Otra vez Cuenca

El anterior al pasado fin de semana (toma ya) anduve de curso por Cuenca. Llegué el jueves por la noche y ya llegué contento. Siempre me alegran cualquiera de los caminos que llevan hasta esa ciudad.

Cuenca tiene algo mágico que rara es la vez que no me haya ido de esa ciudad con ganas de quedarme un ratito más y con el deseo también, no de volver, si no de regresar pronto.

Los caminos que llevan a Cuenca también me producen un bienestar placentero, mientras esparzo los universos de cada una de mis historias por los campos, bosques, caseríos y firmamentos a los que alcanza mi vista desde la lengua negra por la que circula mi coche.

En esta ocasión Didesur, tiene a bien contar conmigo para impartir un taller de iniciación en el contar cuentos. El taller anda enmarcado en un programa para divulgar y promover los ocho objetivos del milenio y tomar iniciativas para que estos se cumplan en el plazo establecido. Al parecer ya vamos mal de tiempo.

Llego jueves, habiendo disfrutado de una sesión en Jávea y un paseo nocturno salpicado de fugaces despistadas.

El curso durará viernes tarde y sábado y domingo completos. Hice una selección de álbumes especial con libros que trataran una materia/valor/concepto concreta sin que eso suponga un menoscabo en la calidad de la historia o la ilustración.

Tuve suerte. Mucha. Me encontré con un grupo de personas con mucho interés en aprender y encima majas. No sabría decir con exactitud cuántas personas éramos, porque aún siendo las mismas, los números bailaban entre 19 y 23 sin necesidad de que entrara o saliera nadie. Lo peor no era eso, sino que llegó un momento que no era capaz de contar objetos inanimados como pinzas o sillas.

Fue una maratón de esfuerzo con los libros en la mano y con las palabras en la boca. Mirándonos, escuchándonos, gritándonos, susurrándonos... Yo me lo pasé a lo grande. Un grupo en el que establecimos una relación de complicidad continua y el buen humor se convirtió en música de baile. Así pudimos hablar de los álbumes, de cómo contar, de los miedos, de los gestos, de los objetos, hubo inquilinas, y vecinas, y elefantes y palmeras inimaginables. Anduvimos buscando unas llaves y también hubo objetos volando, y pollos con y sin plumas, y una pelotita roja, y leímos El Monstruo, y formamos círculos culicéntricos y nos fuimos contando poco a poco la historia que habíamos elegido. 

Y nos la contamos. Dedicamos toda la tarde del domingo a disfrutar de las dieciocho historias: La Isla, El punto, El capitán Calabrote, El pato y la muerte, Juan Oveja quiere una persona, Cierra los ojos, Boca cerrada, El jardín de Babaï, Selma... y así hasta dieciocho de los treinta y dos álbumes que había seleccionado, algunos complicadillos de contar. Hubo nivel. Se manejaron distintos registros de emoción, se jugó con objetos, con voces, con manos pintadas... Y fue un lujo porque encima nos lo pasamos bien.

Hubo noche de Babylon, claro. Y cena en la Bodeguilla y también me dio tiempo a disfrutar del solomillo del Darling. Y llovió, e hizo sol, y nevó el sábado por la mañana, y por las noches, como siempre, Cuenca se pone bellísima.

Un lujo, además, encontrar en el grupo a gente querida, como Sole que no paraba de reír, o David y Ana, a cuál más majo, que yo al ser mediterráneo...

Ya tengo ganas de volver. Mecachis. Tendré que esperar a abril.

Un lujo, aunque nos faltó tiempo.

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