INSUAVE   (Del latín insuāvis)

1. adj. p. us. Desapacible a los sentidos, o que causa sensación áspera y desagradable.

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Qué sé yo si será la bruma del otoño, o los vientos que soplan fríos del norte, o quizá el tiempo que paso en la noche pegadito al crepitar del fuego donde la madera que no arde y sujeta la cumbre de la casa también cruje, 

Qué sé yo, pero a veces me rondan historias inquietantes que luego no dejan sitio al sueño que tiene ganas de acomodarse en mí pero no encuentra dónde.

Qué sé yo, pero el cuento de esta semana es como sigue.


SE VENDE. -félix albo-

No debe ser agradable levantar una tabla del suelo de tu casa y encontrar un brazo, un brazo pequeño en perfecto estado de conservación. Completo, rígido en su codo; con su manita al final; con sus cinco dedos en los que aún se identifican sin esfuerzo sus pequeñas uñas.

Mucho menos agradable debe ser, comenzar a levantar el resto de las tablas del suelo del salón y encontrarse más brazos, y piernas, derechas e izquierdas, y también torsos desnudos, todos de pequeño tamaño, como de hombre diminuto, enano o niño.

El asombro tiene que ser aún mayor al encontrar más de veinte cabezas proporcionadas al resto, estas sí, sin ojos, algunas sin nariz ni orejas, pero con una rígida mueca en el rostro que muestran sin tregua una emoción concreta: algunas son tiernas, otras provocan pavor y un par de ellas, aunque parezca asombroso, una sonrisa.

Peor aún es encontrarse en un rincón del bajo fondo de la antigua tarima de haya, una caja cerrada con un candado también pequeño. Al abrirla sin dificultad, la caja se muestra llena de ojos. Ojos tan pequeños como expresivos. Ojos que encajan a la perfección en los agujeros que poseen las cabezas.

Con tiempo, el padre y el hijo se pasan la mañana tratando de componer aquellos cuerpos silenciosamente. Estos brazos en aquel torso con aquella pierna de allí y aquella otra. Y aquel otro con aquella cabeza.

Al medio día, en otro rincón que quedaba tapado por el montón de tablas, encuentran un saco de arpillera llena de pelo. Mechones de pelo rubio sol, negro noche, o gris silencio. Y también una pequeña maleta de cartón sin cierre, llena de ropa.

Por la tarde tienen terminados dieciséis cuerpos y les quedan trabajo y trozos como para cuatro más. Los han encajado y vestido. Les han puesto el pelo y, como han podido, los ojos. Los han colocado tumbados, boca arriba, sobre las tablas recolocadas de la tarima, en el centro del desordenado salón.

La escena en dantesca, tanto, que la madre, al entrar ya en el atardecer del día, no puede evitar dar un grito de espanto. Y es que están tan bien hechos, que a simple vista no parecen ser de madera. Suerte que el padre ya sabía que el primer dueño de aquella antigua casa fue un famoso titiritero y por eso, desde el principio, le pareció un juego trepidante para disfrutar con el niño.

Antes de cenar, entre los tres, ya están repartiendo los veinte cuerpecitos correctamente vestidos por la casa en la que llevan viviendo cinco años.

Lo que no sabían, ni el padre, ni la madre, ni el niño, es que aquellos títeres, ahora que estaban completos, solo necesitaban de la oscuridad y el silencio para recobrar la vida.

Aquella fue la séptima familia en cien años, de la que no se volvió a saber nunca más.
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¿Ves? ¿Crees que es como para preocuparme?

La semana pasada, el #lunesdeperita se compartió 21 veces en facebook. A ver si esta corremos esa suerte.

Feliz semana.

Abrazos a capazos.




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