Por donde empezar...
23 mar 2010
Pues por lo que hice ayer.
Ayer estuve en Calpe, a unos pasados cien kilómetros de la puerta de mi casa. En este año, celebran la X campaña de animación a la lectura. A lo largo de prácticamente dos meses, la biblioteca se llena de actividades destinada a los escolares de la ciudad. Como es la décima edición y es una campaña importante, a la primera sesión acude el alcalde que comparte con el alumnado la necesidad de leer "para ser guapo" Siempre hay un libro para cada persona -dice, y se apoya en los cómics para aquellos a quienes no les gusta o les cuesta leer. Una conversación distendida, concisa, y con negrita en las palabras precisas. Se nota que es un gran lector.
Calpe queda en la orilla de un Mediterráneo sorprendentemente transparente y, a pesar de las multinacionalidades que pueblan sus casas y urbanizaciones que salpican sus paisajes, la lengua que prima en las calles es el valenciano. El valenciano es una lengua que voy hablando, bajo el consejo y ánimo de Dani Miquel, con la intención de en el año que viene haber alcanzado la suficiente fluidez y vocabulario como para poder utilizarlo como herramienta en mi trabajo sin que merme en absoluto la calidad del mismo, y que los distintos públicos no tengan que andar perdonandome ni limando nada. Y, cierto es lo que me decía Mario Pampol, los cuentos tienen otra música, otro ritmo distinto en cada lengua, y en valenciano suenan bonito. ¡Ja vorem!
El caso es que a esta ciudad llego temprano y me encuentro con su peñón, lamido por las aguas y abrazado por una bruma no tan espesa como para no dejar pasar la luz del sol.
Ayer me esperaban tres grupos de primaria. Este año cuento a los mayores: 4º, 5º y 6º. El año pasado fueron 1º y 2º, por eso no les pude contar cuentos de miedo. Este año sí: Historias horripeliznantes, llenan las tres horas y pico que les dedico. Las risas se mezclan con los sustos, los ojos parecen salirse de sus caras, lo mismo hay silencio que lo rompen para comentar entre ellos y ellas situaciones similares, y la emoción no les permite evitar levantar una mano para compartir su propia historia. Al final, hay quien me abraza, hay quien me dice que esa noche no va a poder dormir, hay quien comenta que se lo ha pasado genial y cuando termino, a la tarde, el peñón sigue ahí, pero ahora pétreo sonríe, lleno de misterio, mientras se consigue quitar los restos de nube que le quedan y se deja acariciar por el viento que genera el vuelo circular de las gaviotas.
De regreso a casa, con las manos en el volante, sigo dándole vueltas a mi sesión para Cuenca. El viernes vuelvo a Calpe, con otros grupos, con otras historias quizá, un poco más horripeliznantes...