Perita: QUIETE

Cuento con perita, como cada semana. 
La palabra QUIETE. El cuento TENDAL.


TENDAL -  f é l i x a l b o
Soy chica de ciudad, pero casi todos los recuerdos de mi infancia se mueven entre las casas de mi pueblo. Pasé mis primeros quince veranos enteros, con mis primos, mis padres, mi hermano, mis tías y tíos y Fefa, mi abuela preferida. Es verdad que no he tenido otra, pero aunque hubiera tenido mil, Fefa era mi abuela preferida. Mi Fefa.

Abrazaba, besuqueaba, te acariciaba las manos dedo por dedo y antes de acabar, te guardaba un beso en la palma. Para cuando me vaya -decía.

Era entrañable.

Mi Fefa me contaba cuentos.

Lo hacía en la hora de la quita, cuando todos se iban diluyendo en silencio: mi padre a la hamaca, mi madre en el sofá, debajo del ventilador del techo, mi hermano en su habitación, con los cascos puestos...

Fefa salía entonces sonriente con la zafa rebosante de ropa húmeda y me daba la bolsa de las pinzas. Fuera, el mundo entero parecía adormecer evitando el calor del medio día mientras mi abuela y yo canturreábamos camino del tendal.

Mi tarea era sencilla; tenía que darle las pinzas de una en una con las orejas hacia ella, las mías no, las de la pinza, aunque las mías también estaban porque tras colgar la primera prenda fuera pantalón o camiseta, mi Fefa decía: ¿sabes qué le pasó a una niña que vino al mundo cuando parecía que no era buen momento y decidió darse la vuelta?, o ¿Te he contado lo de la muchacha que soñando con un vestido que no podía tener se cayó al azarbe y se la comió un atún?, o ¿Sabes que hubo una mujer que cuando se enamoró se quedó bizca y fue recuperándose poco a poco hasta poder ver bien de cerca al mozo y se volvió a quedar bizca?.

Pues detrás de cada una de estas preguntas rimbombantes siempre había una historia divertidísima, excitante y con un final tremendamente feliz.

Me encantaba tender la ropa con mi abuela, era genial escucharla.
Sus protagonistas siempre eran mujeres sin nombre: niñas que se empeñaban en subir al campanario a decirle a la camapana que por las noches tocara quedo, muchachas convencidas de que las vacas sabían hablar pero estaban disimulando o mujeres que lavaban cantando canciones bonitas para que la ropa quedara más limpia.
Siempre activas, felices, cantantes, llenas de ganas y enamoradas.
Me contó estas historias a lo largo del tramo de vida que cruzamos desde bien niña y yo estaba convencida de que se las inventaba porque le encantaba verme reír y ella se reía más aún, pero qué va.

Mi madre me lo dijo. Me las contaba por compartir su vida, por compartirse. Historia a historia, mi abuela, Mi Fefa había ido desgranando su pasado, remirando y entretejiendo de nuevo las partes más duras, pero esta vez con buena letra, para mis oídos, para sus sosiegos. Y no me ocultó que casi muere en un canal de riego, ni que su nacimiento casi le cuesta la vida por venir girada, ni que su yayo, mi abuelo, era el más guapo del valle entero y cuando murió tan joven fué y será el más guapo del ementerio. No me ocultó la trinchera que se hizo en su pueblo y en su memoria, ni la soledad que respira un pueblo que se va quedando vacío.

No me ocultó ninguno de sus miedos. Ninguno. Los compartió y justo con el ánimo contrario. Qué sé yo si para evitarme el contagio. Qué sé yo si para ella vencerlos.

Solo sé que me encanta sentirla palpitar mientras tiendo ahora mi ropa, aunque sea en una de las azoteas de la ciudad que habito.

Las dos reímos y luego me recojo un beso de la palma de mi mano.
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quiete.

(Del lat. quies, quiētis, descanso).

1. f. Hora o tiempo que en algunas comunidades se da para recreación después de comer.

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Este tono sepia debe ser por la alergia a la primavera. Qué sé yo.
Tendré que recuperar la costumbre del quiete.

Feliz semana. 

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