Ahora que se acaba el verano, miro con calma el cielo.
Hace un par de abriles, tuve la oportunidad de conocer a Francisco, director y hacedor de
el aula del cielo, astrónomo. Con él llevé a cabo la campaña de animación a la lectura en la provincia de
Almería. Recorrimos aquella tierra con un planetario portátil que por magia del aire aparecía como un champiñón gigante, o un sombrero de bombín colocado con gusto en el suelo del gimnasio o casa de cultura. Y mientras él explicaba los datos técnicos y las naturalezas de estrellas, planetas y constelaciones, yo me dedicaba a contar las leyendas que conocía de cada una de ellas. Durante el día en el planetario portátil, durante las noches, para adultos, a cielo abierto, al lado de un castillo normalmente, bajo una manifestación ostentosa de la belleza nocturna, sus explicaciones y mis historias, se mezclaban con la curiosidad de la mayoría. Una actividad realmente especial.
Desde antes, y como humano y no solo de esta época, ya había sentido curiosidad por las constelaciones y dada la oportunidad que brinda el vivir en el campo, ya había dedicado algún tiempo, cuello tronchado, a intentar unir con ese trazo mágico los puntitos tintineantes (que tiritan de miedo, dice Galeano) durante las noches, a veces sólo (la mayoría) a veces acompañado. Recuerdo con especial cariño el descubrimiento de Pegaso, junto a Paula Carballeria, Pegaso, ese gran terrateniente del cielo.
Por suerte, la contaminación lumínica no ha acabado de apagar del todo las estrellas de mis noches hogareñas, así que hoy, mirando al cielo, comienzo a recordar aquellas historias.
La primera, una fácil, la Osa Mayor. ¿Y eso es una osa? No, pero como la mayoría. Realmente hay muy pocas constelaciones que, a simple vista, se parezcan en algo a aquello que representan, pero como cuando uno juega con las nubes, hay que echarle, sobre todo al principio, bastante imaginación, peor luego una vez estemos dentro de la dinámica todo resulta más fácil.
Un montón de culturas han coincidido en identificar esta constelación con una osa como animal, aunque no todas, por ejemplo, los egipcios veían un jabalí. En Marruecos, veían un ataud seguido por sus plañideras.
A esta constelación se la conoce también por el carro, o la sartén, o el cazo (que dicen los ingleses) debido a su forma. Se ve todo el año en el hemisferio norte y se usa como referencia para localizar la estrella polar.
A simple vista son muy fácil de identificar siete estrellas. Con cuatro se forma el cazo y las otras tres el mango. De éstas tres, la de en medio fue la primera estrella doble descubierta (Mizar y Alcor) que si no lo vemos a simple vista, nos podemos ayudar con unos prismáticos.
La mitología griega explica, en la mayoría de las historias, que Zeus era un enamoradizo, quizá por su carácter mediterráneo. A nada que se asomaba a la tierra, se enamoraba de alguien a quien seducía utilizando tretas y artimañas no siempre del mejor cariz.
Cuentan que el dios de dioses Zeus, enamoróse de Calisto, una ninfa de la diosa Diana. Zeus no paró hasta conseguir seducir a tan bella ninfa, pasando por encima del código ético de los dioses y la moral matrimonial (¿poseen moral matrimonial los dioses?) y acabando por encima de ella o por debajo, quién sabe las costumbres de los dioses y las ninfas.
Diana, notó el embarazo de su ninfa y la expulsó de sus cercanías temiendo la ira de Heras, esposa de Zeus. Ésta explotó al conocer que Calisto había tenido un hijo con su marido, Arkas, así que en un arrebato de celos convirtió a Calisto en una osa.
Quiso el destino que tiempo después Calisto se encontrara con su hijo, en medio de una foresta. Quien sabe si en la osa había ojos de madre, pero Arkas se sintió amenazado y saco un cuchillo enfrentándose a aquella animaleja que resultaba ser su madre.
Zeus, contemplando la escena, se removió por dentro (si en el fondo no son tan malos) e impidió que aquello fuera a más lanzando (de la cola, por eso es tan larga (tres estrellas)) a la madre al firmamento donde siempre estuviera al alcance de su mirada, por ello, en el hemisferio norte no se esconde. Y al niño, lo lanzó en forma de osezno, cerca de ella, y en la cola de éste colocó la estrella polar. Por ello sabiendo dónde está la madre, enseguida se encuentra al hijo, y con él al norte.
Cuentan que Heras se enfado tanto más que impide que la osa toque el horizonte para beber agua. Por ello, desde nuestro ángulo nunca toca el mar.
Por suerte le queda el resto del mundo para beber. De hecho, los indios de América del Norte, cuentan que la cola no es tal sino que se trata de tres cazadores que durante todo el año van a la caza del oso que huye delante. En otoño, justo cuando el oso roza el horizonte, los cazadores le dan caza y por eso las hojas de los árboles se tiñen de rojo.
A mí me gusta más la segunda, quizá por que la primera se parece a muchas, y ésta posee esa imagen final de los bosques canadiense ardiendo en rojo sangre en pleno otoño.
Ahí queda. ¿Imaginas cuánta gente ha mirado esa constelación a lo largo de los tiempos?
Si escuchas es alucinante.
Para encontrar la Polar tienes dos opciones:.- de la osa mayor, coges las dos últimas, en esta ilustración las de la derecha, y cuentas cinco veces hacia arriba esa misma distancia. Encontrarás una estrella arriba que forma parte de la Osa Menor (Arkas).
.- señalas con el índice el cielo, despacio y a con mucha atención paseas el dedo por el firmamento, cuando notes más frío estarás señalando la estrella Polar.