INEFABLE
(Palabra procedente del latín).
1.- adj. Que no se puede explicar con palabras.

EL REGALO - Félix Albo

Al volver de la biblioteca donde había ido a hacer un trabajo del instituto se encontró con su padre en casa a quien no esperaba hasta el sábado.

¡Anda!, ¿qué haces aquí? -le preguntó después de los dos besos.
Vengo a por ti, esta noche nos vamos a...
Papá -le interrumpió-, que esta noche ya he quedado.
Pues tendrás que desquedar -le dijo-, porque ya he hecho los...
Papá, ¿no lo podemos dejar para otro...
Venga- le cortó levantándose- cámbiate si quieres. Mañana a las nueve de la mañana ya estaremos aquí. Y a partir de que volvamos tienes toda la vida para quedar.

Y fue a la cocina y sacó una bolsa con dos bocatas, y un par de botellas de agua. Y le dieron dos besos a la madre que quedó en casa.
En el viaje solo rompía el silencio una tonadilla silbada por el padre, hasta que él puso la radio.

Alguna hora después salieron del asfalto para tomar un camino de tierra durante más de cuarenta y cinco minutos.

¿Pero se puede saber dónde vamos? -le preguntó extrañado y un poco de mala gana.
A un sitio donde ya tenías que haber estado -le contestó su padre con una cortante sonrisa.

Detuvieron el coche bajo una ladera sembrada de pasto. La tarde se estaba desvaneciendo. Sacaron las bolsas y dos sacos de dormir y se adentraron en el prado hasta llegar más o menos al centro.

Cenaron en silencio. El padre miraba el horizonte y cómo se iba pintando bello el poco día que quedaba. Cuando acabaron de cenar el padre se tumbó boca arriba y le dijo:

Este es uno de los mejores regalos que tiene la vida, el silencio.

No me digas que me has traído hoy viernes aquí para escuchar el silencio -le contestó.
Shhhhhhh -siguió su padre-. No hablo del silencio de fuera, sino del de dentro. Y ese es solo el primer regalo. Túmbate, túmbate.

Y se tumbó. Y en sus adentros solo cabían frases de enfado y reproche, imágenes de sus amigos de fiesta, casi seguro en el Sisabana, disfrutando de la buena música y una cerveza, y quien sabe si de la mirada de alguna de las del grupo de las chicas, y buscó en su imaginación la mirada de Andrea, Andrea divertida y bella, con sus amigos y no cómo él que estaba tumbado en medio de un prado de vete tú a saber dónde tratando de escuchar a grillos y vete tú a saber qué otros animalejos... Y así se durmió, con todo ese ruido dentro.

Al rato su padre le despertó. Era completamente de noche cuando abrió los ojos y se incorporó sentado. Su padre le hizo una seña para que mirara hacia arriba y quedó fascinado. El firmamento estallaba lleno de estrellas sobre él. Toda una bóveda inmensa tintineaba en absoluto silencio. Nunca había visto nada igual. La boca la tenía abierta, pero más los ojos y por ellos se le colaba una sensación inefable que le inundaba hasta rebosarle.

Ahí están todas las respuestas -susurró su padre-. Ahí están todas las respuestas porque la gente lleva milenios haciéndoles las preguntas de la vida y escuchando. Ahí están también todos los deseos, todos los sueños, porque millones de humanos han encontrado en el cielo la fuerza para perseguirlos, para pelearlos hasta alcanzarlos. Ahí está toda la belleza de la vida, hijo.

A partir de ahí, su padre empezó a desgranarle el cielo, a descrifrarlo, a leer las estrellas, y le contó de Hércules, y Casiopea, y Leo, y Piscis, y el Perro Mayor, y Orión y Tauro y el inmenso Pegaso... Nunca su padre le había hablado de las estrellas. No tenía ni idea de que supiera tanto de constelaciones. No podía imaginar que cada noche tuviera guardada en ella tantas historias.

A las cinco de la madrugada rompió lo negro la luna y su padre desnudó sin tapujos su pasión por la grande, la dama blanca, la luna llena, la negra, la media. Fue una noche brutal. Disfrutar de ese silencio tan lleno de palabras, tan lleno de esa sensación que aún es incapaz de expresar, tan lleno de noche, tan lleno del amor que se comparten los padres y los hijos. Una noche tan llena como ninguna.

No fue la última noche que pasó a la interperie. Pero ninguna fue igual. No fue igual ni con sus amigos, ni con sus amantes, a pesar de él aprender, mirar, buscar y medio entender. Nunca fue igual.

Fue muy parecido cuando le entregó el regalo a su hijo. Un regalo que también lo fue para él, aquella boquita abierta, aquellos ojos sin parpadear, aquel silencio para embeber tanta belleza... Eso fue hace muchos años ya.

Hoy lo ha vuelto a revivir. Está tumbado, y su mirada va desde el inmenso cielo, hasta la cara embobada de su nieto, escuchando como la noche toma la voz de su hijo que también es padre y lee página a página las historias que siempre guarda en silencio, dentro de sí, el firmamento.
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Llega el buen tiempo y hay placeres que nadie debería perderse. ¿Cuántas constelaciones conoces? ¿Cuántas historias sobre esos dibujos ancestrales e imaginados? ¿Cuántas palabras brotan en ti sin necesidad de darles voz al mirar la inmensidad de la noche?

Disfrutemos de lo que ha hecho disfrutar durante millones de años. Probemos. Es un regalo.

Feliz domingo. Feliz semana.

Abrazos a capazos.

Félix Albo.

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