El pasado diecisiete de diciembre, jueves, anduve por las tierras húmedas y frías, por lo menos en esta época, de Ossa de Montiel. No es la primera vez que vengo. En esta ocasión vengo por partida doble.

Aquí me espera Paco, su bibliotecario, en su reino que aún no había visitado. Paco siempre sonríe con ese aire de poeta en ciudad de viento. Pero no se viene ni a almorzar. Ahí me acompaña Pili. A pili la conocí hace... años. Bastantes, en el curso de FOREM que imparto cada año. El suyo fue uno de los que recuerdo con más cariño. Y esos recuerdos ocupan el almuerzo y parte del día.


Después de almorzar nos vamos al instituto donde nos esperan para contar a los mayores del centro, 3º y 4º de E.S.O. Lo pasamos bien. Pasó rápido, pero bien. Contar en secundaria cada vez me gusta más. El alumnado se sorprende primero de que les inviten a un cuentacuentos, que a mí, para esas edades me gusta llamarlo historias, por la inevitable asociación que uno hace con el mundo infantil y la palabra cuento. La segunda sorpresa viene por mi aspecto físico, la barba, la barriga, la escasez de pelo en la cima del cuerpo, no entran dentro de la imagen deseable de un adolescente. La tercera viene por la palabra: su velocidad y lo que cuenta. Notas cómo los ojos se les van haciendo grandes, y las reticencias iniciales incluso a reírse, se abandonan. Y es un gusto, de los grandes. El grupo de Ossa, fue un grupo de esos majos que, algunos, se quedaron con ganas de más y vinieron a la de adultos de la noche.

Pero no puedo pasar a hablar de la de adultos sin mentar la comida, compartida con los primos y amigos de Pili, y una lumbre encendida, y una parrillada hasta los topes, y un pisto delicioso, y pan y vino hecho allí mismo y una conversación con risas y hechos de aquí, de allá, de una gymkana curiosa, de una cosecha, de las moléculas y su atracción por la energía... Qué manera de disfrutar recordando aquello que nos hace disfrutar. Un lujo.


Agradecido y repleto, Pili me lleva por las Lagunas no de Ruidera, sino por las de la Ossa. Pasear con alguien que ha crecido en estos parajes es un lujo porque te llena el paseo de información común y de detalles únicos,y las palabras van llenándose de recuerdos, de baños, de fiestas, de lunas, de amores, de... Casi se nos pasa la hora.

Pelados de frío vamos al lugar donde cuento. El Capitol es un lugar donde Pablo y yo, hace... ¡puf! aún no se habían inventado los Ruideritos, dulce tradicional, el de toda la vida.


La gente, no mucha, va llegando poco a poco, pero al final nos juntamos unos cuantos. Suficientes como para pasarlo bien. Mejor. La sesión sale, sin más, con todo el gusto hacia el público que escucha atento. Un placer.

Después, besos, abrazos y ganas de volver a encontrarnos. Con este ánimo tomo el camino de retorno hasta La Roda donde la nieve decide caer de golpe. Allí me quedo hasta que escampa un poco y llego, feliz, hasta casa. Gracias por el día Pili y gente aledaña. Un placer que, ojalá, se repita pronto.

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