Hoy es un día especial. Bueno, ha sido.

Este genial oficio de la palabra dicha, como decía Pep Bruno y ya dijo el director de titirimundi en el último encuentro de narradoræs, me ofrece no pocos caminos para sentirme bien.
Viajar, conversar, conocer, mirar, comer, probar, oler, cantar, hacer fotos, conducir, soñar, escuchar música y palabras y silencios, mirar las estrellas en mi casa, en Cuenca, en Teruel, pasear, detener, sentirme dueño de mi tiempo (ja), hacer más pequeñas las distancias, querer, sentirme querido, sentirme escuchado, personas únicas, beber mojitos sin límite, vivir hechos que me ponen los pelos de punta, emociones...

Podría dedicar líneas y líneas para hablar de cada uno de ellos. Hoy solo voy a hablar de uno: leer. 
No leer cualquier tipo de libro; leer álbum ilustrado; mirar, detenerme, disfrutar buscando, decir sus palabras, leer sus ilustraciones. Una pasión que he desarrollado por mi oficio. Ha sido un beneficio colateral. Una pasión casi convertida en vicio, y de los caros. En las estanterías del estudio de casa, se ierguen ya más de trescientos, ordenados por editoriales y en éstas, por tamaños. Algunos títulos repetidos como El árbol rojo, en tapa blanda y tapa dura, o Mi Mamá y Historias de la periferia, en castellano y catalán; algunos de los primeros que llegaron a mí, como Cuenta ratones, o Érase una vez un bosque, otros antiguos conseguidos por ahí, como Los tres bandidos de Miñón (3 €), u ¡Oh!, de MSV (2.50 €); otros deteriorados por contarlos, comoMadre chillona, o El otro lado del árbol, del que conservo cuatro copias que voy alternando. Una vez me encontré dentro de uno de ellos, Un hombre de mar posee un protagonista casi tan guapo como yo.
Es un goce disfrutar de los álbumes. Es un vicio permanente. Es un peligro entrar en una librería especializada o con alguien especial. La última vez, hace tres semanas, en la librería de Pep Durá salí con el alma grande y 250 € menos, pero me traje títulos como la delicia de Mi casa azul, o el enorme Carta a un hijo.

Leer a compañer*s, leeros es un disfrute también; encontrarse con la vida en toda su dimensión en Jaime plantó una bellota, o la ternura de El capitán calabrote, o la genial idea que encierra ¿Y yo qué puedo hacer?, o el ritmo de Cuento para contar mientras se come un huevo frito, o el para mí tan especial Mar de sábanas, y ese El monstruo que deja sin palabras por fuera pero voces por dentro...

Abrir un álbum es detener el tiempo y disponerse a sentir. Leer con todo y en todo es un viaje, chiquito y ordenado por la paginación y acotado por el tamaño, pero uno por dentro lo hace tan grande como quiera.

En este último semestre me llaman a menudo para charlar con profesionales de la enseñanza, o talleres para padres y madres. Llego con mis maletas, llenas de álbumes (20, 30, 60, depende del rato que tengamos y los ratos que vayamos a compartir) y los voy sacando por el orden inverso al que los fui metiendo, atendiendo solo al mejor acomode que encontré por sus diferentes tamaños, y aún así, sin prepararlo, siempre encuentro un hilo conductor que va tejiendo mis palabras. Los abro, los enseño, a veces leo un trozo, a veces cuento otro, alguno lo termino, pero son los muy menos. Siempre acaba la mesa desbordada de libros y rodeada de gente que los coge, los mira, se llaman para mirar de dos en dos, o en tres, o en los que de. Los padres y madres, muchos, se enganchan, y descubren el fondo de álbum de su biblioteca y comienzan a hacer desideratas; entre los de educación son menos los que mandan correos preguntando, pero también los hay que quedan con ganas de acercarse al libro y reorganizar su biblioteca y sus recursos.

Qué grande es esto. Y me apetecía compartirlo. Me apetece compartir que trabajo de espaldas a mis álbumes, pero que continuamente ando buscando y ojeando y releyendo y transformando. Es como tener un pueblo de más de trescientas familias, con sus historias, con sus maneras de afrontar las cosas, de solucionarlas, de mirar la vida... Ahí, cerca, a tus espaldas, dispuestos a que en cualquier momento, llames a la portada de su casa y te abran y te respondan, o no.


Me encanta poder compartir esta pasión y lo hago con aquella persona a quien se la conozco, y se nos nota, enseguida comenzamos a desgranar titulos, y autoræs, como Anthony Browne, y ¿has leído Cierra los ojos? Lo tienes que leer. A mí El paseo de un distraído ni fú ni fá, ¿no? pues yo, fue fijarme en... Y horas y montañas de libros y papelitos con títulos y correos con más títulos y enlaces y...

Si a alguien le debo esta pasión es a Juan. Juan Vera, bibliotecario de Elda, buena persona y amante de la lectura y de los libros y de la vida en general (quizá todo junto conforme un por qué). Él me metió en este mundo ilustrado con tanto gusto que aquí andamos, buceando mar abajo, en una constante apnea que nos tiene felizmente azules.

A él le dedico esta dicha, dicha con palabra escrita que no domino.

Y me quedo con su libro preferido: Donde viven los monstruos, del que pasado el verano podremos ver una película en el cine, hecha con personas de verdad. Pero, ¡quiá!, qué va a saber el director de la peli de cuándo quiero pasar la página. Voy a releerlo por enésima vez y a disfrutarlo como si fuera nuevo, de hecho lo es.

Feliz abril.
Mejor vida.

P.D.: Si quieres leer con nosotros, puedes pasarte por mi biblioteca compartida con Soledad Felloza y contigo, si quieres.

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