Perita: OXEAR
21 mar 2013
Esta semana la palabra elegida es OXEAR.
oxear.
(De ox).
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El pueblo - Félix Albo.
Carla
y yo llevábamos veintiocho años casados.
Una
mañana se despertó con mucho dolor de cabeza.
Luego
fue todo muy rápido: equívocos, despistes, empezó a desorientarse,
se cansaba... Muy rápido, muy rápido. Al poco dejó de caminar.
También de hablar.
Su
estado siempre era delicado. Por eso, los médicos nunca compartieron
que nos fuéramos de viaje, pero nos fuimos un fin de semana.
Carla
era del norte. Su pueblo fue de esos que quedaron abandonados en los
ochenta por las migraciones laborales. Nunca habíamos ido porque
quedaba demasiado lejos y tampoco ella mostró interés aunque me
hablara de vez en cuando de su vida allí. Pero me apeteció
visitarlo juntos.
El
viaje fue largo pero llegamos.
La
carretera se cortaba unos doscientos metros antes así que entre
espartos y aliagas fuimos haciendo avanzar la silla de Carla.
En
nada entrábamos por la primera calle de casas medio en ruinas. Un
rato más largo llegamos a la plaza y en un banco adosado a una pared
me senté, con ella a mi lado.
Estaba
agotado de empujar la silla por las calles de piedras y matas. Me
quedé mirando la plaza con iglesia con cinco o seis casas, tratando
de componerla mentalmente, pero desistí. Centré la atención en el
silencio.
Carla
hacía ya cuatro meses que no hablaba. Empezó confundiendo las
palabras, luego las desordenó hasta solo silabear. Y después, todo.
Con la mirada también le pasó. Ahora parecía estar siempre asomada
al vacío, no respondía a ningún tipo de estímulo.
En
la plaza de su pueblo, tampoco.
Le
tomé la mano, le di un beso. Mirando de nuevo a la plaza le dije,
Carlita, aquí estuvo tu casa. Fíjate que han pasado los mimos
años por ella que por ti, y ella está medio en el suelo. Volví
y le tomé la cara para darle un beso justo donde muere la ceja.
Después
de dárselo, la miré, de cerca. Mi Carla. Miré de perfil sus ojos,
y su nariz mofletuda, y las pequeñas arrugas que le enmarcaban los
labios. Ella los apretó con un gesto mínimo.
Me
alejé un poco, muy poco y la volví a mirar.
En
ese momento empecé a escuchar su voz. Miré sus labios cerrados y
comenzó a hablarme, como siempre hizo, poniendo la alegría sobre
cada sílaba. Comenzó de repente a mover sus manos con gestos vivos
para colorear las palabras que decía. Sus manos que permanecían
sobre las rodillas. Y miré su pelo, ondulado, sobre su siempre
huesudo hombro. Y mientras la escuchaba, me inundé de su perfume,
que no llevaba.
Ella
seguía hablando y miré a la plaza. Y allí estaba, en la esquina,
la tía Paca, claro, sentada en la puerta de la iglesia, y la prima
Teresita espantando las gallinas. Y mi Carla. Carla niña, saltando a
la cuerda. Soy la reina de los mares, ustedes lo van a ver, tiro
mi pañuelo al suelo y lo vuelvo a recoger. Una, dos y tres.
Dejé
de mirar la plaza y la volví a mirar. Le recogí un mechón mientras
ella seguía allí, haciéndose la interesante, su mirada perdida,
guardando silencio, manteniendo las manos sobre la falda granate.
Ella
seguía igual, pero yo no.
Eso
me bastó. Eso me basta todavía.
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Feliz semana.