#lunesdeperita
Cada semana una nueva historia rondando a una palabra concreta.
La definición la tomamos de la página oficial de la rae.es.
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Es para mí, para ti, para quien tú quieras.



LEO. félix albo

Rubio platino, de melena larga, más larga la hacía la época. De niño siempre andaba por las afueras del pueblo. Más de una noche su madre salió a buscarlo preocupada. Al final siempre aparecía, pero nunca por donde se le esperaba.
Conocía las grutas, los senderos y la vereda del río como si hubiera sido quien las creó. Tenía nombres puestos a los árboles: la familia, el triste, el arrebatado, el gordo... Sabía una historia para cada uno de ellos. Te contaba sin dudar los hechos, a veces bárbaros, que habían dado lugar a los nombres de las cuevas, de los montes, de las casas en ruinas. También por qué el río se salía en la Fonseca y retornaba más frío en la Colorada, y por qué las nubes un día van juntas y otro día separadas.
Pamplinas, mentiras y tonterías -decía mi madre. A la abuela de tu madre nunca le gustó. Decía que era un raro.
Raro no, madre -le decía yo-. Distinto. Distinto y guapo.
Hija, por dentro todos huecos -contestaba ella. 
Pero se equivocaba. Cuando lo fue conociendo sabía que no era así, que se equivocaba. Por eso le tenía aún más miedo.

Pero me hizo feliz. 
Mira, siempre tenía una cancioncilla alegre en los labios. Una inventada, como todo lo suyo:
El agua clara, clarita clara, el agua fresca que cae en la pala... lará larál la lará larál la lerei lerél le lerél lelé.

Me acariciaba suave y decía cosas que nunca había escuchado; cosas dulces, palabras hechas de verdad. Y hablaba hasta que me dormía así. Nunca cogió un libro, eso sí, pero te leía el cielo cada noche y escuchaba con entrega cualquier cosa que yo le contara y con ternura le hablaba al perro, a los árboles, a las cabras: mis hermanas cabras, las llamaba. 

Había tardes que no regresaba y volvía a media noche y desnudo.
La primera vez me asusté mucho. Pensé que le había pasado algo y cuando le vi venir como su madre le trajo al mundo ¡imagínate!. Pero no dijo nada, se sentó aquí, aquí justo donde estamos, entre mi regazo y el fuego y con los dos calores quedó dormido como niño. Desnudito.
No pude más que acariciarle el pelo y llorar. Llorar de feliz que me sentía de tenerle.
Se repitió varias veces. Era como si lo necesitara; estar solo en su monte, desnudo. ¡Qué sé yo!
Y cada vez que ocurría, más feliz me hizo sentir al verlo cómo dormía.

No hablaba más que conmigo y eso le bastaba. Me decía: me sobran todos menos tú.

Y ¿sabes?. Hay noches en las que de repente, el viento da golpes fuera y, enseguida, el fuego baila a dos dedos sobre el leño para después acariciarlo calmo hasta consumirlo.

Yo sé que es él. Que viene. Que baja del monte a quedarse dormido entre los dos calores que más amaba: el del fuego y el de mi regazo. Duerme antes de volver de un salto a la noche. 
Lástima que no pueda acariciarle ya el pelo y me tenga que conformar con su recuerdo. 

¡Qué guapo era!, maja. ¡Qué guapo! No parecía de este mundo.

¡Carajo!, y es que no era.


El agua clara, clarita clara, el agua fresca que cae en la pala... lará larál la lará larál la lerei lerél le lerél lelé.



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EGIPÁN
(Del gr. αἰγίπαν, voz compuesta de αἴξ, αἰγός, cabra, y Πάν, el dios Pan).
1. m. Ser fabuloso, mitad cabra, mitad hombre.

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Pequeños placeres. Llenar la rutina de pequeños placeres. Hacer de la vida un rito ancestral, un misterio solemne. Aceptar el ritmo. Celebrar cada paso. Regocijarse de cada secreto, con respeto y admiración contenida. 

Llenar la rutina de pequeños placeres. Dejar que los reflejos en el agua, parezcan por una tarde esmeraldas, por ejemplo. Y sentirse dichoso de tanta riqueza. La riqueza no por las esmeraldas, sino por sentir tal belleza en los reflejos durante una tarde entera. La alegría de una tarde entera.

Llenar la rutina de pequeños placeres y gozarlos tanto o más que los grandes.



Las flores de los almendros ya vienen cantando la primavera. ¿Las oyes?

Ya llega llamando a la tierra.



Feliz semana.



Abrazos a capazos.

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