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Está claro que conforme andan las cosas, buscar la alegría en lo social, lo personal, lo profesional es sin duda una forma única de resistencia.

Además es más contagiosa que la violencia. Hagámosnos militantes de la alegría antes de que, también, la declaren ilegal o privada.

denuesto.
(<a>De</a> denostar).

<a></a>1. m. Injuria grave de palabra o por escrito.
<a></a>2. m. ant. Tacha, reparo, objeción.

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EL VIAJERO -félixalbo

Envasaba su ropa al vacío antes de meterla en su maleta gris futuro, semiblanda.

Nueve de los doce meses del año los pasaba a kilómetros y kilómetros de casa. Su trabajo le obligaba a deambular por unas rutas que él nunca elegía pero que su talante y buen hacer le permitían disfrutar de cada lugar que visitaba por muy hostil que fuera su labor o el ambiente que solía resultar un constante denuesto hacia su persona.

Siempre sonreía y tenía una razón. La ocultaba en un pequeño bolso que siempre, siempre portaba consigo. La cremallera, entreabierta, no permitía ver qué guardaba dentro, pero siempre lo dejaba próximo a su pierna derecha o encima de la mesa donde también colocaba el portafolios, un par de bolígrafos, el portátil y los codos para conversar antes de rellenar cualquier informe.

A menudo resultaba extraño ese celo con su pequeño bolso.

También en sus cortos paseos de ocio llevaba el bolso, entreabierto. Y rara era la noche de hotel que no lo colocaba justo en la parte interior de la ventana, como mirando y desde su cama, recordaba en voz alta lo más excitante, bonito y único de cada día.

Conforme se acercaba su fecha de regreso, una sonrisa silenciosa lo iba invadiendo todo.
En el viaje de vuelta, apenas cabía de gozo en un solo asiento.

Al salir por la puerta de llegadas, un abrazo confirmaba que todo había acabado, por lo menos durante tres meses. Los doce kilómetros que separaban el aeropuerto de su casa se llenaban de besos y palabras.

Al abrir la puerta se oían unos pasos tímidos que él añoraba como de carrera. Llegaba Leila, su niña de nueve años, con su mirada calma.

¿Cómo está mi niña? -decía emocionado. Nunca encontraba respuesta, ni un gesto, ni un leve ademán con los brazos para confirmar el abrazo.

El pequeño cuerpo de la niña se desprendía del de su padre y sus manos abrían del todo la cremallera del bolso pequeño. De él, sacaba con dulzura un peluche, de orejas grandes, ojos vivos y hocico pronunciado. La niña lo apretaba contra sí, y ahora sí, sonreía sin mirar más allá.

En su habitación, en su cama, en el lado donde ella siempre dormía, lo colocaba justo a la altura de su cara, con la boca de él cerca de la oreja de ella de manera que también pudieran mirarse fijamente.

Cuéntaselo todo -decía el padre abrazado a la madre-.
Cuéntale lo bello que es el mundo que le aguarda -decían secándose las lágrimas mutuamente.

Era de los pocos momentos en que los tres, casi los cuatro, sonreían.
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FELIZ SEMANA 

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