El pasado sábado tuve la ocasión y el placer de ir a ver el último trabajo de El brujo. Nunca le había visto trabajar y me encantó. El espectáculo que pude disfrutar, El evangelio de San Juan, es una reivindicación continua del poder la palabra. Es más, identifica al Jesús de Nazaret, como el hombre palabra; más allá de los milagros que realizaba, panes, peces, vinos a borbotones, paralíticos que andan, ciegos que ven más allá de lo que las pupilas perciben... lo que molesta de su quehacer casi diario, es su palabra. Con su palabra revoluciona todo lo establecido. Pero no todo el mundo es capaz de mantener el goce por la escucha. Algunos porque dice aquello que no quieren escuchar, otros porque van solo esperando más peces, más panes, más bocatas caídos del cielo, como decía este actor/narrador, y otros por esa libertad que da la palabra de decir lo que uno quiera. 

Sí, digo actor narrador porque así me pareció su trabajo, a veces desde el actor, y muchas, casi más, desde el narrador, con un texto a veces acre para cierta parte del público (por lo menos para cuatro que tenía yo delante) por sus confesiones/elucubraciones/divagaciones siempre bien medidas y con aire crítico y mordaz hacia la institución contraponiéndola a la palabra de su mesías, teje y zurce con humor e ironía los 120 minutos que dura el monólogo.

Y desde esta posición dual, consiguió una cercanía y complicidad con el público que, al parecer, y según he leído por internet, es una de las características del trabajo de este grande.

En el suelo del escenario un mapa de Palestina donde no se apreciaban las fronteras entre Judea y Galiela que ya existían. El Brujo paseó Jordán arriba, Jordán abajo, el texto que iba caricaturizando con su gestualidad imitatoria a la representada en muchos retablos o frisos cristianos. Cuatro músicos, uno de ellos con cadenciosa y envolvente voz, acompañaban al Jesús hombre del que contaba El Brujo, en sus ires y venires, en sus caminares descritos en el evangelio.

Crítica, incitación a la reflexión, juego, risa, desbarre, tensión, inmensidad (a veces su voz tomaba una inmensidad que inundaba todo pro dentro y por fuera), humanización del hijo de un dios, pero ante todo, el espectáculo fue una defensa de la palabra, una reivindicación del arte de contar, llegando a comparar la palabra con la vida; la historia, los hechos permanecen vivos mientras se cuentan, y mientras haya quien los escuche, pero sobre todo mientras se cuentan.

Un lujo del que salí más grande de lo que entré, y mira que ya ocupaba silla y un trozo. Un lujo poder compartir con Javier y Carmen el espectáculo y, sobre todo y con más tiempo, con Ángeles a quien las butacas del Auditorio Parque Almansa le descoyuntaron la espalda, pero no le impidieron gozar del espectáculo y la noche.

En octubre estrena otro espectáculo y cierto es que cuento con verlo. 

Salud.


P.D.: Enlace a una entrevista que he encontrado por ahí
nota. la foto es de noticias terra.es

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