#lunesdeperita : BONHOMÍA
8 oct 2013
Retomamos el ritmo semanal de las peritas en este octubre abrasador.
Mil gracias por los correos pidiendo el retorno de las peritas. Eso siempre anima.
Ojalá las disfrutéis tanto como yo dándoles forma.
Esta semana BONHOMÍA, algo que merece la pena cultivar sobre todo en tiempos donde el hijoputismo anda libre y sin tapujos.
Feliz semana.
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bonhomía.
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BONHOMÍA - Félix Albo
Demencia -sentenció la psicóloga. Y
así lo escribió en el expediente argumentando entre otros síntomas,
desorden y pérdida de memoria.
Rodrigo Cedrillo, setenta y nueve años,
ingresó como residente válido en el centro geriátrico hacía más
de seis meses.
Apenas hablaba más allá de lo que le
hacía una persona educada. Un buen hombre -decían los otros
residentes.
Era frecuente verle en el pequeño
balcón de su habitación compartida. Siempre con el armario abierto.
En él guardaba con mimo ciento doce pequeños tarros de cristal. Los
trajo en una caja el día de su ingreso, envueltos en burbujas de
plástico.
Ciento doce tarros llenos de arena.
Cada tarro contenía una distinta.
El color recorría desde un blanco
limpio a un negro absoluto, pasando por una delicada escala de
beiges, grises, amarillos, rojos, púrpuras.
El grosor de los granos en alguno era
más que evidente y en otros totalmente invisible.
Procedían de lugares en los que
estuvo. Desiertos, playas, volcanes, bosques y veredas de algún río.
Ciudades, aldeas.
Se sentaba en su pequeño balcón, con
alguno de aquellos tarros abierto entre sus manos.
Renunció a las actividades con el
resto de residentes. A los paseos, a las excursiones. A las meriendas
especiales y las celebraciones. Lo cambió todo por sus silenciosas
estancias en el balcón, con la mirada sobre la copa de los árboles
de la zona verde del geriátrico. Una zona verde sin niños, en menos
verde.
Poco a poco renunció también a la
comunicación, al habla.
Nunca perdió la memoria. Todo lo
contrario; decidió anclarse en ella.
Lo que perdió fue el interés por el
presente y cada arena le llevaba a un trozo nítido y concreto de su
vida. Personas, canciones, aromas, deliciosos manjares o simplemente
intensos instantes habitaban aquellos tarros de arena.
Y mientras el resto del mundo le veía
en silencio, él en cada frasco guardaba su propia algarabía.
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