#lunesdeperita
cada semana una nueva historia rondando a una palabra concreta.



MALOS .félixalbo
Cuando nací, todo el mundo decía que los malos eran los fascistas. Andaban matándose contra los nazis por media Europa menos en mi tierra, que los que habían ganado el golpe de estado convertido en guerra, habían desterrado a los perdedores más allá de la maldad. Simplemente no existían y si lo hacían eran perdedores... ni malos siquiera.

Al poco, sin darnos cuenta, los malos malísimos pasaron a ser los rusos. Esos sí que eran malos, madre. Fuertes como cosacos, salvajes, sin ningún tipo de escrúpulo ni moral, con el pelo pincho, rubios y musculosos. Peor que los nazis casi, con diferencia. 
Bueno no, lo que pasa es que de los nazis ya nadie hablaba. 
Por la ventana de la nueva tele nos asomábamos a maldades bárbaras. Lo mismo daba que fuera cine que teleinformativo. No había duda. Estaban por todas partes y podían acabar con el mundo en cualquier momento. Con solo apretar un botón.

En medio ha habido otros líos pero que han sonado menos. Auténticas masacres en muchas partes de África, Palestina, Asia, América Latina, incluso Europa... Pero estas han pasado rápido por nuestra ventana y con tanto muerto y tantas cosas que hacer no hay quien se aclare. Tan rápido que uno olvida a las farmacéitucias, a las empresas de (re)construcción, a las petrolíferas, a las de armas, a los bancos...

Ahora los bárbaros son los de un autodenominado país que nadie sabe dónde empieza, dónde acaba. Nadie tiene ni idea de dónde está. Los rusos por lo menos los teníamos localizados pero éstos... Estos sí que son perversos. Estos sí que dan miedo. Los entrenaron los buenos para luchar contra los malos de entonces que eran los rusos y lo hicieron muy bien, tanto que se les ha ido de las manos.

Los malos cada vez son mejores, quiero decir, más malos. Las ventanas por las que nos asomamos a ver sus maldades cada vez son más y más grandes. Podemos casi seguir en vivo lo que pasa en cada rincón del mundo siempre que alguien haya puesto a alguien allí para enseñárnoslo. Y nos asomamos claro. 

El problema -me dijo acercándose y susurrando- es que siempre nos aúpan los mismos. ¿Verdad que en un juego de ordenador hay un momento en el que no te puedes salir del gráfico? No está programado. El muñequito se queda caminando contra un árbol, contra un pixel, contra la nada. No está programado.

Con la información también pasa -susurró aún más-. Hay quien busca, pero se encuentra con una barrera invisible. Hay quienes no se conforman con las ventanas que nos ofrecen y quieren otras miras, otras ventanas. Hay quien no olvida, no cree, no cesa.

Pero son pocos -me miró fijamente e hizo una pausa-. Somos pocos. Demasiado pocos para todo el ruido que hacen los descendientes directos de quienes inventaron a los malos y todos sus parásitos.

¡Abuelo! -interrumpió mi abuela- ¿qué le andas diciendo al niño?.
¡Tonterías y memeces! -le dijo- Ya sabes, política y cosas de hombres.
Pero abuelo, que tiene siete años y lo vas a hacer tan rarito como tú -le contestó-. Cuéntale un cuento o ponle la tele.

El abuelo me guiñó un ojo. 

Esta es mala de las de verdad -me susurró-, a esta no me la cambian. ¿Y la tele? ¡Al carajo la tele! 

Sonrió y entonces me contó un cuento.

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C -cismar.
(De cisma).
1. tr. Sal. Meter discordia, sembrar cizaña.
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La edad no da perspectiva, me dijo una vez un admirado profesor de historia. 
Lo que da la perspectiva es la serenidad, la voluntad, los datos y la objetividad.

Vivimos tiempos convulsos. Piensa mal y acertarás. Cuando el río suena agua lleva. Máximas que generan la desconfianza con quien tenemos al lado. Nos resulta más sencillo mal pensar que preguntar y aclarar. Es más corto. Mas rápido. Menos comprometido.
Vivimos tiempos de comodidad. Hacemos auténticas revoluciones a golpes de tecla, firmas digitales, reenvío de whatsapp. Pero la calle... La calle se pisa poco. Al vecino se le escucha poco. Al de cerca se le cuida poco. 
Vivimos tiempos de miedos. Los niños no van solos a las escuelas. Cuando caminamos por calles oscuras nos agarramos al móvil como quien se tapa con una sábana en la noche de tormenta.
Vivimos tiempos de tecnología, de mucha información. Pero igual que en un menú, por muy extenso que sea, no te permite comer lo que quieres y como lo quieres. Es una oferta limitada disfrazada de libertad. 
La gran cantidad de medios de información tienen el mismo sabor, se cocina con las mismas salsas. Aunque cambien los platos, la mantelería, los precios, la carne.
Vivimos, y nos quieren hacer convencer que eso ya es más que suficiente, más de lo que merecemos, demasiado para nuestro valor, nuestras posibilidades.

El miedo, que pasó de ser divino en el antiguo testamento donde un dios perverso mataba a los infieles por miles, a ser terrenal donde los hombres en nombre de un dios bondadoso mataban incluso más que aquel dios justiciero; siempre ha sido la mejor herramienta para dominar. Desde el gobierno hasta la casa. Desde el trabajo hasta la escuela. Desde la sociedad hasta el alma.

Mientras sigamos tapándonos con sábanas de tergal ante nuestros temores, las sombras y ruidos se harán más grandes. 
Mucho más.

El miedo sí que goza de libertad a no ser que le pongamos trabas, que le plantemos cara.
Aquel profesor decía "la mejor manera de vencer al miedo es no creerlo y diferenciar muy bien la valentía de la imprudencia".

Su voz se apagó y a mí se me quedaron unas ganas locas de seguir escuchándolo.

Feliz semana.
Feliz luna llena.

Abrazos a capazos.

Félix Albo.

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