TALASOCRACIA

(def. de rae
(Del gr.θάλασσα, mar, y -cracia).

1.- f. Dominio sobre los mares. 
2.- f. Sistema político cuya potencia reside en este.

NÁYADE - Félix Albo

Llegó de noche. A mí me pilló aquí, en esta silla que ahora estoy.
Tengo frío -dijo. Y no me quedó más que darle calor. Calor que, en un principio vino del fuego y nos envolvió a los dos. Calor que luego fue palabra, para hacerse caricia y acabar abriendo un camino desde mi cuerpo al suyo. Sus ojos guardaban corazones de coral; sus cabellos parecían estar hechos de hilos de plata; sus labios, carnosos, eran salados. Los recuerdo tremendamente salados y sabrosos; Sus pezones, duros y templados.

Su sexo dulce. Asombrosamente dulce. Se movía sobre mí con unos movimientos totalmente acuáticos. Anduvimos echados en la alfombra, y sin prisa sobre el sofá, para acabar enmarañados como algas al sedal en la cama. Exultantes yacimos entre las sábanas, que hacían las veces de espuma, y las caricias de nuestras manos, que brisaban nuestros cuerpos como quien dibuja sobre la arena. 

Su piel era suave; blanca... Poseía una belleza única. Ambos nos encontrábamos rebosantes de un extraordinario júbilo, una plácida y calma euforia que provocaba que nos miráramos enredándonos como si tuviéramos toda la vida para descubrirnos y gozáramos de ello. Y lo hacíamos.
Nos regocijamos en nuestro universo propio creado para perdernos, repleto de besos espontáneos, risas y refriegas que nos excitaban como bufón de acantilado hasta desbordarnos, para volver a descansar en cualquiera de nuestras orillas.

Me despertó poco a poco su voz, tarareando una tonadilla amable. Un canto que se envolvió en mi sueño para sacarme de él con delicadeza. Al despertar me invadió su mirada y en ella, una extraña sensación.

Me tengo que ir -me dijo-. ¿Vienes?

Y tomó de la mano todo mi cuerpo que, respondiendo, se dejó llevar desnudo hasta la misma orilla y allí noté que, mientras el canto me seguía arrullando, mis pies se humedecían por dentro. Los miré. Estaban transparentes.

Somos sal y agua -me susurró sensual-. Nuestros besos, nuestras lágrimas, nuestra risa... Todo está hecho de lo mismo: sal y agua. Yo soy mar. Tú también lo eres. Somos todo este océano. Ven. Agua y sal, de eso está hecha la vida. Ven.

Y entonces vi que su cuerpo se deshacía y solté su mano, con cierto estupor. 

Simplemente se diluyó mientras sonreía cálidamente, hasta desaparecer.

Nunca más volvió.

No tenía que haber soltado su mano. Tenía que haberme sumergido en su reino, en su mundo, en nuestro origen. 
Agua y sal. De eso estamos hechos nosotros, el mar y la vida, ¿no crees?

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Se acerca esa época en la que casi todo el mundo hace balances y listas de nuevos propósitos a cumplir en corto, medio o largo plazo. Como si no supiéramos aún que cada día, cada uno de nuestros días es una vida nueva que empieza y acaba, y cada mañana tenemos la oportunidad y el reto de recomenzar, exprimiendo cada instante como cuando faltan diez minutos para volver a casa del baile y uno aprieta el paso y baila de verdad aguardando que llegue el beso intenso. La razón de todo.

Sí, eso es. El beso. Intenso. El beso intenso hay que darlo cada noche. Como si se acabara el baile esta misma noche. ¡Qué va! Esta tarde. Aún más. Como si ya mismo se acabara. Ya. Un beso ya.

Feliz día. Abrazos a capazos.

Félix Albo.

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