El PIPIRIPAO es un convite, un banquete, una fiesta, una intensa aventura para pasarlo bien con el libro, con la lectura, con la voz, con la palabra, con la familia, con las manos... En esta fiesta se lee, se mira, se escucha. Es una genial excusa para reflexionar, imaginar, crear, comunicar y hacer. Es una experiencia enriquecedora.

¿Y qué se necesita? Un grupo de 10/15 adultos con ganas. 

El PIPIRIPAO propone una reunión al mes, doce álbumes ilustrados y una tarea.
Un mes para sumergirse en los álbumes ilustrados, para compartir en casa cada uno de los universos que guardan en sus páginas, para contar, mirar, jugar, pintar, decir, pensar, reír, disfrutar...

Sin duda el PIPIRIPAO es una actividad para disfrutar, con los nuestros, de los nuestros, en torno a los buenos álbumes ilustrados, y disfrutar también de todo aquello que cuentan, que hacen, que enseñan el resto de personas del grupo.

El mes pasado arrancaron dos grupos nuevos en Castilla La Mancha: Herencia y Quintanar de la Orden. El sábado tendremos nuestro segundo encuentro.

Hoy mismo, arranca uno más en Alicante, en El Elefante en el Sombrero, en la Playa de San Juan. Quedan muy muy poquititas plazas pero aún queda alguna, así que si te animas a colar los libros en el día a día de tu casa para leerlos, contarlos, reírlos, jugarlos, llama a El Elefante en el sombrero y que te cuenten (966592193).

El PIPIRIPAO es una actividad que anima a leer y a contar en familia. 
Leer, contar, escuchar, mirar, comunicar.
El PIPIRIPAO es solo la excusa.


Perita: TORNASOL

Como cada lunes (ñeeee) perita con cuento al canto. Esta semana una palabra con T: Tornasol.

LUCÍA TORNASOL - félix albo

Desde que el magnolio asomó por encima del muro de la casa del cura, su sombra coqueteaba con la plaza del pueblo, fuera de la propiedad eclesiástica.

Años después, el árbol había crecido tanto que su sombra, una tarde cualquiera, acogía con gusto a un pastor que había desparramado su cansancio sobre un poyete encalado. De repente, con ira divina, el cura párroco, despertó a manotazos al pastor y se enzarzaron en una tremenda discusión que fue haciendo aparecer al resto de vecinos formando corro sin atreverse a opinar.

El cura que esa sombra era suya. El pastor que qué decía, que la sombra no era de nadie. El cura que la sombra era del magnolio, y el magnolio era suyo, con lo que la sombra, por transmisión de poderes, era suya también. El pastor que a “monseñor” le había dado un aire divino.. El cura que ese descarriado no podía descansar sobre la sombra sin su consentimiento y menos él que no aparecía por misa. El pastor que no bebiera todo lo que bendecía, y que le dejara tranquilo. Y que no se descansaba sobre la sombra sino en ella. Y que mañana iba a ir con más rebaño.

La discusión se alargó tanto que la sombra siguió su camino muro arriba y ya nadie podría descansar en ella o sobre ella, vete tú a saber.

El caso es que al día siguiente dos fueron los pastores que fueron a descansar. Y otra bronca monumental.

Al parecer, en menos de una semana, el curo mandó quitar el poyete, pero a aquel y otros pastores, labriegos y gente guasona, les parecía un lugar ideal para reunirse al medio día, aunque fuera sentados en el suelo. La sorna y las risas les hacia disfrutar del encuentro y de la bronca.

Desde aquel 1946, es costumbre en el pueblo, echar el mediodía en la tapia de la casa del cura, de otro “monseñor” también mayor, iracundo y rencoroso.

Yo voy. Cuando estoy en el pueblo, estoy deseando que lleguen los medios días para disfrutarlos a la sombra del magnolio hasta que sale el buen hombre asotanado. No es por fastidiar al pobre abuelo.
Yo voy porque va ella: Lucía. Y me encanta sumergirme en la belleza de los juegos del sol con los pliegues de su falda, con las caricias sobre su piel, o en el brillo inmenso de su mirada.

Lucía Tornasol. Así la pienso, mientras la amo en silencio bajo la sombra libre y desacralizada de un magnolio centenario.
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tornasol(De or. inc.).

1. m. girasol (‖ planta compuesta).

2. m. Cambiante, reflejo o viso que hace la luz en algunas telas o en otras cosas muy tersas.

3. m. Quím. Materia colorante azul violácea, de origen vegetal, que sirve de reactivo para reconocer el carácter ácido o básico de una disolución.
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Vaya solazo que campa por las tierras manchegas. Da tanto juego, seduce tanto y provoca tanta vida esa luz que uno no puede sino dejarse llevar y enamorarse, claro. Que soy mediterráneo.
Feliz semana.


Para más historias, más peritas:
http://felixalbo.blogspot.com.es/search/label/Peritas



Perita: SOFLAMA

Casi se nos escapa esta semana, pero no. No hay semana sin perita ni perita sin cuento.


Aquí la tienes: SOFLAMA.


SOFLAMA -félixalbo.

Fue de repente y de manera inesperada. Le entraron ganas de orinar, y muchas, así que, sin poder avisar a los escoltas, salió de la autovía y se adentró en la primera población que pudo.

En la tranquila calle principal vio un enorme cartel: Centro Social.
Ahí tiene que haber un baño -pensó-, y limpio.
Detuvo el coche, y con apuro, se acercó a la puerta pero estaba cerrado, y por lo que podía ver a través de los cristales, hacía algún tiempo.

Se retiró un poco y vio que a la derecha de la entrada había una placa del día de la inauguración. Una placa vieja, deslustrada, con el típico texto:
“Este centro fue inaugurado el nosécuántos de febrero del milnovecientosnoventaylargos, siendo alcalde Don Tal y Tal, consejero de la comunidad Don Tal, y presidente del país el ilustre Don Tal y Pascual”.

No se podía aguantar más, pero no pudo evitar seguir leyendo la placa que había justo debajo de la de la inauguración. Era de un color morado tibio, menos lujosa, más sencilla, y más nueva también. Imitaba el texto oficial con sorna:
“Este centro fue clausurado el veintitantos de junio del 2013, siendo alcalde Don equis, consejera de la comunidad Doña Hache y presidente del país que no de sus ciudadanos, el nada ilustre Señor Hache”.

Continuo al Centro Social estaban el Centro Médico, la Biblioteca, los Servicios Sociales, la Casa de Cultura y el Colegio Público. Todos ellos con una placa igual a la morada del centro social.

De repente le recorrió una soflama por dentro. Nunca sabremos si por leer su nombre entre esos tres, o por el tibio reguero de orín que le recorría la pernera del pantalón para hacer un pequeño reguerillo acera abajo ante los estupefactos escoltas.

Lo que sí sabemos es que ahora, los carteles de cualquier color, pero en especial los morados que testifican la clausura de cualquier servicio, son ilegales. Por decreto.

Menos mal que lo que tuvo fueron ganas de orinar.
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soflama.
(De so3 y flama).

1. f. Llama tenue o reverberación del fuego.

2. f. Bochorno o ardor que suele subir al rostro por accidente, o por enojo, vergüenza, etc.

3. f. Expresión artificiosa con que alguien intenta engañar o chasquear.

4. f. despect. Discurso, alocución, perorata.

5. f. Roncería, arrumaco.

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Pues eso, que no se te olvide orinar antes de viajar, sobre todo si llevas escolta.

Feliz fin de semana, y si puedes, échale cuento a la vida. Sazónate. Escucha cuentos.

Abrazos a capazos.

Y esta semana, en la Bibliotecadeloselefantes:



. escribe Edward Van de Vendel
ilustra Carll Cneut
traduce Albert Vitó
edita Bárbara Fiore Editora en el 2007
ISBN. 978 84 935591 6 8

a partir de  3 6 9 12 16 ad

. comentado por Félix Albo
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Perita: REBATIÑA

Y como cada semana, perita con cuento.

Cada palabra elegida para hacer los #lunesdeperita es sometida a un proceso de selección concienzudo y estricto. No sirve para perita cualquier palabra. Son bastantes las que se quedan en el camino y hoy, en homenaje a ellas, he incluído en la historia a alguna de las finalistas.
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REBATIÑA.-  félix albo

Ayer se cayó. No era la primera vez que caía. Además de niña siempre andaba rolando por tierra, pero ayer fue la primera vez que se asustó.

Se vio en el suelo, pom. Sin tiempo a amarrarse a algo, aunque no cree que tenga ni fuerzas, pero una cosa es perder la agilidad y otra perder las oportunidades.

Ayer estuvo preocupada toda la mañana, y toda la tarde. Y con ese runrún se acostó.

Pero ay, mira.
Esta noche ha soñado que bajaba a comprar el pan, somo siempre hace: arregladita, con su todo bien puesto y su pelo bien peinado. Llevaba en las manos un trozo de bizcocho en un reburujón de papel. Quizá fue eso lo que la distrajo, el caso es que al salir del portal se le reviró el pie y justo fue a caer no al suelo, sino en los brazos de un joven de esos con barbita recortada, que la levantó; pero que la levantó, levantó. Y con ayuda de otros seis o siete la levantaron por encima de sus cabezas y la empujaron hacia otros brazos que iban apareciendo para llevarla como con rebatiña calle abajo. Y allí estaban los brazos de Juli, la del pescado, y los de Jose el del bar con la mujer, Cuqui la que se separó de Antonio el de la Mari y qué sé qué más; un montón de gente con los brazos en alto, incluso María Nuria su nieta, con el novio y los amigos. Y ale, la señora Martina volando entre brazos y risas para dejarla justo en la entrada al parque, donde le esperaba su banco y sus retozones pájaros picando ya las migas del bizcocho.

Se ha despertado justo ahí, sentada en el banco. Ha sido una lástima, aunque tampoco se podía estirar mucho más.

Se ha despertado sonriente y relajada. Quizá por el masaje y las cosquillas, quizá por tener un sueño tan lleno de gente con nombre. Quizá por levantarse sin miedo y decidir salir al parque, como siempre. 
Se levanta sonriente y agradecida.

Al abrir el portal, a Martina le parece que la gente hoy sonríe y brilla más. 
Comienza a caminar, sonriente y despacito.

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rebatiña.
1. f. Acción de coger deprisa algo entre muchos que quieren cogerlo a la vez.
andar a la ~.
1. loc. verb. coloq. Concurrir a porfía a coger algo, arrebatándoselo de las manos unos a otros.


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Feliz semana.
Abrazos a capazos.

Perita: QUIETE

Cuento con perita, como cada semana. 
La palabra QUIETE. El cuento TENDAL.


TENDAL -  f é l i x a l b o
Soy chica de ciudad, pero casi todos los recuerdos de mi infancia se mueven entre las casas de mi pueblo. Pasé mis primeros quince veranos enteros, con mis primos, mis padres, mi hermano, mis tías y tíos y Fefa, mi abuela preferida. Es verdad que no he tenido otra, pero aunque hubiera tenido mil, Fefa era mi abuela preferida. Mi Fefa.

Abrazaba, besuqueaba, te acariciaba las manos dedo por dedo y antes de acabar, te guardaba un beso en la palma. Para cuando me vaya -decía.

Era entrañable.

Mi Fefa me contaba cuentos.

Lo hacía en la hora de la quita, cuando todos se iban diluyendo en silencio: mi padre a la hamaca, mi madre en el sofá, debajo del ventilador del techo, mi hermano en su habitación, con los cascos puestos...

Fefa salía entonces sonriente con la zafa rebosante de ropa húmeda y me daba la bolsa de las pinzas. Fuera, el mundo entero parecía adormecer evitando el calor del medio día mientras mi abuela y yo canturreábamos camino del tendal.

Mi tarea era sencilla; tenía que darle las pinzas de una en una con las orejas hacia ella, las mías no, las de la pinza, aunque las mías también estaban porque tras colgar la primera prenda fuera pantalón o camiseta, mi Fefa decía: ¿sabes qué le pasó a una niña que vino al mundo cuando parecía que no era buen momento y decidió darse la vuelta?, o ¿Te he contado lo de la muchacha que soñando con un vestido que no podía tener se cayó al azarbe y se la comió un atún?, o ¿Sabes que hubo una mujer que cuando se enamoró se quedó bizca y fue recuperándose poco a poco hasta poder ver bien de cerca al mozo y se volvió a quedar bizca?.

Pues detrás de cada una de estas preguntas rimbombantes siempre había una historia divertidísima, excitante y con un final tremendamente feliz.

Me encantaba tender la ropa con mi abuela, era genial escucharla.
Sus protagonistas siempre eran mujeres sin nombre: niñas que se empeñaban en subir al campanario a decirle a la camapana que por las noches tocara quedo, muchachas convencidas de que las vacas sabían hablar pero estaban disimulando o mujeres que lavaban cantando canciones bonitas para que la ropa quedara más limpia.
Siempre activas, felices, cantantes, llenas de ganas y enamoradas.
Me contó estas historias a lo largo del tramo de vida que cruzamos desde bien niña y yo estaba convencida de que se las inventaba porque le encantaba verme reír y ella se reía más aún, pero qué va.

Mi madre me lo dijo. Me las contaba por compartir su vida, por compartirse. Historia a historia, mi abuela, Mi Fefa había ido desgranando su pasado, remirando y entretejiendo de nuevo las partes más duras, pero esta vez con buena letra, para mis oídos, para sus sosiegos. Y no me ocultó que casi muere en un canal de riego, ni que su nacimiento casi le cuesta la vida por venir girada, ni que su yayo, mi abuelo, era el más guapo del valle entero y cuando murió tan joven fué y será el más guapo del ementerio. No me ocultó la trinchera que se hizo en su pueblo y en su memoria, ni la soledad que respira un pueblo que se va quedando vacío.

No me ocultó ninguno de sus miedos. Ninguno. Los compartió y justo con el ánimo contrario. Qué sé yo si para evitarme el contagio. Qué sé yo si para ella vencerlos.

Solo sé que me encanta sentirla palpitar mientras tiendo ahora mi ropa, aunque sea en una de las azoteas de la ciudad que habito.

Las dos reímos y luego me recojo un beso de la palma de mi mano.
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quiete.

(Del lat. quies, quiētis, descanso).

1. f. Hora o tiempo que en algunas comunidades se da para recreación después de comer.

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Este tono sepia debe ser por la alergia a la primavera. Qué sé yo.
Tendré que recuperar la costumbre del quiete.

Feliz semana. 

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