Me encuentro en el blog  de Joan Garí, el texto de abajo. Me ha gustado. Mucho. Y por eso copio y pego y enlazo.


03 de ene de 2009

Se ha escrito mucho sobre ese par de zapatos que el periodista iraquí Muntazer al Ziadi arrojó sobre el todopoderoso George Walker Bush durante una rueda de prensa en Bagdad. Supongo que la anécdota es lo bastante suculenta como para que muchos quisieran convertirla en categoría. Los hay que han subrayado el carácter puramente islámico de ese gesto, puesto que en esa cultura se escenifica el desprecio por algo o alguien convirtiéndolo en blanco de tu propio calzado. Otros han sugerido que es indigno de un periodista romper su neutralidad deontológica para enfrentarse a quien, en resumidas cuentas, es el objeto de su trabajo (como si un periodista, antes o por el hecho de serlo, no fuera también una persona libre de indignarse ante cualquier fechoría). Algunos, finalmente, han propuesto considerar el gesto como la metáfora de un año, de un país, de una guerra, de una desgraciada aventura. Esta última interpretación es muy sugerente, porque pensamos con metáforas y todos nos  vemos reconocidos en su plasticidad.
Es poderosa la imagen, lo reconozco. Descalzarse ante el hombre más poderoso del mundo, empuñar la alpargata, lanzarla a la velocidad exacta de la impotencia y la humillación de todo un pueblo.
Muchos años antes, cuando lo iban a fusilar, Lluís Companys –presidente de Cataluña- se quitó cuidadosamente los zapatos, se irguió sobre la tierra caliente y se dispuso a morir con una dignidad que nunca tuvieron sus asesinos. Lo capturó la Gestapo en Francia por orden directa de Franco, y lo encerraron en el castillo de Montjuïc. Allí lo sometieron a una parodia de juicio que sólo podía acabar como acabó. Fue el único presidente de un gobierno democrático asesinado en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Su muerte lo convirtió en un mito –un mito descalzo.
Me pregunto qué hubiera pasado si, en lugar de quitarse los zapatos para sentir por última vez el tacto de su tierra, Companys los hubiera lanzado contra el pelotón de soldados que le apuntaba. Me imagino el desconcierto de éstos, sus risas nerviosas, su estupefacción moral. ¿Hubiera sido un justo gesto de desprecio, un despropósito deontológico, una metáfora? No digo que sean equivalentes, pero Franco o Bush son esa clase de tipejos que deberían estar colocados en la Historia como en una atracción de feria, dispuestos para que cualquier ciudadano decente les lanzara un buen par de zapatos. Aunque fallara.


Abrazos descalzos. 
P.D.: ¿A quién le dabas tú un zapatazo?

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