SUCRE, Bolivia

Sucre, ciudad calma

Sucre es la capital de Bolivia. Sí, yo también puse esa cara. Resulta que hace cien años hubo una guerra civil y se llevaron el gobierno a La Paz, pero sólo el gobierno, el resto de poderes sigue en esta bella ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad y 800 m. más baja que La Paz.

Pasear por sus calles regadas de noche es algo que todo el mundo debería disfrutar. Huelen a pueblillos conquenses, de gente agradable, tranquila y sonriente, a pesar de haber llegado en una época un tanto revuelta, con gente encadenada en las puertas de los edificios importantes y en huelga de hambre tratando de trasladar la sede del gobierno a este tranquilo lugar.

Imagino yo que si trasladan lo de la sede, esta paz que aquí se respira se difuminará con los jaleos de toda una capital.

Esta zona estaba rodeada de bosques de cedros, pero pasaron los antiguos españoles, que imagino que eran como muchos de los turistas que visitan las playas levantinas actualmente: dejan rastro. En el caso actual botes de protector solar, condones, latas de cerveza y cocacola (bebe lo que ellos y acabarás siendo como ellos), bolas de papel aluminio y olor a after sun; en el caso de entonces ausencia de cedros. Los utilizaron para las construcciones y las minas, pero, ¡!, se olvidaron de plantar, ays, qué memoria.

La ciudad es preciosa, como os digo. Tenéis que venir.
Allí conocí a Cristophe, francés bolivaniense que gestiona un montón de eventos culturales, muy bien gestionados, por lo que he podido disfrutar; Domingo, director del museo, arquitecto y persona con la que me hubiera dado gusto hablar mucho más de lo que hablamos, de las casas, de adobes, de maderas, de construcción, de memoria, de... ays; Mónica, responsable de comunicación del evento y majísima... y así más gente, del centro de cultura alemán, de una fundación con guardería social de una catalana, de una escuela, de...

La sesión muy bien. Vi la noche anterior una obra de teatro que hablaba de buscar el éxito. Un mensaje duro pero muy bien escenificado por un grupo local de teatro. A la mañana siguiente mi sesión, que era al aire libre, pero al aire libre el sol también estaba libre y caía con una verticalidad casi absoluta, así que conté en un espacio mágico: los antiguos aljibes de la ciudad, donde hoy se encuentra el museo de los niños. Allí vino un montón de gente a escuchar las historias y las disfrutamos, vaya que sí.

De la mano de Cristophe descubrí las casas republicanas, las coloniales, su casa (que en breve será hotel) y bastante sobre la cultura y situación sociopolítica de la región. Gracias, claro.

Me hospedé en uno de los hoteles más bonitos que jamás he estado: El parador de Santa María. Un lugar precioso, lleno de detalles y calmo.

Calma es la palabra que define el lugar donde estaba en Sucre, pero una calle más abajo estaba la plaza, y al lado de la plaza el mercado, lleno de gente, con su bullicio, su palabrerío, su color, su olor, su variedad, su vida de mercado. Un lujo de paseo que duró casi todo el lunes, con las manos en los bolsillos y la música bandasonoreando mis pasos. La gente mira y sonríe. Siempre sonríe.

Marcho el martes, dirección Santa Cruz. El aeropuerto de Sucre es pequeñito. Allí, como en todo el país, hay niños que insisten el sacarle brillo a mis botas, que son de esas a las que no se les puede sacar brillo.

Mi avión se retrasa, sorprendentemente ;o), y saco un libro: El león que no sabía escribir. Un libro es muy poco para los tres niños limpiabotas que se acercan a mirar, menos mal que llevo más. Con los libros en la mano y los cajones de betún y gamuza a sus espaldas vuelven a ser niños. Ojalá hubiera tantos libros como para que los niños pudieran dar la espalda a su trabajo que no debería ser suyo.

El avión levanta la panza con dirección a regalarme un viaje precioso. Paso por La Paz, que es como ir de Alicante a Madrid pasando por Bilbao, pero cada uno va a Santa Cruz por donde le place, o por donde le llevan.




LA PAZ, Bolivia

De nuevo tengo la suerte de regresar a tierras bolivianas.
Este año se celebra el 40 aniversario de la muerte del Ché y en esta tierra, al parecer van a celebrarlo a lo grande. Pero yo no vengo por eso. Regreso a esta tierra a trabajar con mis historias.

El viaje, digno de contar. De Alicante a Madrid en tren con pena. En Madrid el vuelo de Aerolíneas se suspende y me llevan a dormir, junto a 150 personas más a... Guadalajara.
A la mañana siguiente de regreso a Barajas. Allí bastantes horas después de cuando nos habían dicho subimos al avión. Algún día os contaré lo sorprendente que puede llegar a ser una persona de 50 años comportándose como un chiquillo de ¿8? Ya os contaré.
El vuelo entre amigos, entre los amigos que nos había dado tiempo a hacer el día anterior. Llegamos a Buenos Aires de noche. Nos tienen dos horas esperando en un autobús. De allí a un hotel, en el centro de esta enorme ciudad. A mí me da tiempo a cenar y ducharme. vienen a por mí y cinco personas más. De retorno al aeropuerto de Buenos Aires rumbo a... ¿Sao Paulo? ¡Sí! Sao Paulo, Brasil... y yo sin tanga.

Allí más lazos, más dudas y por casi subimos al avión. Hubo que pegarse alguna carrerilla. De Sao Paulo (una ciudad impresionante desde el aire) a Santa Cruz (Bolivia) voy buena parte del viaje llorando, quizá el cansancio, quizá que ya se está terminando "Cometas en el cielo", de Housseini. De Santa Cruz a La Paz voy dormitando, a pesar de haber puesto atención a la azafata de vuelo cuando me explicaba qué tenía que hacer en caso de emergencia, pues estaba al ladito mismo de la puerta. "Lo más seguro es que me duerma -le dije- así que si pasa algo, salgan, pero no hagan mucho ruido, por favor" Sonrió, pero no tanto.

La Paz, desde el aire nocturno es brutal. Al llegar allí estaba María, una yeclana cooperante que gestiona todo el asunto cultural desde la embajada española. Ya he llegado, roto, pero estoy aquí y, por suerte, María está sonriente. Siempre se agradece.

En La Paz cuesta respirar. Cuesta hasta dormir. El hotel es de estos de 5 estrellas donde, con frecuencia, hay mucho mal educado y prepotente en el lado del mostrador donde se colocan los huéspedes. Al otro, siempre me encontré con gente maja. Ésta no es una excepción.

En esta ABRUMADORA CIUDAD he venido a realizar cuatro actividades: contar en la feria del libro, un taller de iniciación, ir a un departamento y conocer la ciudad.

De la primera os puedo contar que fue muy bien. Conté en diversas ocasiones para niños, niñas y personas adultas. A veces era difícil pues la megafonía sonaba justo encima del stand de la embajada de España (sí, contaba allí) y entre la altura, el mal dormir y el sobreesfuerzo, al tercer día mi voz quebró. Por suerte, en el desayuno tenía zumos de diversas frutas, chocolate calentito y sandía. Me he puesto hasta los ojos de sandía. No tiene por qué ser bueno para la voz, pero mira, por lo menos desayunaba genial.

El público paceño es muy agradecido. Quizá porque esté poco acostumbrado (aunque esto a veces es una razón de que no lo sea precisamente), quizá porque son la mar de dulces. No sé, pero la verdad es que me dio mucho gusto contar mis historias y al público parece que le gustó escucharlas.

En la feria tuve la ocasión de conocer a muchísima gente maja. Toda la organización de la Cámara del libro, toda la gente de administración, de prensa, el personal del stand, el de la embajada, el cónsul (un lujo comer), el embajador (nunca había charlado con un embajador, parecen tan... lejos, pero J.Francisco Montalbán mantuvo una cordialidad y cercanía muy agradable durante todo el acto inaugural y dos encuentros posteriores)... María, por supuesto, Lía (ahí queda pendiente), Lorena (con diplomacia), y, por extensión un par de cooperantes la mar de majos, más que majos, ays, que se queda corto: Marta y Cesáreo. Bueno, y no me olvido de Elody (la chica de la coleta cortada) y de su compatriota camarera que agarraba los vasos con ansiedad.

También a Gise y Romi, dos argentinas que venían a cubrir la presentación de un libro muy interesante: Ninguna mujer nace para puta. Evidentemente parte de una asociación que trabajan por la mujer boliviana, aunque el libro es una coautoría entre Argentina y Bolivia. La asociación se llama Mujeres Creando. Si estáis por La Paz, acercaros. Si María está un poco más relajada quizá tengáis la suerte de que os expliquen y conozcáis. Yo no la tuve, andaban un poco estresadas con la presentación del libro, pero el lugar me resultó muy acogedor. Pero claro, una cosa por la otra, tuve tiempo de pasear y compartir con Gise y Romi. Un placer. Conversaciones de esas que, de a poco, te hacen crecer. Suerte.

Marta y Cesáreo se animaron a venir al taller. Cuarenta personas (que en realidad, a lo largo del curso fueron sesenta y siete), doce horas y un montón de cosas por decir. Madre qué agobio. Maestras, maestros, gente del teatro, de la intervención social, de bibliotecas, de medios de comunicación, artes, psicología, estudiantes...Modificando la mayoría de ejercicios, quitando, poniendo, reestructurando intentamos que no se hiciera pesado ni lento y que diera tiempo a todo. Y salió. Más por ellos y ellas que por mi. Un grupo encantador, abierto a todo, con muchas, muchísimas ganas de aprender, de compartir, de escuchar y de contar. El último día el curso lo alargamos una hora y media para poder escucharnos y disfrutarnos. Y al final una sorpresa. Hay que ver cómo son. Gracias, lo pasé en grande.

Fui a contar a un departamento cerquita de la ciudad. Un pueblo
500 niños y niñas desde primaria a secundaria que, después de cantar el himno en formación militar y mientras se izaba la bandera (¡madre, qué miedo!) se distribuyeron en distintos espacios: ajedrez, lectura, dibujo, pintura y cuentos. Ole y ole. En grupos de casi 100 fueron desfilando para escuchar mis historias. Y vaya si las escucharon. Un espacio muy bonito el de aquel colegio. Después hubo una entrega de premios: libretas, bolis, lápices, rotuladores, pinturas de dedos... Premios que en algún colegio de mi tierra acabarían por el suelo. No es más pobre el que menos tiene sino el que menos sabe apreciar. Un día genial compartiéndolo con personal de la biblioteca municipal, de la cámara del libro, un papiroflexólogo y el premio alfaguara boliviano.

Y mis paseos pro la ciudad, en solitario, acompañado de la banda sonora de mi Ipod y de las sonrisas de la gente (no hay muchos con barba por aquí). La Paz es sorprendente, las cuestas tienen muchos más grados que las cervezas, quizá por ello las botellas sean de 660 cl. El oxígeno falta, sí, yo lo notaba sobre todo por las noches donde las ideas y las emociones se alborotaban tratando de deshacer una cama que nunca llegué a disfrutar. Vive mucha gente en la calle: pies sucios y caras sucias de niños de a penas dos años, acariciados por manos arrugadas y sucias también.

El tráfico es caótico pero fluido, hay muy pocas "trancaderas" como dicen. Por las noches, batallones de gente recogiendo basura, papel, y urgando en papeleras. Hay 24 h. de dvd's, comida, ropa, y arritrancos típicos. Los jardines son impresionantes. Todo un ejército de jardineros los miman cada mañana. Ojalá los ejércitos del mundo tomaran ejemplo y plantaran árboles y cuidaran los ya plantados. Quizá así tendrían más sentidos sus uniformes verdes.

Mareas de turistas llenan las tiendas de una cuesta interminable donde hay una calle dedicada a la brujería donde puedes encontrar disecados fetos de llamas, llamas cachorrillo, sapos, armadillos... ays. Los mercados son un estallido de colores y olores. Frutas, telas, bollos, carnes, quesos, más telas, tiendas de aparatos eléctricos e instrumentos de percusión (¿qué módulo de autónomo pagará?) La verdad es que pasear por esta ciudad es un regalo para la vista.

Por las noches Cesáreo, Marta, Lorena y María (ya quisiera haber estado en todas) me llevaban a cenar a lugares poco nativos, pero lo intentábamos. Quizá la penúltima noche lo conseguimos. Cenamos en un cubano donde el marido de Tere nos amenizó con su grupo la cena mientras los alrededores de la mesa se poblaron de parejas danzarinas. Al final, Cesáreo y Marta se animaron. El primero con cara de concentrado y una sonrisa como si le estuvieran grabando y Marta con su sonrisa amplia se hicieron un hueco entre los danzantes. No llegaron a confundirse porque el ir contando los pasos siempre se nota, pero oye, para ser un gallego y una madrileña... ya quisieran muchos.

Y cosas que me sorprendieron... Pues la educación de la gente; su amabilidad; la celebración del día de la bandera (¿?); la confirmación de que los militares son iguales en todos los lados (20 min. esperé a que me dejaran entrar en mi embajada, para ser un perseguido...); los limpiabotas, que están sindicados y van con la cara tapada (es como una doble vida, pero de incógnito); las cholitas (mujeres que llevan un atuendo especial, con dos largas trenzas negras y un bebé o un saco a la espalda), los vendedores de las plazas del mercado que son auténticos narradores mezclando el humor y aquello que quieran vender ese día: libros, ungüentos o dioses salvadores; los testigos de Jehová que parecen madrileños, están por todos los sitios; los madrileños, que parecen testigos de jehová, están por todos los sitios; la de cooperantes que hay en un país que cada vez está más tenso; las tensiones territoriales, absurdas, bajo mi punto de vista, en la mayoría de lugares donde se dan, y si no absurdas, por lo menos mucho menos importantes que otros aspectos más primordiales; la ciudad que se viene sobre ti desde cualquier lugar donde mires; la ciudad de noche, que se viene sobre ti desde cualquier lugar donde mires; las colas ante una heladería de helados al mármol; y la inmensidad. La Paz es una ciudad inmensa y bella. Es una parte más de esta Bolivia que, poco a poco, como el xirimiri, me va conquistando.

Y hasta aquí, que no me da tiempo a más.
Luego subo las fotos. Aunque alguna ya podéis ver aquí

ZACATECAS, México


No puedo seguir escribiendo en el Blog antes de terminar de contar mi viaje a aquellas tierras mexicanas. Sí, ya se que hace casi un mes que estuve, pero por mis adentros aún hay una frase que me recorre cuando pienso en Zacatecas y es: ¡guau! qué sensasión...

amable. De allí, de Zacatecas, y de fuera. Entre las narradoras y narradores que pZacatecas es una ciudad amable llena de gentearticipábamos en el festival descubrí a Inés Grimland, narradora argentina. Una de esas mujeres que cuanto más hablas con ella, más quieres hablar. Una maestra de la narración que desde el escenario no para de dar lecciones, por lo que cuenta y por cómo la hace. Nos sorprendió, y a mí, a lo grande, con una sesión donde habla sin perder la compostura de cómo vive y se siente una mujer de 50 años separada en la sociedad actual. Te ríes, pero acabas jodido, muy jodido. Antes nos había enternecido Maisa, otra grande. Una leonesa que con fiereza narra y vive, una rompe corazones millonarios que en nuestra tierra no habíamos tenido ocasión de intercambiar chocolates, cafés y conversaciones la mar de intensas. Un gusto.

Personas como Misael Torres, juglar colombiano, persona en constante efervescencia, que merece escuchar, compartir y aprender (que es algo innato si se cumplen las dos primeras).
Reencontrarme con Moisés Mendelewich fue todo un gusto. Él es un gusto. Una persona sorprendente, sin más. Creo que la sorpresa y la amabilidad es lo que recorrer su ser y así lo hace ver. Grande, por fuera y por dentro. Con él conocí a Marcela Romero, calladita... pero matona. Ambos nos hicieron disfrutar de una sesión genial. Marcela, además de dar unos abrazos lentos, me recomendó uno de los libros más intensos que he leído últimamente: Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini. Gracias, lo he disfrutado tanto.

J Villaza, o Jota, como se le llama, es un hombre con sombrero, un paisa colombiano, que cuenta desde dentro, con un ritmo fascinante marcado por unas palabras que dibujan otras bien contundentes. Jota es un narrador de esos que va en boca de todos y cuando le escuchas entiendes por qué. Yosune es mejicana y me quedé con la sensación de que debíamos haber hablado más, pero eso a veces es bueno, porque te da la seguridad de que nuestros caminos volverán a cruzarse y volveremos a disfrutar. Gabo tiene tres razones para contar, pero no se da cuenta de que ya lo hace, y que las tres razones que le dio su maestro son las de su maestro y que él ya tiene otras, y otras herramientas. Tenéis que verle la cara que pone cuando cuenta. Genial. Rosa Martha, mejicana también, es una mujer de sonrisa permanente mientras cuenta. Luego también, no vayáis a creer. Siempre peripuesta y dispuestas. Compartí con ella mi primera sesión. Con ella y con Marconio, otro narrador con guitarra, que lo mismo cuenta que canta que da palmas que toca el yembé. Una de esas personas que rumbean por dentro y cuando no pueden aguantarse uno acaba rumbeando. De otro mejicano, Argueta, diré ayyyyyyyy mis hijos... Un narrador con capa y que si le pides una nota te dará siempre un mí.

Hay personas que siempre me alegraré de encontrar. Una de ellas es Flora Ovalle. Venezolana que conocí en Barquisimeto, que encontré en Elche y Burgos, que pude disfrutar en Zacatecas y que probablemente vea de nuevo en octubre, en Colombia. Vaya, ya tengo ganas. Es imposible no sonreír a su lado, incluso cuando se enoja no pierde la sonrisa. Y cuando canta sus historias de tío tigre y tío conejo, uno no puede dejar de bailar.

Jaramillo es el hombre de la eterna sonrisa, pero por dentro. Organizador del encuentro de Buga (Colombia) es un hombre con una experiencia enorme como escuchador de cuentos. Quizá por ello tiene un criterio e ironía especiales. Benja Briseño, del D.F. es, simplemente sorprendente. Judtih Harders me sorprendió en su sesión. Hablaba un mejicano afrancesado que llenaba de cadencia (en su 3ª acepción) sus historias. Compartió sesión con Caroline Mantoy, francesa también, pero ella tenía un acento más francés que mejicano lo que no le quita mérito después de estar varios años por aquellas tierras.

Francisco Ibarlucea
me presentó en mi sesión, junto a María Eugenia Márquez. Los dos son mejicanos. El primero es un vasco en cuerpo de mejicano. No sé si os hacéis una idea pero es una muy buena definición. La segunda es la organizadora y parturienta en este festival. Y claro, como todos los partos, tiene sus momentos de dolor. Aún así es una mujer moto, de esas que su ilusión y fuerza hacen que pasen por encima de muchos obstáculos y recelos y ahí está el festival. Un festival que engalanó aquella ciudad. Un festival en el que Zacatecas se convirtió en la ciudad de la cuentería y la cantera. Con acto oficial y oficioso.

A todas las personas con las que he compartido mi profesión y ratos inolvidables: GRACIAS.


Conté en autobuses urbanos que allí llaman camiones, escuché a un cronista que no cesa en su empeño por unir las leyendas orales a la historia de la ciudad, disfruté de contar en Tlaltenango que con dos cervezas es difícil de pronunciar, sobre todo si las cervezas son zacatecanas. Dos cervezas zacatecanas, por favor...

En fin. Un festival lleno de gente majísima (simpática, que en México maja es un perfume) y donde aprendí un montón. Lo pasamos bien. Rodeado también de la gente que nos llevaba, nos traía, la gente del Instituto Zacatecano de Cultura, dos mozas que andaban siempre en el hotel dispuestas a todo lo que la moral y la legalidad permiten, la prensa, la radio, quitando un fotógrafo que para hacer su trabajo entorpecía el nuestro, el resto genial.

Y el público. Qué lujo de público: agasajador, respetuoso, amable... un encanto, vamos. Entre todo el público, entre toda la gente de Zacatecas, me quedo con dos mozas. Dos encantos con forma de persona que conocí el día de Maisa e Inés. Quizá por ello aquel día fuera tan especial. Llovió, dentro de la sala donde Inés contaba y eso hizo que el público nos apretáramos, y allí estaban Diana y Melina. De su mano aprendí esta ciudad y me enseñaron rincones a los que nunca habría llegado. Si vais por aquellas tierras no os podéis perder un paseo nocturno por la Bufa (un monte desde el que se domina toda la ciudad y en el que hay una cueva donde se esconde el diablo), tomaros un vino caliente en una crepería que hay detrás del mercado, justo al lado de la catedral barroquiquiquisísima, donde no faltan pobres en la puerta. No podéis marchar de allá sin probar la cerveza michelada con sal y salsa barbacoa o limón o... la verdad es que allí a la cerveza le echan de todo. Y sus bares, y sus calles, y sus noches, y sus tacos...

Y también me llevaron a La Quemada, unas ruinas que quedan cerquita y que merece ver por lo impresionante de aquellas construcciones que los antiguos (muy antiguos antes de la conquista) hacían sin recursos ni sindicatos. Unas ruinas donde se te pierde la vista en un horizonte distinto a cada flanco. Y todo eso disfrutando de un acento peculiar y de reír y caminar. Gracias a las dos y a Óscar que se unió en los dos últimos días.

En fin. Zacatecas quedó atrás en el calendario, pero no en mí, y no podía hablar de lo que sigue sin tratar de mostrar lo que ya viví (que ya te vas), aunque releyendo... me quedo corto.

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