77 millones de niños sin escuela
13 sept 2007
Escucho este titular en el telediario de La2. Luego lo leo en El País en una noticia de hace un año.
Dice que hemos mejorado mucho en cinco años (optimistas los de la ONU). Dice que la mayoría de niños y niñas en esta situación son del África subsahariana. ¡Ah! digo por dentro.
Setenta y siete millones de niños y niñas son muchos millones. Sobre todo pensando que si no van a la escuela estarán trabajando, o con un subfusil en las manos que probablemente pese demasiado para ellos, o una azada los que tengan suerte, o lamiendo penes sucios de turistas de mierda, o rebuscando en las basuras algo para vender o comer, o corriendo delante de quien acaban de robar o alguien que les quiera pegar o detener o cualquier acción que les haga correr.
Setenta y siete millones corriendo (aunque muchos ni en sueños tienen fuerzas) tratando de escapar de su miseria.
Setenta y siete millones de niños y niñas (que siempre son más niñas que niños) es un número que nos debería quitar el sueño. Y no es necesario tener hijos para estremecerse. Simplemente pensar que es dos veces la población de España, y mira que España es grande, y mira que "habemos" gente. Pues dos veces.
Es curioso (¡ja!) que salga esta noticia justo en estos días, cuando la mayoría de familias andan desembolsando una cantidad infame de dinero en cosas que no se necesitan tanto para comenzar un curso escolar. Son curiosas las malas caras de muchos escolares por tener que ir al colegio.
En mis viajes más allá de donde hubiera imaginado nunca, estuve en un par de escuelas sin escuela, donde el alumnado llegaba a pie, muchas veces con los zapatos en la mano para no estropearlos, y llegaban desde tan lejos como nunca dejaríamos ir a ninguno de nuestros niños. Ellos sí, para ir a la escuela. Una escuela sin escuela: sin paredes, sin techo, sin sillas, por lo menos para todos, con una cocina (que es por donde se empieza a construir la escuela allí) donde les dan de desayunar, y de comer, y de merendar y así se vuelven a casa, con la barriga y la cabeza llenas. Y llegan con tiempo y fuerzas para trabajar en casa, con los animales y la tierra y su padre si lo tienen, y su madre, que muchas más veces sí.
Dice el artículo de hace un año que se necesitan maestros y maestras. Gente que quiera enseñar, con ganas más que con recursos. Justo lo contrario que en el primer mundo, donde faltan ganas y sobran recursos. Por suerte quedan maestros de los de antes, de los que se metían a Magisterio no porque fuera fácil, sino porque era su vida, l oque siempre habían soñado, porque conocían la responsabilidad social y cultural que tiene el gremio de los educadores, de la gente que trabaja con la gente, y para eso no sólo hacen falta buenas notas.
Setenta y siete millones de niños y niñas deberían hacer un ruido tremendo, jugando, corriendo, cantando y soñando. Pero los niños que no van a la escuela cantan menos, juegan menos, sueñan menos y muchas de las veces que corren no lohacen para el "tú la llevas".
Lo peor es que las personas que crecen sin infancia no pueden valorarla y se convierten en otro eslabón en la cadena del sinsentido mundial al que tenemos sometido el trocito de mundo que vivimos de puta madre a costa de datos como éste.
Lo mejor es que es todo aleatorio. El que yo esté escribiendo aquí y tú leyendo ahí es pura suerte. Puta suerte. Yo tuve infancia. Tuve la suerte de tener infancia, pero la merecía tanto como cualquiera de los niños que juntos forman esos setenta y siete millones.
Y jode que mucho lo decida el lugar donde venimos al mundo, que en ocasiones, más que una fiesta y una alegría es una jodienda de las grandes.
Los niños y niñas, siempre acaban sonriendo porque a pesar de todo, le tienen ganas a la vida.
Setenta y siete millones de niños y niñas son muchos millones. Sobre todo pensando que si no van a la escuela estarán trabajando, o con un subfusil en las manos que probablemente pese demasiado para ellos, o una azada los que tengan suerte, o lamiendo penes sucios de turistas de mierda, o rebuscando en las basuras algo para vender o comer, o corriendo delante de quien acaban de robar o alguien que les quiera pegar o detener o cualquier acción que les haga correr.
Setenta y siete millones corriendo (aunque muchos ni en sueños tienen fuerzas) tratando de escapar de su miseria.
Setenta y siete millones de niños y niñas (que siempre son más niñas que niños) es un número que nos debería quitar el sueño. Y no es necesario tener hijos para estremecerse. Simplemente pensar que es dos veces la población de España, y mira que España es grande, y mira que "habemos" gente. Pues dos veces.
Es curioso (¡ja!) que salga esta noticia justo en estos días, cuando la mayoría de familias andan desembolsando una cantidad infame de dinero en cosas que no se necesitan tanto para comenzar un curso escolar. Son curiosas las malas caras de muchos escolares por tener que ir al colegio.
En mis viajes más allá de donde hubiera imaginado nunca, estuve en un par de escuelas sin escuela, donde el alumnado llegaba a pie, muchas veces con los zapatos en la mano para no estropearlos, y llegaban desde tan lejos como nunca dejaríamos ir a ninguno de nuestros niños. Ellos sí, para ir a la escuela. Una escuela sin escuela: sin paredes, sin techo, sin sillas, por lo menos para todos, con una cocina (que es por donde se empieza a construir la escuela allí) donde les dan de desayunar, y de comer, y de merendar y así se vuelven a casa, con la barriga y la cabeza llenas. Y llegan con tiempo y fuerzas para trabajar en casa, con los animales y la tierra y su padre si lo tienen, y su madre, que muchas más veces sí.
Dice el artículo de hace un año que se necesitan maestros y maestras. Gente que quiera enseñar, con ganas más que con recursos. Justo lo contrario que en el primer mundo, donde faltan ganas y sobran recursos. Por suerte quedan maestros de los de antes, de los que se metían a Magisterio no porque fuera fácil, sino porque era su vida, l oque siempre habían soñado, porque conocían la responsabilidad social y cultural que tiene el gremio de los educadores, de la gente que trabaja con la gente, y para eso no sólo hacen falta buenas notas.
Setenta y siete millones de niños y niñas deberían hacer un ruido tremendo, jugando, corriendo, cantando y soñando. Pero los niños que no van a la escuela cantan menos, juegan menos, sueñan menos y muchas de las veces que corren no lohacen para el "tú la llevas".
Lo peor es que las personas que crecen sin infancia no pueden valorarla y se convierten en otro eslabón en la cadena del sinsentido mundial al que tenemos sometido el trocito de mundo que vivimos de puta madre a costa de datos como éste.
Lo mejor es que es todo aleatorio. El que yo esté escribiendo aquí y tú leyendo ahí es pura suerte. Puta suerte. Yo tuve infancia. Tuve la suerte de tener infancia, pero la merecía tanto como cualquiera de los niños que juntos forman esos setenta y siete millones.
Y jode que mucho lo decida el lugar donde venimos al mundo, que en ocasiones, más que una fiesta y una alegría es una jodienda de las grandes.
Los niños y niñas, siempre acaban sonriendo porque a pesar de todo, le tienen ganas a la vida.
Un titular en el que pararse. Si.
Y parece que nacemos y que tenemos derecho a ... no se cuantas cosas, por haber nacido aquí, y no allí.
Puta suerte, si.
Yo también tuve infancia, y no sabes como lo valoro. Y luego decidí estudiar magisterio infantil(por ganas aunque todavía no haya ejercido) y me duele ese titular, y sobre todo la indiferencia de la gente que lo lee y pasa la página, buscando la sección deportes, o sucesos, por lo macabro, pero nunca educación o cultura.
En fin. El mundo está así montado. Algo podremos hacer ¿no?
Yo se que tú algo andas haciendo.
;-)
Duele sí, y sin olvidarlo pensemos que los que podemos (y lo hacemos)trabajar para que esa cantidad disminuya lo logramos, cada vez hay menos ni@s de esos que no van a la escuela.
Lo que jode es que a las instituciones encargadas (y que son las que se quejan públicamente) en realidad les importa nada, y como decimos aquí "no dan paso sin huarache" (que s´lo hacen p'a conseguir algo)
y en realidad no quieren que esos niños crezcan con capacidad de enterarse de las cosas y cambiar las que no les gustan.
Por eso, para no encabronarse, pensemos que sí, algo hacemos, y que no dejaremos nunca de hacer. Aunque la balaza no nos sea favorable
Mi amigo,vete tu a saber porque rollo del bloglines,no me actualizaba tu blog y te tenía anclado en Bolivia.
Me he pegado una panzada de palabras bonitas.
Me encanta el reencuentro.Muchos besos en esas baebas que mejor no remojar.Que estas muy guapo asi.