Palpitares

Subiendo del colegio he visto las primeras flores de almendro.

Una flor de almendro provoca siempre una sensación calma y especial,  trae un ánimo a seguir, ya viene lo bueno parece decir, trae a la boca el recuerdo del dulzor de las almendras verdes (aunque nunca nos acordemos que las hay amargas y que si te empachas de almendras verdes lo pagarás sentado con música de bajo fondo).

Y con esa sonrisa que dan las cosas sencillas y geniales he entrado en casa, en silencio.

Chumbún, chumbún se oía chumbún, puchumbún dentro de mí. 

Hoy, 27 de enero, día en el que muchos celebran homenajes recuerdo de las víctimas del holocausto, (olvidando a veces pelear por los holocaustos vigentes), yo celebro que hace cinco años nació mi niño.


Hace cinco años algo en mí dejó de palpitar y comenzó a tocar. cambió el ritmo, las formas, las ganas y comenzó a tocar. Comenzó a afinarse mientras aprendía la melodía nueva del amar sin precedentes. Comenzó a tocar a los cuatro vientos con todas sus fuerzas, tocando hacia sotavento para que la música se oyera por doquier: tierra, aire, agua y fuego.

Y en esas estamos, bailando al ritmo que marca la vida compartida con un niño que cada vez es menos niño y crece por días y por viajes y por las preguntas que hace y las conclusiones a las que llega y por las palabras que utiliza que cada vez son más y por no salirse de la raya al pintar, y salirse menos al recortar, por encender el ordenador él solo y saberse la contraseña de windows, por alegrarse al regalar a sus amigos Donde viven los monstruos. Mi niño. Unos ojos que siguen descubriéndome, descubriéndonos, otra forma de mirar el mundo; ese mirar buscando, queriendo ver, queriendo saber, soñando los por qués y trazando puentes entre el deseo y lo real. Qué fácil es trazar un puente cuando eres niño, qué fácil es salvar obstáculos para seguir disfrutando.

Por suerte, su madre y yo, aunque nos pisemos de vez en cuando, aunque a veces nos apeteciera sentarnos a descansar, mantenemos el paso de baile firme y creativo en esta maratón de danza que es la vida.

Chumbún, chumbún, purumbun bumchumbún. Hoy el corazón, todo yo y la vida, somos una fiesta.

Una fiesta que quiero compartir y agradecer. Compartir aquí y donde esto llegue y agradecer a su madre, siempre ahí, y a él, claro.

Disculpad, voy a seguir bailando.

Contar con arena

Hacía tiempo había visto dibujar con arena, pero ayer me llegó el enlace a este video donde la artista, relata con sus manos la invasión alemana de Ucrania y consigue una gran ovación de un público emocionado.

La sincronización de la narración de la historia con la música es digna de una atención especial, acentuando más los dibujos que hábilmente va realizando.

¿Tienes ocho minutos?





Soy incapaz de mantener una conversación de más de una hora, aunque sea relajada o de un tema dispar, sin que en mi discurso aparezcan los álbumes ilustrados. Por un lado o por otro se me cuelan.

En mi casa, cuando alguien llega, es casi de visita obligada entrar al estudio y en él, ojear algún álbum. por lo mismo, por que en la conversación se asoma y acabo diciendo espera que te lo enseño, y ya estamos. Si esa persona muestra interés, la visita momentánea se convierte en pausada... Y si el interés se descubre pasión, es al estudio donde trasladamos las cervezas y la tarde.

El veintitrés de abril del 2007 decidí abrir un blog con la intención de comentar un libro, un álbum ilustrado cada semana. Ese año comenté uno nada más. En el 2008 fue tomando forma a qué era eso que quería hacer y en el 2009 ha tomado regularidad. Comento, cada lunes un álbum en la Biblioteca de los Elefantes, otro blog que mantengo paralelo a este. Tengo la suerte de no hacerlo solo, comparto en él pasión y trabajo con Soledad Felloza.

Cada lunes, un álbum. Todo un reto, pero sabemos que hay gente a la que le sirve de guía y eso hace que valga la pena. En los últimos títulos, incluso, nos atrevemos a sugerir alguna actividad que se puede hacer a partir de la lectura del mismo. Nuestro ánimo no va más allá que el compartir los libros que nos gustan, por una razón o por otra y, dada la cantidad de libros que se editan al año, creemos que no está de más hacerlo.

En Alicante, hace algún año, intentamos poner en marcha un club de lectura de álbumes. Cada mes nos juntábamos un grupo que oscilaba entre las tres y las cinco personas y cada una de ellas comentábamos uno distinto. Fue breve y complicado cuadrar horarios y espacios para poder coincidir, pero cuando se dio, fue un lujo mirar los álbumes con otros ojos, desde otras perspectivas, aprender y hacer crecer el universo de cada uno de los álbumes elegidos. Un lujo de los grandes. En Monóvar andan intentando cuajar un club así y me encantaría porque me pilla cerca.

Con la Biblioteca de los elefantes, siempre me quedaba la cosa esa de creer que se estaba mal aprovechando el esfuerzo y el punto de encuentro, me invadía la duda, el no saber cómo. Siempre echaba de menos esa parte conversacional.

Desde hace una semana, igual que este blog se actualiza automáticamente en la página de fan (me hace tanta gracia), mi Biblioteca, también tiene su sitio en Facebook. Así que hoy, coincidiendo con un artículo que habla sobre uno de mis libros favoritos, me lanzo a crear un Club de Lectura de Álbumes Ilustrados. El Club de Lectura de los Elefantes, nace para hablar de libros que no se olvidan.

Usando los foros del Face, colgaré cada semana el título comentado en el blog con una breve o extensa opinión, más particular, con el ánimo de conversar. La intención es que cada persona que le apetezca, vaya a su Biblioteca Pública o particular y busque el álbum concreto y lo disfrute, lo lea, le busque, lo husmee, lo desconfíe, lo goce y, sobre todo, que todo ello lo comparta. La intención es mirar, leer, escuchar, disfrutar el libro con otros ojos, otros pareceres, otras manos, otras ideas, lenguas, culturas, miras, valores. Si miramos el libro desde muchos otros, lo acabaremos haciendo más nuestro y en ese nuestro cabremos más gente en este momento donde hay lugares en los que se dice que no cabemos todos.

Ojalá os animéis, me apetece mucho, mucho, aprender y hacer más grandes las páginas de cada uno de esos libros y, por supuesto, si te apetece hablar de algún título en particular, no dudes en proponerlo.

Esta semana empezamos con Juul un libro genial del que ya podéis leer mi recomendación en el blog y mi opinión en el foro. Un libro tan especial que merece ser el primero de este club. Un libro sin edad y con un universo lleno de abismos y de prados.

Y tú, ¿lo has leído?

Gracias.

Como cada lunes, comenzamos la semana con una palabra... ¿nueva? La verdad es que ésta yo no la había leído en mi vida. Y escuchado, creo que menos...

Intenta, antes de leer la definición, imaginar a qué suena esta palabra, cuál puede ser su significado.

C o n d u c h a r...

Ducharse en compañía no es su significado, pero es una idea genial para ahorrar agua.

Conduchar es una actitud en la vida, algo que en algún momento todas las personas hemos hecho, algo que, en algún aspecto seguimos haciendo, aunque tengo mis recelos de que sea bueno hacerlo en exceso, por supuesto, todo esto referido a la primera acepción.

¿A ti qué te parece?


conduchar.


(Del lat. *conductāre).



1. tr. Bad. Gastar algo con cuidado para que no se acabe pronto.


2. tr. Bad. Dar coba.


Feliz semana. La cuarta del año. ¿Cómo van esos propósitos del año nuevo?
El viernes noche, luna llena, la primera del año. Que no se te escape.

La maldición blanca


La maldición blanca


El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.

Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.

Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.

Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.

Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.
De la maldición blanca, no se habló.

La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:
—¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?
—El anterior.
—Pues, que se restablezca.

Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados.

Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.

A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad.

Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.

En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.

En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública.

La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.

Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años.

Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.

Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.

Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.

En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso.

Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.

En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.

Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.

HAITÍ

Pobres ya estaban. Más que pobres, míseros. No eran, estaban. Un pueblo machacado por los blancos y negros de su historia, impuesta en la mayor parte de las ocasiones pero cuando han tomado ellos, su gente, las riendas, han hecho historia grande. Fue el primer país libre de las Américas, pero les duró poco. Es (sí, es, sigue leyendo) y ha sido un pueblo machacado y remachacado por la indiferencia y permisibilidad de resto del mundo: nosotros. ¿O acaso no sabíamos que era el país más pobre de América? ¿Nos preguntamos en algún momento por qué?

Ahora siguen pobres y  muchos han perdido lo poco que tenían: su gente.  Ahora siguen pobres, ¿más?, lo nuevo es que ahora son una población damnificada. Su pobreza, su hambre, su situación cotidianamente injusta no bastaron para salir en la tele, para ser noticia.

Sí el temblor. En todas las teles del mundo. Parece que de manera inconsciente, nos de miedo aquello que nos puede pasar a todos. ¿Quién se libra de un terremoto así? Parece que, de manera inconsciente, pensemos que la pobreza es cosa de otros, de los de allá, de los de allí, de los de lejos. Sin caer en que nadie, NADIE elige el lugar donde nació y que eso precisamente, aquello que no se elige, es lo que más limita el desarrollo normal de una vida. Sin caer, tampoco, con ojos cerrados o vendados, en que la pobreza está aquí, que la pobreza parece un huracán vuelto vendaval y que ya levanta por los aires a muchas familias.

Damos dinero, mandamos aviones cargados de comida, ocupamos nuestro tiempo en hablar en cómo actuar para apagar el hambre de ahora, que es igual y tan urgente como la de antes. Pero de aquí a unos días, Haití ya no ocupará nuestras comidas o cenas frente a la pantalla. En nuestras conversaciones aguantará un poco más, pero poco. Si acaso al año nos darán un reportaje en Informe Semanal de cómo fue y alguna historia de algún superviviente. Sin embargo, la pobreza seguirá allí y la ayuda será sustituida por el olvido global, por el silencio, por las no visitas de la ONU ni representantes de nada, a no ser que haya que inaugurar algo. Lamentablemente, no se olvidarán aquellas empresas y gobiernos cada vez más frecuentes que en cada desgracia ven un harto negocio. El negocio de la reconstrucción, que en este caso será poco lo que hay que reconstruir y mucho lo que hay que construir. Ojalá me equivoque en todo. Pero en casos así me cuesta soñar.

Hay más países pobres. Tan pobres como Haití ahora, pero disimulan su pobreza como lo hacían en aquella tierra: con casas de chapa, tablones, barro el que más, y sonrisas amplias como la esperanza. ¿Les hará falta un terremoto para fijarnos en su situación?


Os dejo con los trabajos de Eneko y Galeano sobre este trozo de tierra tan bella como abusada.

La humillación imperdonable


En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.



El delito de la dignidad

Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.
La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.

La tradición racista

Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización". Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: "Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses".
Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: "Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas". Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro "puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras".













EROS, el dios.



El sábado nueve de enero fue un día intenso. Tras la sesión en Alcorcón, tuve el placer (el primero de la tarde) de comer con personas a las que quiero. Qué locura este Madrid. Encontrar cerca de plaza de Castilla un sitio, así, hogareño para comer, al parecer es complicado, así que nos fuimos a uno de gastronomía tan global como la economía, pero lo disfrutamos como si hubiéramos estado en Ca'Pepe comiendo sus huevos con espárragos y papas al mojo con tomate y jarras de cerveza van y jarras de cerveza vienen. La verdad es que de cerveza no, pero de sangría sí que cayó alguna.


Teníamos una cita importante (otra, vaya fin de semana), una Exposición de Erotismo privada, procedente de una colección particular y a la que sólo se accedía mediante invitación. Un lujo, vaya. Y si ya la propuesta era atractiva, la exposición resultó una pasada. Al principio solo éramos tres los visitantes de la exposición (Pep, Mariage y yo), así que a una de sus comisarias (Alicia), le dio tiempo a explicar detalladamente cada objeto expuesto, su utilidad, su historia y su contexto: dónde lo había adquirido, por qué, qué había oído sobre el objeto... Atendió pacientemente a nuestras preguntas y atendimos con afán a sus respuestas. Tras la visita, brindamos con otra botella de Espumante (Champín para Pep) que había preparado al otra la segunda comisaria, (Carmen) y después llegaron Manuel Légolas con Beatriz, y Dani y Nieves de Borrón, y Rafa Ordóñez, y Alicia Mohíno y parecía aquello un encuentro de narradores sin haberlo previsto. Gente que le damos a la lengua en un marco perfecto.


En la exposición había tres salas. La primera de libros, cuadros y pequeños objetos sin uso aparente pero presente, como el del fauno de la foto; Libros de erotismo masculino, femenino, aunque hablar de género en el erotismo no tiene sentido. Lo erótico erótico es, al margen del resto. Libros muy interesantes, de fotografía la mayoría, y otros de historia general o particular del tema. Entre los cuadros pudimos contemplar un original de Viollet Le Duc dibujado con sepia o sienna, dos técnicas que a mí me sobrecogieron cuando las practiqué. Un original lleno de misterios... y hasta aquí puedo leer.


Uno de los objetos que más me llamó la atención, sin duda alguna, fueron los libros de almohada. Tablillas de hueso, marfil, barro o madera que iban engarzadas con hilo de lino o cuerda y representaban distintos caminos para disfrutar del sexo en compañía. Al parecer, la formación sexual de las mujeres en el antiguo nipón, era poca al igual que su experiencia, así que en su unión, les regalaban estos librillos para que les sirvieran de guía o de sugerencia. A mí me parecieron geniales y creo que incluso hoy tendrían su venta al servir a modo de juego. Di un número del 1 al 12... hoy nos toca...



En la segunda sala se exponían piezas de una excelsa delicadeza. Sobre dos mostradores de vidrio, y con las paredes en negro, se presentaban netsuqkes, inros y perfumeros, bajo dos preciosos libros de almohada enmarcados con gusto exquisito. Los primeros, los netsukes, eran una especie de broches para el kimono masculino, que va sin botones ni cremalleras ni nada. Entonces se  ponían estos objetos de reducido tamaño pero de un detalle asombroso, y, a parte de servirles como de broche, lo utilizaban para colgar el inro, que es una especie de bolsito donde llevar lo mínimo (el móvil, el mp4, el dni y carnet del club de hippys).


Era asombroso observar la cantidad de detalles que poseía cada uno de ellos. Un trabajo realizado también sobre marfil o hueso. Verdaderas bellezas de la talla donde, manteniendo unas proporciones perfectas en cuanto a la perspectiva, no se les escapaba detalle alguno. Algunas piezas estaban engarzadas como se engarzan las parejas cuando retozan. Una maravilla vamos, que, (con manos temblorosas en mi caso por lo torpe que me caracteriza, aunque pude comprobar que mi torpeza no es de las mayores), engarzabas y desengarzabas hasta comprobar que a la pareja se le dibujaba una sonrisa aún más marcada.


Otra pieza curiosa eran las que guardaban sorpresa. La de la foto, por ejemplo. Era un huevo de cuyo interior asomaba la cabeza de un pollito, pero si tirabas de la cabeza, salía adosada a ella una mujer sonriente, cómo no, que estaba gozando del autoplacer calmo y tranquilo y en la serenidad que debe dar el interior de un huevo. Así había dos o tres objetos geniales que a mí me dejaron con los ojos bien abiertos.

La tercera era una simulación de lo que podría ser una habitación para el placer, pero claro, hay que entender que al ser de interior las personas que exponían, necesitaban de un ambiente especial para gozar del placer sexual. Yo al ser mediterráneo, atisbo en cualquier lugar un balcón o rincón romántico donde retozar. También había un armarito con un montón de objetos curiosos como el típico mechero que le das la vuelta y a la moza se le baja la parte alta del biquini; un sacacorchos cuyo mango es un niño desnudo típico de fuente y el sacacorchos, pues eso; varias barajas de cartas, de dados, de tablero, objetos varios, una piruleta con forma de polla... Todos comprados en comercios convencionales, nada de sex-shops ni tiendas eróticas...

Un lujo y placer de visita a la exposición. Por la exposición, por la explicación que fue más que entregada, por la invitación, por la atención y por el encuentro, que no acaba en -ción pero nos alegró un montón (un poco forzada la rima pero ahí está).

Me hubiera quedado más rato, pero me esperaba una autovía nevada con un carril para cada sentido que iba abriendo la quitanieves. Tensión que te hace conducir con atención. Estoy que me salgo. JA.



Nunca había estado tan tranquilo entre dos comisarias. Gracias.

Es mi sexta actuación en el año y, tras un genial encuentro con los Légolas, en la ciudad donde hace años viví, Alcalá, vengo hasta Leganés, recogiendo antes a Ventura y un par de amigos más (Patxi y un malagueño mu graziozo, un no parar). En el local ya están los Légolas y extensiones y más gente querida, entre ellas Paqui (de nuevo) con una amiga de Leganés y Lorena de Volvoreta. Madre qué nervios.


El local es chiquitín. Chiquitín que cuando Ventura me dijo que se llenaba con más de 70 personas pensé en cómo nos íbamos a organizar. Es un lugar de dardos, con dos dianas, una televisión de plasma, una barra todo lo fondo del local (con su cocina) y una columna en medio.

La gente va llegando puntual. Esperamos a que acabe le primer tiempo del fútbol y sin rechistar se apaga la tele, se coloca la gente (unos 70) ¡de pie! y comienzo a contar. Es genial el silencio y la atención, es inmediata la implicación y la entrega a las historias, casi no tengo que hacer nada para que se de la complicidad. La primera parte surge y pasa sin interrupción ni ruido alguno. Mientras voy contando las historias voy por dentro reparando en que es sábado pro la noche, que en el público hay un montón de gente joven, que son las 12.00 y que lo estamos pasando bien.


Para el descanso llegan sandwiches, cortesía del local, de salami, claro y queso. La segunda parte es aún mejor. Los guardias civiles de Los mellados sobrevuelan el poco espacio aéreo que queda libre en el locar, pero no pasa nada, la gente le hace sitio. Sin parar, solo para reírnos y disfrutar. Un lujo, pero lujo lujo de los grandes. A este sitio hay que volver.

Al acabar son muchas las felicitaciones, y más las direcciones que me apuntaron en mi libretica para estar informados de mis movimientos laborales (que yo el cuerpo lo muevo lo justo). Muchos me decían que les había encantado. He visto al santo -decía uno, pero para mí que había fumado.

Daniel el dueño se lo había currado, con su gente, sus clientes. Encontrar un público de variada edad, que mantiene una escucha y un disfrute profesionales durante hora y veinte DE PIE, merece que me quite el sombrero y que la próxima vez que vaya les entregue lo mejor que pueda de mis historias.

De momento me veo obligado a hacer fotos con el móvil, ya lo siento. A ver si tengo suerte y en un paseo me pide un turista que le haga un par de retratos.

De vuelta, en la noche, vine pensando en la vida de barrio, esa que pude disfrutar en la infancia y que hace que uno se pueda saludar con el nombre y las ganas al cruzarse por la calle con su gente. Todo un privilegio en estos tiempos y, que sin duda, la gente de El Arco goza. Y eso se nota. Fue una guinda genial a cuatro días de trabajo en el centro peninsular, a un día maravilloso con amigos queridos y al arranque de año nuevo. Gracias público del Arco.


El café El Siglo es uno de los bares que programa Ventura. Ventura y yo nos conocemos desde hace un montón de años y es conocido por la mayoría de los narradores. Es un programador de los que cuidan detalles y tiene un nosequé en la forma de tratar a la gente que provoca que le quieran. Majo donde los haya y enamorado de las historias, anda siempre buscando lugares donde se pueda dar espacio a espectáculos de la palabra. De su mano he visitado lugares míticos como El grito, de Usera, o el Reporter, un lugar donde la gente cenaba mientras tú actuabas. También La antorcha y varios más.

En este viaje me ha conseguido dos y del café del siglo me dijo que iría mucha gente y que el lugar era muy bonito. No se equivocó en nada. El café El siglo está ubicado en el barrio de Villaverde. Yo llego  el viernes 15, guiado por mi tomtom que en las grandes urbes me ahorra vueltas y kilómetros. El espacio es bonito, amplio y con gente desde el momento en el que llego, hora y cuarto antes de empezar. Conforme leo el periódico y tomo una cerveza, la gente va llegando, entre ellos gente querida como Isa y sus amigas, compañeras de trabajo como Paqui (con doce más), y gente que voy conociendo a través del facebook, como Raquel o  María que viene con su novio desde Alcalá. Entre le público también hay gente que viene por el correo y muchos convocados por Ventura, y otros por el propio local y sumando sumando, el plubicómetro de Ventura calcula en 125 la asistencia en su momento cumbre.

La primera parte fue genial. Los cuentos salieron sin pensarlo, a disfrutarlo porque el público entró enseguida en la dinámica y estaba atento y con ganas. La segunda el público también, pero en una parte de la barra se fueron acumulando ruidos y voces, tanto que tuve que cambiar el rumbo y optar por historias más cortas y sin silencios. Fue un gustazo contar en este local con una cúpula preciosa a la altura del techo, que poco a poco irá puliendo pequeños detalles para ser un lugar donde la palabra fluya de principio a fin. Ojalá pueda volver por allí en marzo o en mayo que regreso pro la capital.

Lo disfruté mucho y el público creo que también. Solo tengo esta foto que me manda Paqui, que me hice con su gente. El que casi no cabe no es que sea bajito ni se haya caído, es que casi no cabe.





Miércoles, viernes y sábado. Esos fueron los días en los que anduve contando por los madriles en las bibliotecas municipales. Ya estuve hace un par de meses y quedé muy contento.

La semana pasada regresé. La primera sesión la hice en la Biblioteca Municipal de Canillejas. Hubo un pequeño problema de coordinación y no se avisó a los usuarios, así que éramos cinco chavales, una madre y el personal de la biblioteca. Pero lo pasamos bien. Me senté, con la maleta abierta y de allí y de las estanterías de álbumes iban saliendo los cuentos. Al final, acabé con mi versión del cuento de las manos, una historia de mediomiedo pero que crea una tensión especial en toda aquella persona que la escucha. Madrid me recibió lloviendo y así me despidió la noche, viendo cómo las gotas echaban carreras de convocatoria en el cristal de la ventana del hotel.

El viernes tenía una sesión de adultos. Esta vez fue en la Biblioteca de Fuencarral. La biblioteca posee una arquitectura curiosa y caprichosa. En el salón de actos había una exposición de pintura realista donde paisajes de montañas del mundo parecían verdaderas fotos. A la sesión acudieron pocos de público, también. Vaya año llevo -pensé. A mí no me sabe mal contar a poca gente, pero he de reconocer que el ambiente no es el mismo. La gente tarda más en exteriorizar sus emociones. La risa sale más entrecortada y a veces se contiene. En este caso éramos dieciocho personicas, bueno diecinueve si me cuento como persona, pero las historias fluyeron sin esfuerzo y fueron muy bien acogidas por el público presente. Algunas iban de la risa a la sorpresa. Fue genial contar una selección aleatoria de historias adaptándolas a la situación. Lo pasé bien y creo que el público también.

El sábado fue la tercera y última, en la Biblioteca de Villaverde. Allí me esperaba, casi sin saberlo, Magda Lavarga, pero se fue enseguida, que contaba en otra biblioteca. También vino Lorena, de Volvoretas, con su sobrina calma y dulce Aitana y Carolina Noriega, una amiga de la que hablaré en el siguiente post. Bueno y un montón de gente más. La sesión Cuentos de maleta salió redonda, con varios cuentos, alguno que no se esperaban, mezclando mis libros con los del fondo de la biblioteca. Los niños y niñas, participando casi tanto como las personas adultas, que no bajaban la guardia a ver qué pillaban entre las palabras y gestos que salían de mi boca y manos. Lo pasamos bien. Seguro.

La verdad es que las tres bibliotecas son totalmente distintas arquitectónicamente. El público que las utiliza y disfruta también es distinto al estar ubicadas en barrios dispares. Pero todas tienen una cosa en común que ya me llamó la atención en mi anterior visita y es la atención de su personal. Es un lujo trabajar con gente que valora y mima tu trabajo. Un lujo de los grandes y eso siempre hay que agradecerlo.

perita: NARGUILE

Me encuentro terminando Narradores de la noche, de Rafik Shami. Un libro precioso e imprescindible que, tomando como eje principal el arte de narrar, aborda muy distintos aspectos de la vida y las relaciones humanas, entre ellos los sueños, la esperanza, la amistad, la palabra, la escucha, la lealtad, la gratitud... Un libro genial al que dedicaré algún artículo en este blog en cuanto lo acabe.

En el primer capítulo apareció una palabra que me llamó la atención por desconocida para mí: narguile.

Teniendo en cuenta el contexto en el que se desarrolla la historia, mi intuición no fue muy desencaminada hacia su significado, pero aquí lo dejo:


narguile.


(Del fr. narguiléeste del turco nargileeste del persa nārgil, y este del sánscr. nârikela o nârikera, coco).





1. m. Pipa para fumar muy usada por los orientales, compuesta de un largo tubo flexible, del recipiente en que se quema el tabaco y de un vaso lleno de agua perfumada, a través de la cual se aspira el humo.

Y ahora me pregunto... ¿cómo se llamará el curioso borboteo que se produce al disfrutar de estas pipas?

Feliz semana.

PASOS en enero


sesiones de félix albo 


ENERO, comienza un año entero


¡¡FELIZ AÑO NUEVO!! Sí, ya sé que estamos casi a mediados de mes, pero uno no tiene por qué dejar de desear un buen año hasta pasado noviembre... que ya se ve cómo va yendo el año.


De momento empieza con ganas, y eso es importante. El pasado 8 de enero, el día de la nevada grande que me pilló entre Almansa y Albacete (7 horas para recorrer 69 kms.), se fundó AEDA, la Asociación de profesionales de la Narración Oral en España. Es un paso importante para mi oficio y ando la mar de contento ¡lele lerele!. 


También estoy contento porque he hecho un espacio en FACEBOOK y la gente está respondiendo muy bien y ando descubriendo una nueva forma (para mí) de interactuar con el público, programadoræs y narradoræs. Está chulo eso del "feisbuc". Ahí colgaré todo lo del blog y más fotos y más cuentos.


Este año está lleno de propósitos, todos buenos, eso sí, por lo menos de entrada. Entre ellos, el estreno de una nueva sesión ZAFA, pero de eso ya hablaré en marzo.


Y en este mes, con el viento que hace, la lluvia y nieve que caen y el frío que pela,  ¿dónde va a estar uno mejor qué mejor que escuchando cuentos?. Pues si te apetece, yo andaré contando por Madrid y Agüimes ¿Te animas?:


mie 13. MADRID, mad
18.00 h. CUENTOS DE MALETA, sesión familiar en Biblioteca Pública Municipal Canillejas, c/ Las Musas, 11.


vie 15. MADRID, mad
19.00 h.  YAYERÍAS, NUDO sesión adulta/juvenil, en la Biblioteca Fuencarral, c/ San Lorenzo, 38.
22.30 h. YAYERÍAS, NUDO sesión adulta/juvenil, en el Café El Siglo, c/ Doctor Martín Arévalo 14, metro Villaverde Alto, Bus 22, 86. Al final, queimada.


sab 16. MADRID, mad
11.30 h. CUENTOS DE MALETA, sesión familiar, en la Biblioteca Villaverde, c/ Villalonso, 16.


LEGANÉS, mad
22.30 h. LAS CUATRO ESQUINAS, NUDO, en El Arco, c/Batalla de Trafalgar, 14, Tras la Universidad, cercanías y metro Leganés.


28 jue-dom 31 AGÜIMES, lpm
XX Festival internacional de Narración Oral Cuenta con Agüimes. Ya fui el año pasado, pero me llaman este año para celebrar esta gran fiesta en el festival de cuentos más antiguo de este trocito de tierra. Un lujo, claro.


Y poco más, desear que paséis un mes genial, que es el primero y siempre hace escuela, y nos vemos donde queráis, por las sesiones, por las carreteras, en los bares, en el feisbuc, en el blog... Pero seguro nos decimos algo.


Salud y sueños bonitos. Abrazos a capazos.


Félix Albo

Contar en Alcorcón

Empecé mi año contador el día nueve, sábado. Y como era nueve, pues se nueve se formó mi público. La sesión fue en una librería, a las 12.30h. Librería Fábula, un espacio chiquito, acogedor y repleto repletísimo de libros. Al fondo, Ricardo, su dueño, guardaba un secreto: una salita infantil. Allí esperé a los niños y niñas que acudieron. Como éramos pocos pude casi contar a la carta: ¿De qué quieres el cuento? ¿De animales?, ¿de colores?, ¿de bichos raros?, ¿de piratas?... Y así pasamos la horita, de cuento en cuento, de libro en libro.

En este año estreno una nueva aplicación en internet (mira que me gusta) Se trata del Google Maps. Cada sesión que realice la dejaré enlazada con esta maravilla y así, a final de año, podré ver por dónde me he movido y cuánto (que espero que este año sea no poco) En fin, este es el enlace. En breve más.

El viernes tenía una cita muy importante en Azuqueca de Henares. Se iba a fundar AEDA, la Asociación de profesionales de la Narración Oral. Una idea que lleva rondando a muchos desde hace años, a mí,especialmente tres, y que desde agosto del recientemente pasado año se tomó en serio gestar. Desde ese mes, viajes, llamadas y mensajes de correo electrónico fueron dando forma a los estatutos y documento marco de aquella idea. Tras la convocatoria general, la recepción de solicitudes, la comprobación de los requisitos, vino la cita de la fundación.

Desde Alicante salíamos dos, Mario y yo. Cada uno en su coche por no poder ajustar los horarios de vuelta a gusto de ambos. Quedamos en las bodegas BOCOPA, Elda, para comprar un par de Marina Espumante. Elda estaba nevada. Creo que en los veinte años de mi vida en la provincia, nunca había visto nieve cuajada en los muros del castillo de Petrer. La nieve en Elda, Petrer, Sax y Villena nos anunciaba lo que iba a venir. Pero no tanto.

Primero dos horas parados porque una quitanieves se había quedado atravesada en la carretera. Vimos llegar con alegría una macrogrúa de camiones. Después cinco, y digo cinco horas con sus sesenta minutos cada una de ellas, parados por un accidente múltiple y porque la quitanieves (recién sacada del arcén/calzada y reincorporada a la circulación) se quedó entrampada en la fila de coches que se iban acumulando en el atasco. Un caos que aproveché para escribir un cuento, dormitar, disfrutar de la ventisca, orinar en un bote de comida de peces (la ventisca me hubiera puesto perdido), comer pipas, hablar con unos de un audi que quedó al lado y no tenía cadenas, poner mis cadenas, ver cómo asombrosamente se acumulaba mediometro de nieve alrededor de mi coche y de todos, quedarme sin batería en el móvil, en el portátil, leerme los estatutos de la asociación varias veces, señalar, anotar propuestas, pensar en comer en La Almarcha, en La Gineta, en Albacete, en Villar de Chinchilla...


Cuando se reestableció el tráfico, tras empujar a los siete coches cercanos para dejar pasar a la quitanieves y volverlos a empujar para hacerlos llegar al camino que había despejado esta, Mario y yo comimos un bocadillo delicioso en Bonete que fue el primer pueblo que pillamos. Salimos a las 10.30 de Villena. Comiendo el bocadillo eran las 17.30. No me preguntéis cómo pero invertimos siete horas en hacer 69 kilómetros. Mario se volvió porque la reunión era a las 16.30. Yo seguí porque, para aprovechar el viaje, me había preparado dos citas el sábado.


Seguí a 40 kilómetros por hora, a 60, en La Gineta pude ver otro accidente múltiple, pero en sentido contrario que ya estaba acumulando coches. A las 21.30 h., doce horas después de mi partida desde casa, hacía entrada en la sala de reuniones, donde acababan de terminar y ya estaban brindando por la fundación de AEDA. Tal fue la alegría que ni me importó que Pep Bruno llamara Champín al Marina Espumante.

Un lujo de abrazos, ganas, emoción, besos y risas. Después una cena calma y caliente y a dormir.

Los objetivos reflejados inicialmente en los estatutos son:

-Promocionar, mejorar y difundir la narración oral en cualquiera de las lenguas habladas dentro de las distintas comunidades lingüísticas de España.
- Dar visibilidad al oficio y buscar una voz común.
- Impulsar la recopilación y elaboración de documentos sobre el oficio de narrar.
-Crear ámbitos de reflexión e investigación sobre el oficio y favorecer la formación de profesionales de la narración.
- Mantener relaciones de colaboración e interlocución con otras disciplinas escénicas, festivales, circuitos, publicaciones, medios de comunicación y otros colectivos (universidades, profesionales de la investigación y de la literatura...).
- Divulgar e informar sobre cuestiones relativas a la actividad profesional de la narración oral y a sus condiciones de trabajo.
-Dignificar, prestigiar y mejorar la imagen de la palabra viva y sus profesionales.
Como no pude participar en las votaciones, me colocaron un cargo, de manera que la primera junta directiva de AEDA está formada por : Presidenta: Virginia Imaz; Vicepresienta: Ana Griott; Secretario: Félix Albo; Tesorera: Carmen Fernández (Légolas); Vocales: Carlos Alba y Cristina Verbena. El resto de socios y socias, hasta la siguiente convocatoria son: Pep Bruno, Mercedes Carrión, Iñaki Carretero,  Soledad Felloza, Carles García (Zarándula), Victoria Gullón, Eugenia Manzanera, Ana Rodríguez, Inma Ruiz, Ignacio Sanz, Mario S. Caballero y Charo Pita.

De manera que somos 5 personas de la Comunidad de Madrid, 3 de Euskadi y 3 de la Comunitat Valenciana, dos de Galicia y una respectivamente de Asturies, Aragón, Castilla La Mancha, Castilla y León y La Rioja.


Un lujo.  Ahora seguimos trabajando, con ganas, que se nota, con ilusión y tratando de ajustar las necesidades para que no solo beneficie a las personas asociadas, sino que sea bueno para el oficio y, por extensión, para las personas que disfrutan escuchando los cuentos y para la cultura.


Apareció en una conversación rápida y fugaz que se deió el viernes, a las 21.30 h. Apareció sin más, y entre sonrisas. Virgulilla es una palabra que asusta pronunciar cuando la ves escrita. Virgulilla parece... qué se yo.

A ti... ¿a qué te suena? A mí se me ocurre una metáfora graciosa y socarrona sin elaboración.


virgulilla.


(Del dim. de vírgula).



1. f. Signo ortográfico de forma de coma, rasguillo o trazo; p. ej., el apóstrofo, la cedilla, la tilde de la ñ, etc.


2. f. Raya o línea corta y muy delgada.

comerás huevos, decía ese refrán que tanta rabia te da escuchar cuando eres pequeño, por lo menos a mí.

Y así me pasé media infancia soñando con poseer los privilegios del adulto, y toda la adolescencia peleando por ellos. Y soñé de niño con comprarme un tarro de nocilla, pero solo de la blanca y comérmelo mientras veía una de las de Sandokán a todo volumen y hasta más de las nueve y media, y echarme más colacao que leche en el desayuno, y no desayunar, por lo menos a primera hora porque prefería seguir retozando hasta las doce,  o mejor las cinco de la tarde, y no ir a misa, y tener las llaves de la casa de mis padres que era mi casa para volver a las 10 de la noche, y a las 12 después, y a las 3, o no volver, o por lo menos no hacerlo solo, y las llaves del candado de mi moto, una Puch cóndor amarilla con sillín negro, y las de mi renault 18 blanco para cogerlo y marchar a, a..., a Madrid, o a Santiago de Compostela, o a Las Negras, o a donde sea. Y peinarme con la raya al otro lado, o no peinarte, o mejor dejarme el pelo largo (lo tuve), y barba (desde los diecisiete).

Y comer huevos, sí. Dos. Me como dos, como decía el cuento. Y poder abrirme una cerveza a media noche, al llegar a casa,  y dormir sin ropa interior, y exterior, y no ducharme en siete días,  y conducir. Yo soñaba con poder conducir.

Pero te haces joven y te das cuenta de que esos privilegios, en realidad, llegarían con el tiempo, que lo único que consiguió tu lucha fue anticiparlos, y algo de desgaste, y marcar y delimitar tu personalidad frente a los tuyos.

Pero creo yo que el refrán no se refiere a esos huevos. Esos huevos siempre llegan, tarde o temprano. Uno acaba por sentarse a la mesa de la vida a saborearla o no, dependiendo del hambre que tenga y las ganas de disfrutar y probar sabores nuevos.

Creo yo que se refiere a otro tipo de huevos fritos. Esos con los que nunca has contado, que nunca has soñado. Que no te podías ni imaginar. Esos que aquella edad no te permitía saber siquiera que existían. Huevos que son hechos, momentos que nunca pasó por tu cabeza lo especiales que pueden llegar a ser. Momentos que has disfrutado de niño, pero que la calidad de adulto te ha hecho compactarlos en la memoria y que ahora, solo cambia la perspectiva, pero cambia tanto.

La mayoría los estoy descubriendo a través del goce de educar.

Uno de ellos es esta noche. La noche de Reyes. 

Cuando hace dos días acompañamos a Pau a llevar su carta a correos, oficina que conoce de acompañarme a enviar facturas, libros y certificados y recoger también libros, revistas y sorpresas que llegan, no sabría decir quién estaba más nervioso, si él, o su madre y su padre que le esperaban sentados mientras paciente, en la cola, esperaba su turno.


Y esta noche, preparando todo y revisando el protocolo para cuando ellos vengan: la perra atada, para que no asuste a los camellos, los tres vasos de leche entera, las nueces, un tomate (sí, un tomate), hierba fresca para los camellos y tres juguetes. Tres juguetes que ya no se usan, con los que ya no se juega, para que los Reyes, los recompongan a lo largo de este año, les saquen brillo, y el año que viene los metan en su saco de ilusiones, como nuevos.

Todo preparado, bajo la chimenea. Y a dormir tranquilos. ¿Tranquilos?.

Son las tres y media y me he levantado. No he podido remediarlo, pero es que he escuchado unos ruiditos que me han despertado. Ha sido como un cascabel, como una espumilla de ola que se retira, como el susurro de una mamá pez que canta canciones de arena.


Me he esperado, claro, que si me pillan, ya se sabe... se llevan mi regalo. Por suerte este año tampoco me han visto. Ahora sí que podré dormir tranquilo, al ver que cada parte ha hecho su trabajo. Ya se han comido las nueces, se han bebido la leche y de las ramas verdes han dejado los tallos leñosos. Y todo lo demás. Ojalá no les paren en ningún control y les de tiempo a seguir llenando los sacos de ilusiones.

Me voy a la cama. A ver si quepo. Besos. Feliz noche. Viva la fantasía.


Cierto es que hay libros que te apasionan. Otros que te atrapan. Alguno que no olvidas nunca. Escasos los que te acompañan en tu cotidiano y, como el aroma de un viaje estupendo, o el sabor de una noche apasionada, regurgitan a tu mente, palabra o vida. En mi caso, solo dos cumplen estas condiciones. Uno de ellos es del que habla este artículo tomado de El país.

Aún excitado por las palabras de Elvira Lindo, copio, pego, comparto y grito lo que en él se dice (al margen de la ausencia del género neutro), con el pesar y la calma de no haber visto aún su versión cinematográfica. Las negritas son mías. ¿Son tuyas también?

ELVIRA LINDO OPINIÓN

Y la cena estaba caliente

ELVIRA LINDO 03/01/2010

Hubo un tiempo en que a los editores de libros infantiles se les empezó a poner cara de pedagogos y dejaron de pensar en lo que podía agrandar la imaginación de los niños para exigir que se escribieran cuentos saludables para esos seres delicaditos que no sabían nada de la vida. Hablamos de corrección política como si fuera una cosa de ahora pero los autores infantiles llevan sufriendo censuras desde hace décadas. Por fortuna, los espíritus rebeldes siempre esquivan las odiosas reglas. Maurice Sendak fue uno de esos seres que dibujó y escribió aquello que le pedía el corazón. Una de estas tardes lluviosas me metí en el cine para ver la versión que se ha hecho de ese clásico de la literatura que es Where the wild things are (Donde viven los monstruos).Siendo en versión subtitulada, todo el público era adulto. Mucha educación bilingüe pero somos incapaces de llevar a un niño de doce años a ver una película con subtítulos. Sigo con el cuento. La historia es muy sencilla; en la película, por supuesto, se extiende, pero conserva toda su fidelidad al libro: un niño rabioso y melancólico, sin que sepamos cuál es el origen de su melancolía, desafía a su madre hasta que ésta le castiga sin cenar; sale corriendo de casa, llega al mar, se monta en una pequeña embarcación y alcanza esa isla donde habitan los monstruos, sus iguales. Pasa un tiempo siendo el rey de los monstruos, desahogando su agresividad, en una especie de fiesta bárbara, divertida y brutal, hasta que la violencia se desata de tal manera que él mismo trata de poner paz, poniéndose en el papel de su madre, echándola de menos y deseando volver a casa. Cuando regresa, la cena le está esperando. Maurice Sendak remata el cuento con una de las frases más hermosas de la literatura infantil: "Y todavía estaba caliente". Este pequeño libro que muestra una fantasía infantil desatada fue muy controvertido cuando se publicó, en 1963. Unos se rindieron a él sin condiciones y otros, los fanáticos de la sobreprotección, alertaron de las pesadillas que los monstruos podían provocar. Sendak contaba con ironía que mientras los pedagogos tachaban el libro de perturbador los niños le enviaban dibujos con monstruos mucho más aterradores que los suyos. "Queremos protegerlos de los cuentos y, sin embargo, nadie les protege de la tele". Cierto, la liga de sobreprotectores ha funcionado con gran eficacia censurando libros en un mundo en el que a diario le llegan al niño mensajes groseros en programas que están de fondo en la vida familiar. Mientras me entregaba sin reservas a la poesía de la película de Spike Jonze, que recomiendo a todos los amantes de monstruos, niños solitarios y madres superadas por la energía de un hijo incontrolable, pensé en ese hombre, Maurice Sendak, que nació en Brooklyn en 1928. En la mente infantil de Sendak rondaban las historias que su padre, un sastre judío polaco, le contaba de la aldea de la que provenían, pero también latía en su corazón la pasión por Fantasía, la arrebatadora película de Disney que él disfrutó a los doce años y que la progresía europea tildó durante décadas de reaccionaria. De fondo, ese Manhattan que al otro lado del East River se le presentaba como un sueño de prosperidad. Todos esos universos están en él, con su crueldad y su dulzura. El sarcasmo de los cuentos judíos de la vieja Europa, el retrato severo del abuelo que presidía el comedor y al que el niño Maurice consideraba Dios y Mickey Mouse. La imaginación compleja de un hijo de inmigrantes en los años de la depresión americana, los recuerdos de cualquier niño de esa época, que él, con enorme talento, tradujo en ilustraciones. De esa mezcla poderosa del viejo y el nuevo mundo se nutrió su fantasía. "Un artista", dice Sendak, "ha de ser salvaje y desordenado, ha de tener una vena de su infancia abierta y viva que le confiera un don especial". Absurdamente, el adulto suele relegar el mundo de la fantasía a los niños, así que de no trabajarla, la capacidad de imaginar se pierde. En la generación de mi padre, por ejemplo, muchos hombres despreciaban la ficción, la consideraban un entretenimiento de mujeres. Cuando esos hombres se han hecho ancianos y han relajado su defensiva masculinidad vuelven a entregarse a la ficción como cuando eran niños, y son capaces de disfrutar de series de la tele o de novelas. Es un fenómeno tan frecuente que debería estudiarse. También me sorprende que a estas alturas haya intelectuales que practiquen una tendencia machacona a denostar la ficción contraponiéndola al ensayo. Me parece una negación inaudita del disfrute y de la evocación. Prefiero una mente desprejuiciada como la de Sendak, el anciano salvaje y desordenado que consiguió vivir sin renunciar a sus fantasías. Y me gusta ser una más de estos adultos que se han refugiado una tarde lluviosa en el cine para aprender algo de esta pequeña historia. Yo soy ese niño que a veces quiere viajar a donde viven los monstruos, y quiere protestar, morder, sacar su lado salvaje, hasta que, de pronto, se da cuenta de que en el desfogue de la barbarie siempre hay alguien que termina herido. Yo soy también la niña que saciada de aventuras quiere volver a casa donde alguien que te quiere te mantiene la cena caliente.


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