Perita: JÁBEGA


Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos (pura prosa), la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad. Las hay extensas, nucleares, monoparentales y homoparentales.

Como siempre, los de los derechos se quedan cortos.

Yo la tengo grande, por eso no presumo de ella. No me hace falta. Tengo varias, además. La que he creado felizmente junto a la madre de mi niño, la de donde vengo y las dos que venían con quien me trajeron a la vida.

El sábado pasado nos juntamos en mi casa uno de esos brazos: la familia de mi padre. No se había muerto nadie, no había nacido nadie, no había que repartir tierras ni hablar del pago de una tasa, ni se había manifestado el amor, de repente, alguien y queríamos celebrarlo. Qué va. Nos juntamos por juntarnos, por celebrar que podemos hacerlo, que queremos hacerlo y que encima lo conseguimos. Veintisiete personas de tres generaciones con el nexo común de compartir una pareja de abuelos a quien yo ya conocí abuelos y siempre los recordaré así. 

Mi abuela, que con paciencia me aprendía a recitar un problema de un pastor de cien ovejas al que mi profesor de matemáticas de quinto le costó encontrar la solución con sus ecuaciones y fórmulas a la que ella me había enseñado llegar, por la cuenta de la abuela. 

Mi abuelo, que me enseñó con su silencio a mimar y escuchar el fuego que siempre estaba encendido en un recoveco oscuro de la casa, y él con gorra oscura y visera baja, parecía escuchar con más gusto que a otras voces. 

En torno a ellos, pululábamos el resto: tío, tía, primos y primas, hermana, padre y madre, mi tío Vicent con su silla rústica, aromas, sabores, sensaciones, actividades, palabras, esfuerzos, juegos, risas, llantos de niño, pareceres, dudas, sueños, miedos y anhelos que la edad te va ofreciendo y jaleo, mucho jaleo.

Eso es lo que hubo el sábado. Un jaleo del copón, comida (casi más que jaleo), risas, palabras que iban y venían, cierto tono sepia repintado de colores luminosos, sol, lluvia, piscina, balón, bicicleta, arcoíris, fotos y alegría. Mucha alegría. La de encontrarnos, de conocernos (los más pequeños) después de tantos años y reconocernos en el otro, por lo vivido, por lo querido, por lo aún queriendo. Una alegría de esas que rezuma por los poros; los propios y los de las paredes y recuerdos. 

El fuego que habita en la memoria, en aquella casa, como la vida de Amparo y Manolo, apagaron su viveza ya hace algún tiempo, pero de vez en cuando no viene mal echar un palito con mimo y estrategia, como me enseñó mi abuelo, y soplar desde no muy lejos, para mantener vivas las brasas. No es tan difícil. Uno descubre que basta querer queriendo.

Hoy, relamiendo el recuerdo, uno se siente reconfortado, un poco más seguro, acompañado e integrante de algo grande. Uno se siente feliz por ello.

Todo un regalo encontrarnos para disfrutarnos y sobre todo, por mi parte, todo un regalo ver feliz a mi padre.


jábega1.

(Del ár. hisp. šábka, y este del ár. clás. šabakah, red).

1. f. Red de más de cien brazas de largo, compuesta de un copo y dos bandas, de las cuales se tira desde tierra por medio de cabos muy largos.



Feliz semana.



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