PERITA: Adamar
31 may 2010
Las palabras le llegan a uno de muy distinta maneras. Algunas las ves escritas, en las páginas de un libro, o en la calle; otras aparecen, de repente, en una conversación que mantienes con alguien, o las escuchas al vuelo en un tren, o al doblar una calle, o mientras esperas tu turno para comprar un kilo de mejillones, o en la tele, o en la radio, o en la boca de alguien a quien quieres.
La de esta semana llegó a mí en una canción: una canción de contrastes calmos. Un piano y dos voces bien distintas: Labordeta y M José Fernández. Y resulta que las voces que daban forma a esa canción, cantaban las letras de un poeta: Ángel Guinda.
El poema, que lleva por título el infinitivo, es éste:
Viniste como supe que vendrías:
sola, callada, sin llegar del todo,
quedándote al marcharte, agua
del mar que a la orilla las olas
acercan y se llevan tras dejar
la sustanciosa sal honda en la arena.
Viniste como supe que vendrías,
y me dejaste mudo si bien lleno
todo el silencio ya de tu mensaje;
y me dejaste ciego pero abiertos
los ojos a lo no visto; la luz.
Me hallaste donde siempre te buscaba,
siempre a tu encuentro decidí perderme.
Decías escuchando, así la brisa
marina que a su paso suena oyendo
el rumor de los cuerpos en la playa,
la música del mar entre los cuerpos.
Y me tocaste como el aire,
suavemente aunque envolviéndome
todo; y cada poro
abierto a ti al mundo se cerraba.
Viniste como quise que vinieras,
marchándote, dejándome quedar
a solas con tu fondo de belleza
no conquistada, aún no descubierta,
cuerpo de alma, flexibilidad
de junco que un suspiro dobla
y su eco pone en pie: salvajemente
natural, sencilla, amor a más.
Viniste cuando supe que vendrías,
como la vida, no como la muerte,
revelación del interior oscuro
que sólo la fragilidad de tu mirada
vencer podía ―ni siquiera
tu nombre, la palabra
no pronunciada aún ni escrita nunca.
Viniste por el único camino
sin pasos que llevaba a alguna parte
de mí, de ti, del mundo
nuestro: por eso te adamaba.
sola, callada, sin llegar del todo,
quedándote al marcharte, agua
del mar que a la orilla las olas
acercan y se llevan tras dejar
la sustanciosa sal honda en la arena.
Viniste como supe que vendrías,
y me dejaste mudo si bien lleno
todo el silencio ya de tu mensaje;
y me dejaste ciego pero abiertos
los ojos a lo no visto; la luz.
Me hallaste donde siempre te buscaba,
siempre a tu encuentro decidí perderme.
Decías escuchando, así la brisa
marina que a su paso suena oyendo
el rumor de los cuerpos en la playa,
la música del mar entre los cuerpos.
Y me tocaste como el aire,
suavemente aunque envolviéndome
todo; y cada poro
abierto a ti al mundo se cerraba.
Viniste como quise que vinieras,
marchándote, dejándome quedar
a solas con tu fondo de belleza
no conquistada, aún no descubierta,
cuerpo de alma, flexibilidad
de junco que un suspiro dobla
y su eco pone en pie: salvajemente
natural, sencilla, amor a más.
Viniste cuando supe que vendrías,
como la vida, no como la muerte,
revelación del interior oscuro
que sólo la fragilidad de tu mirada
vencer podía ―ni siquiera
tu nombre, la palabra
no pronunciada aún ni escrita nunca.
Viniste por el único camino
sin pasos que llevaba a alguna parte
de mí, de ti, del mundo
nuestro: por eso te adamaba.
Lo que nos dice la R.A.E. es esto:
adamar.
Y la canción la podemos escuchar aquí.
Buen adamar, en cualquiera de sus tres acepciones. Feliz semana. Feliz vida.