#lunesdeperita: LLAR

LLAR
(Palabra procedente del latín, lar, laris, hogar).
1.- m. Ast. y Cantb. Fogón de la cocina.

llar alto .- m. Cantb. Llar que está sobre un poyo o meseta.
llar bajo .- m. Cantb. llar que se halla en el mismo plano del suelo de la cocina.


LA ESCONDIDA - Félix Albo

Por aquí es -dijo el señor Paco, señalando un desvío que salía de la comarcal. Tomamos entonces un camino terroso cuyos bordes estaban delimitados por dos hileras paralelas de almendros gigantes. Al final del camino, la casa. Escuchar de Paco "esta es" nos supuso una gran satisfacción y esperanza. Era mucho más grande de lo que habíamos pensado y aparentemente no estaba mal conservada.
Nos tomamos de la mano mientras aquel señor pequeño abría la puerta enorme de madera. Entramos y un frescor nos invadió en la oscuridad. No dimos crédito cuando fue abriendo las ventanas y la luz nos mostraba estancias enormes, muebles únicos, techos altos y un suelo entarimado en madera de haya en perfecto estado. Cada habitación, cada sala, era mejor que la anterior, y estaba como para entrar a vivir ya. Era increíble, sobre todo por el precio.

Llegamos a la cocina y nos sentamos los tres en un poyete que rodeaba el llar. El señor Paco prendió unas ramas que parecían estar preparadas y nos miró con detenimiento.

En esta casa se perdió una niña -nos dijo-. Fue en el año treinta y dos, en una fiesta familiar, celebrando San Crispín. Jugaban a la escondida doce niños, primos casi todos, y hubo una niña, Carla, a quien nunca encontraron. Quedó escondida en ese armario -dijo señalando lo que parecía una despensa a nuestras espaldas-. Callada, quieta, esperando a que la encontraran. Al parecer los gases de la cura del vino de la bodega de abajo subieron por un respiradero a la alacena y la durmieron hasta matarla.

La estuvieron buscando -el señor Paco de repente hizo una pausa larga-, la estuvimos buscando tres días por huertos y montes. No hubo mota de tierra sin pisar. Y mi abuela, en el cuarto alba la encontró, sentadita, con sus ojos cerrados, su vestidito de florecillas alegres, como ella era.

Mi abuela la encontró, pero no nosotros, sus primos, así que no valió y por eso ella sigue jugando. Algunas noches escucharán correderías por el pasillo, o una voz que cuenta hasta ciento veinte, diez por cada niño que jugábamos. No hace nada más. Únicamente quiere jugar. Ella sigue jugando y quiere que alguien la encuentre.

Por eso la casa es tan barata. Solo por eso. Aún así es una ganga. Ustedes me dirán.


Y nos la quedamos, claro. Nunca habíamos creído en cosas así.

A los dos meses de andar ya viviendo en la casa, felices, escuchamos las primeras carreras nocturnas. Y a partir de ahí vino todo lo demás. Golpes en las paredes, voces contando setenta y cinco, setenta y seis..., puertas que se abrían y cerraban... y la despensa. Aquella despensa.

Una noche nos decidimos a encontrarla, para que  acabara definitivamente el juego. Y después de perseguir ruidos, cancioncillas y golpes por la casa, sus pasos nos llevaron hasta la cocina, y en frente del llar, la despensa cerrada. Tomamos aire. Abrimos la puerta, y allí estaba, sentada, mirándonos sonriente, con el vestido que el señor Paco nos había dicho.

Por fin me habéis encontrado- nos dijo-. Ahora contáis vosotros. 
Y se abalanzó sobre nuestros cuerpos. 

De eso han pasado ya cuatro años y hoy es un día muy importante. Estamos impacientes porque Paco ha conseguido unos compradores para la casa y ya han aparcado en el jardín de la entrada, ya les escuchamos hablar. Ojalá tengamos suerte.

Nosotros dos estamos esperando aquí, sentados dentro de la alacena. 
Tenemos unas ganas locas de jugar.

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Llegan los días en los que uno pierde razones para madrugar y se puede abandonar a cenas copiosas para conciliar el sueño en noches calurosas... 

Es el ambiente perfecto para las pesadillas.

Felices sueños.

setenta y cinco, setenta y seis, setenta y siete...

Abrazos a capazos.



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