Perita: OXEAR

Y como cada semana, perita al canto.

Esta semana la palabra elegida es OXEAR.

oxear.

(De ox).

1. tr. Espantar las aves domésticas y la caza.


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El pueblo - Félix Albo.

Carla y yo llevábamos veintiocho años casados.
Una mañana se despertó con mucho dolor de cabeza.
Luego fue todo muy rápido: equívocos, despistes, empezó a desorientarse, se cansaba... Muy rápido, muy rápido. Al poco dejó de caminar. También de hablar.

Su estado siempre era delicado. Por eso, los médicos nunca compartieron que nos fuéramos de viaje, pero nos fuimos un fin de semana.
Carla era del norte. Su pueblo fue de esos que quedaron abandonados en los ochenta por las migraciones laborales. Nunca habíamos ido porque quedaba demasiado lejos y tampoco ella mostró interés aunque me hablara de vez en cuando de su vida allí. Pero me apeteció visitarlo juntos.

El viaje fue largo pero llegamos.
La carretera se cortaba unos doscientos metros antes así que entre espartos y aliagas fuimos haciendo avanzar la silla de Carla.

En nada entrábamos por la primera calle de casas medio en ruinas. Un rato más largo llegamos a la plaza y en un banco adosado a una pared me senté, con ella a mi lado.

Estaba agotado de empujar la silla por las calles de piedras y matas. Me quedé mirando la plaza con iglesia con cinco o seis casas, tratando de componerla mentalmente, pero desistí. Centré la atención en el silencio.

Carla hacía ya cuatro meses que no hablaba. Empezó confundiendo las palabras, luego las desordenó hasta solo silabear. Y después, todo. Con la mirada también le pasó. Ahora parecía estar siempre asomada al vacío, no respondía a ningún tipo de estímulo.

En la plaza de su pueblo, tampoco.

Le tomé la mano, le di un beso. Mirando de nuevo a la plaza le dije, Carlita, aquí estuvo tu casa. Fíjate que han pasado los mimos años por ella que por ti, y ella está medio en el suelo. Volví y le tomé la cara para darle un beso justo donde muere la ceja.

Después de dárselo, la miré, de cerca. Mi Carla. Miré de perfil sus ojos, y su nariz mofletuda, y las pequeñas arrugas que le enmarcaban los labios. Ella los apretó con un gesto mínimo.

Me alejé un poco, muy poco y la volví a mirar.
En ese momento empecé a escuchar su voz. Miré sus labios cerrados y comenzó a hablarme, como siempre hizo, poniendo la alegría sobre cada sílaba. Comenzó de repente a mover sus manos con gestos vivos para colorear las palabras que decía. Sus manos que permanecían sobre las rodillas. Y miré su pelo, ondulado, sobre su siempre huesudo hombro. Y mientras la escuchaba, me inundé de su perfume, que no llevaba.

Ella seguía hablando y miré a la plaza. Y allí estaba, en la esquina, la tía Paca, claro, sentada en la puerta de la iglesia, y la prima Teresita espantando las gallinas. Y mi Carla. Carla niña, saltando a la cuerda. Soy la reina de los mares, ustedes lo van a ver, tiro mi pañuelo al suelo y lo vuelvo a recoger. Una, dos y tres.

Dejé de mirar la plaza y la volví a mirar. Le recogí un mechón mientras ella seguía allí, haciéndose la interesante, su mirada perdida, guardando silencio, manteniendo las manos sobre la falda granate.

Ella seguía igual, pero yo no.

Eso me bastó. Eso me basta todavía.
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Feliz semana.




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