Contar en Fuerteventura
9 oct 2009
Producciones del mar, es una productora de espectáculos teatrales afincada en un municipio de la isla de Gran Canaria. Están de cambios. Cambian de nombre, de hecho ahora son Una hora menos. Pues eso, cambian de nombre, cambian de oficina, y se ve que con tantos cambios se han aturullado y les ha dado por contar conmigo.
Cuentan conmigo para que cuente donde ellos me dicen. De momento ha sido en tres ocasiones y las tres en festivales de teatro de calle. Ya va siendo hora de que en los festivales de teatro que cubren distintas disciplinas escénicas como el clown, la danza, el mimo, o el títere, tenga cabida la palabra dicha, la narración oral.
Cuentan conmigo para que cuente donde ellos me dicen. De momento ha sido en tres ocasiones y las tres en festivales de teatro de calle. Ya va siendo hora de que en los festivales de teatro que cubren distintas disciplinas escénicas como el clown, la danza, el mimo, o el títere, tenga cabida la palabra dicha, la narración oral.
El primero fue MALPAÍS, en la Isla de Lanzarote, el segundo fue en Teror, en su II Festival de Teatro de calle de Teror, en la Isla de Gran Canaria. Y la tercera, fue el viernes pasado, en el Puertocalle de Puerto del Rosario, en la isla de Fuerteventura.
La foto con público pertenece al de Teror. En los tres festivales ha sido emocionante y el resultado ha sido, en general satisfactorio y en particular muy satisfactorio salvo en una ocasión donde empecé a contar con doce personas, aunque acabamos bien y más de sesenta.
Actuar en la calle cambia todo. Cambia las herramientas, las historias, el ritmo, los guiños. En la calle constantemente hay gente que pasa y, con suerte, se queda. Eso pasó en Fuerteventura en la primera sesión. Al principio doce, al final, más de sesenta entre gente de pie, gente sentada...
La gente que pasa, a veces, no lo hace en el mejor momento del cuento, y lo que ven es a un grupo de gente mirando a alguien que habla. Dependiendo del número de personas que haya o, sobre todo, de la actitud que tengan, las que pasan se quedan o no. Se paran poco o mucho rato, pero se suelen parar. El humano es curioso por naturaleza. Y esa oportunidad no se puede perder. Ese es el momento que hay para engancharlas, pero sin perder el ritmo, el cuento, el respeto a las que están ahí desde el principio.
Contar en la calle es andar equilibrando continuamente los esfuerzos. Estar abierto a que pase cualquier cosa en cualquier momento: que pase un coche con música, que alguien hable o le grite a su hijo que le muerda al bocadillo, que no se de cuenta de que hay un escenario y cruce por medio de todo... Y cosas mucho más extrañas, tanto que parecerían mentira si las contara. Pero la calle te hace crecer. Te remueve el cuento, los recursos, te abre puertas de la historia que no habías visto o que hacía tiempo que no abrías.
Contar en la calle es un reto. Que salga bien es un lujo. Contar en festivales de teatro de calle no lo había hecho nunca y da miedo el que tus precesores sean clowns geniales donde el gesto es su lenguaje o habilidosos malabaristas donde mueven y coordinan el cuerpo con una agilidad pasmosa. Pero cada uno tenemos lo nuestro y sí, en la calle hay espacio para la palabra. También es cierto que no sirve cualquier espacio para contar en la calle. Hay que tener cuidado, por ejemplo con la concentración de gente que está en un lugar pero a otra cosa. Por ejemplo, hay treinta personas en la terraza de una cafetería. Esas treinta personas no cuentan como público. Está ahí tomando algo. Ponerse a contar al frente o a un lado es molestar a esa gente que evidentemente se pueden ofender o tomar actitudes poco colaboradoras. Pero no es culpa suya.
La calle es grande y hay mil lugares recoletos, o de paso sin molestar, o bellos, o silenciosos donde los cuentos no rompan precisamente esa calma, o...
Por suerte, en Unahoramenos lo saben y cuidan mucho estos aspectos y, lo que parecía un paseo abierto, en Lanzarote (parecía y era), lo convirtieron (Mario, Cristina y Pepe Juan que tiene nombre de vaquero caro) con una buganvilla, una moqueta y unas vallas amarillas, en un espacio donde de entrada había más de cien personas y quizá se doblaran en la ora y media que duró la sesión.
Contar en la calle, además, tiene otro aspecto que me fascina aún más. Es esa multitud que ha estado sentada o de pie durante un largo rato disfrutando o más de los cuentos, han seguido con la mirada, con la emoción, con su silencio o sus risas, han aplaudido a rabiar o menos... a los quince minutos ha desaparecido y queda la calle, desnuda, con su melodía urbana o rural, pero la suya, natural, única, propia. Y parece que no haya pasado nada y a mí me resulta más fascinante que entrar o salir de un teatro o biblioteca o salón de actos vacío tras la sesión.
La Isla, preciosa. Un lujo de aguas, de sol, de cherne, de ensaladas, de tropical en vaso frío, mi niño. Y eso también. Allí estuvieron mi niño, y mi niña, y nos lo pasamos a lo grande grande. Y nos quedamos dos días más para seguir disfrutando.
La foto con público pertenece al de Teror. En los tres festivales ha sido emocionante y el resultado ha sido, en general satisfactorio y en particular muy satisfactorio salvo en una ocasión donde empecé a contar con doce personas, aunque acabamos bien y más de sesenta.
Actuar en la calle cambia todo. Cambia las herramientas, las historias, el ritmo, los guiños. En la calle constantemente hay gente que pasa y, con suerte, se queda. Eso pasó en Fuerteventura en la primera sesión. Al principio doce, al final, más de sesenta entre gente de pie, gente sentada...
La gente que pasa, a veces, no lo hace en el mejor momento del cuento, y lo que ven es a un grupo de gente mirando a alguien que habla. Dependiendo del número de personas que haya o, sobre todo, de la actitud que tengan, las que pasan se quedan o no. Se paran poco o mucho rato, pero se suelen parar. El humano es curioso por naturaleza. Y esa oportunidad no se puede perder. Ese es el momento que hay para engancharlas, pero sin perder el ritmo, el cuento, el respeto a las que están ahí desde el principio.
Contar en la calle es andar equilibrando continuamente los esfuerzos. Estar abierto a que pase cualquier cosa en cualquier momento: que pase un coche con música, que alguien hable o le grite a su hijo que le muerda al bocadillo, que no se de cuenta de que hay un escenario y cruce por medio de todo... Y cosas mucho más extrañas, tanto que parecerían mentira si las contara. Pero la calle te hace crecer. Te remueve el cuento, los recursos, te abre puertas de la historia que no habías visto o que hacía tiempo que no abrías.
Contar en la calle es un reto. Que salga bien es un lujo. Contar en festivales de teatro de calle no lo había hecho nunca y da miedo el que tus precesores sean clowns geniales donde el gesto es su lenguaje o habilidosos malabaristas donde mueven y coordinan el cuerpo con una agilidad pasmosa. Pero cada uno tenemos lo nuestro y sí, en la calle hay espacio para la palabra. También es cierto que no sirve cualquier espacio para contar en la calle. Hay que tener cuidado, por ejemplo con la concentración de gente que está en un lugar pero a otra cosa. Por ejemplo, hay treinta personas en la terraza de una cafetería. Esas treinta personas no cuentan como público. Está ahí tomando algo. Ponerse a contar al frente o a un lado es molestar a esa gente que evidentemente se pueden ofender o tomar actitudes poco colaboradoras. Pero no es culpa suya.
La calle es grande y hay mil lugares recoletos, o de paso sin molestar, o bellos, o silenciosos donde los cuentos no rompan precisamente esa calma, o...
Por suerte, en Unahoramenos lo saben y cuidan mucho estos aspectos y, lo que parecía un paseo abierto, en Lanzarote (parecía y era), lo convirtieron (Mario, Cristina y Pepe Juan que tiene nombre de vaquero caro) con una buganvilla, una moqueta y unas vallas amarillas, en un espacio donde de entrada había más de cien personas y quizá se doblaran en la ora y media que duró la sesión.
Contar en la calle, además, tiene otro aspecto que me fascina aún más. Es esa multitud que ha estado sentada o de pie durante un largo rato disfrutando o más de los cuentos, han seguido con la mirada, con la emoción, con su silencio o sus risas, han aplaudido a rabiar o menos... a los quince minutos ha desaparecido y queda la calle, desnuda, con su melodía urbana o rural, pero la suya, natural, única, propia. Y parece que no haya pasado nada y a mí me resulta más fascinante que entrar o salir de un teatro o biblioteca o salón de actos vacío tras la sesión.
La Isla, preciosa. Un lujo de aguas, de sol, de cherne, de ensaladas, de tropical en vaso frío, mi niño. Y eso también. Allí estuvieron mi niño, y mi niña, y nos lo pasamos a lo grande grande. Y nos quedamos dos días más para seguir disfrutando.
Contar en la calle es genial. Yo cuento mucho en festivales de teatro de calle y en encuentros de circo, entre clowns, malabaristas, equilibristas, espectáculos de fuego. Y me ha costado entrar, bastante. Los organizadores siempre me contestan que el cuentacuentos no es una disciplina cirquense, pero mira, yo soy cabezota. Y, por suerte, al público le gustan los cuemtos. Creo que es porque están mas acostumbrados a ver una sesión de narración oral que a alguien colgado de unas telas aereas. Y siempre consigo entrar.
Y es cierto que al enfrentarte al público en la calle, a veces desconcierta. Porque están los de la cafetería tomando algo y mirando como ue no va con ellos. Los que pasan por dealnte con prisas o sin ellas..Ese es el reto. llevartelos a tu terreno y conseguir que se detengan a escuchar.
¡Qué lujo!
Recíproco, seguro...