Perita: UÑETA

La u es la vigésima cuarta letra de nuestro abecedario.

Pronunciada a solas y con ímpetu tiende a asustar. Pronunciada largamente, parece que duda, piensa. Entre dos palabras une una primera a una segunda que empieza por o. Si su fonema coloniza las sílabas, uno acaba por arrugar los labios, poner boquita de pitiminí y, quién sabe si alguien le regala un beso ante tanta disposición.

Es la primera letra de la perita de esta semana: Uñeta, como el título del cuento que la ilustra. Ya sabes, esta manía mía de parir un cuento cada semana. Manía compartida con quienes cada semana esperan leerla y la comparten, en sus muros, en sus correos, en sus círculos.


UÑETA - félix albo.

Estaban casi todos: El Metra, el Sin, el Orejas, el Wasa, el García, el Peque, el Rus... Faltaban solo cuatro. Ángel porque vive en Suiza, Romu que siempre fue raro, Antonio que sigue siendo imbécil y Augusto que murió el verano pasado de un infarto.

Reunir treinta años años después a treinta y ocho de aquellos cuarenta y dos compañeros del colegio fue un logro del Maquinitas, que con doce años ya le daba a la poca tecnología que había entonces y ahora, al parecer, era un crack.

La cena se llenó de abrazos, risas y comentarios socarrones. Calvas, barrigas y canas habitaban en los cuerpos de la mayoría. Todos hablaban, todos tenían que decir, que recordar, que apostillar. Más risas. Los recuerdos de los maestros, alguno grande, de las chiquillas del colegio de al lado: la rizos, la culona, la bizca, la coja, la rica, la fea, la...

Con la culona se casó Ignacio. Ahí se produjo un silencio y luego una risa con mofa. 
La tierra posee dos hemisferios..., como la culona. Y venga la risa.

Y el profe chulo  de gimnasia, y el torneo contra los del privado. Putos pijos chulos-, dijo Sánchez, y alguno callaba porque ahora era a aquel colegio con alarma al que llevaban a sus hijos.

Y el palilud, y la señora María, la de las chuches a través de la verja del cole, y el mosqui, y el guá, y el hinque, y las chapas y el uñate.

Cuánto jugaron. Qué felicidad -decían algunos-. Daba igual perder o ganar
Sí. Menos al Mocos -dijo Castán que fue delegado en sexto y séptimo.

Todos le miraron. El Mocos había estado callado, apenas había cruzado tres palabras con el Chino, que lo tenía al lado. El Mocos era muy tramposo y siempre tenía mal perder. Cuando perdía pegaba, y pegaba fuerte. Muy fuerte para un niño y mucho más fuerte para un amigo. Empezó en tercero y así hasta octavo.

Cómo nos puteaste la infancia Mocos -le dijo Castán-. Cómo me puteaste la vida.
Hombre, eso fue hace una eternidad joder -saltó Cano.
Vaya tramposo cabronazo -le dijo Sergio.

El Mocos bajó la mirada a la pechuga de pollo que andaba comiendo. Se veía que la vida no le había tratado bien. Siguió haciendo trampas, ya fuera del colegio, siempre vivendo gracias al miedo. Pero otros más fuertes lo machacaron. Todos saben que estuvo en la cárcel un par de veces, pero ninguno sabe ciertamente por qué. La cara ratada por la vida y un par de cicatrices, la boca llena de huecos y la delgadez de sus hombros daban una imagen apocada del Mocos. Nada que ver con aquel gigante temible cuando le entraba la ira del mal perder.

Alguien soltó una gracieta para provocar las risas y salir del atolladero del recuerdo en el que se habían metido, para seguir saltando por esa época feliz que hace amigos solo por el día a día, por los bocadillos de mantequilla y colacao, por los sueños, por los ríos y afluentes de España, por las ganas y las colecciones de cromos.

Después vinieron las copas, y más risas aún. 
De repente, alguien se dio cuenta de que el Mocos no estaba. Se había ido y nadie le había echado en falta.

¿El Mocos? -dijo Fernández-, el Mocos está ahí fuera en el parking echado en la tierra.

Salieron unos cuantos y allí estaba. Con sus manos de hombre, había preparado el terreno como niño. Había hecho un agujero en la tierra, en el centro del parking, y había marcado unas rayas en el suelo.
Estaba de pie, mirando a los que salían. Tenía una moneda en la mano.

Quedaron parados, mirando al Mocos y al agujero, al Mocos y al agujero, hasta que Cano sacó una moneda y la lanzó. 
Siempre fuiste pésimo -dijo el Metra y lanzó la suya. Y el Orejas, que se acercó más al agujero, y el Wasa que le dió a la de Cano adelantándola.

Torpe -dijo el Metra entre las risas de todos.

Te toca Mocos -le dijo el Peque.

El Mocos echó un paso atrás para dejar claro que no pisaba la raya, se concentró y tiró su moneda mientras de sus ojos caían dos torrentes de lágrimas.

Ganó. Esa noche ganó aunque su moneda no se acercara al agujero.
Esa noche ganó cuando se vio cantando el carrasclás carrasclás en la algarabía de sus compañeros de clase, sus amigos, los de toda la vida.


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uñeta.

(De uña).

1. f. Cincel de boca ancha, recta o encorvada, que usan los canteros.

2. f. Juego de muchachos, que ejecutan tirando cada uno una moneda al hoyuelo, y el mano, que es quien más se ha acercado al hoyo, le da tres impulsos con la uña del dedo pulgar para meterla en él, ganando todas las monedas que puede meter; y lo mismo hacen por su turno los demás compañeros.

3. f. Bol. y Chile. Especie de plectro o dedal de carey que usan los tocadores de instrumentos de cuerda.

4. f. pl. u. c. sing. com. Col. Persona larga de uñas.

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A veces recordar es vivir, respirar, crecer, renacer. A veces recordar es volver. Volver.

Feliz fin de semana. Que todo vaya bien.

Abrazos a capazos.


1 comentarios:

    On 4/5/13 22:50 Susana dijo...

    Qué bonito el cuento, Félix. Claro, que no sé de qué me extraño....

    Feliz fin de semana, lo que queda de él. Feliz semana que viene.... y las que quedan por delante.

    Un abrazote.

     

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