirlo, este muybienestar.

Luego cervezas y risas y más abrazos y más, pero no pudo ser con todo el público, aunque me hubiera encantado. 

Al día siguiente no pude evitar madrugar y pasearme solo por mi calle, y por mi colegio tan cambiado, y por el río de mis reflexiones infantiles, que parece que baje el mismo agua, que como nunca hube de beber, siempre dejé correr. Y más tarde una sesión familiar, más recoleta, pero igual de intensa, en otro escenario, distinto, y ya mucho más relajado. Disfrutando también, claro. Y el día siguió con más amigos y más comida, y cerveza, aunque ya no tanta.

Así que solo me queda agradecer, a todas las personas que fueron, a las que no pudieron ir, a las que estuvieron temprano sin ir, a Ángeles por poder compartir y estar ahí, y a los Légolas, claro, por ser de los mejores anfitriones que conozco, porque no se les nota nada que son de interior, por que lo suyo no son atenciones, son mimos y abrazos.

Ahora solo queda montar el video, que Dani ya está a ello, y tratar de encontrar un hueco en algún otro teatro. Sería bueno para mí. Sería bueno para mi oficio. Sería bueno.

Y seguir disfrutando, claro.

Esta vida es una fiesta, un baile.

¿Bailas?

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