Sembrando cuentos

Desde hace varios años colaboro de una manera gratificante con un proyecto de mis compañeros además de amigos los Légolas. Se llama Atrapalabras. Como todo lo que hacen lo miman, miden, objetivizan, median, evalúan y, en la mayoría de los casos, si no hay trabas insalvables de por medio (que suelen ser ajenas) lo consiguen.

Colaboro con el proyecto sembrando cuentos. Cada mes le piden a algún narrador un cuento, no muy extenso. Lo imprimen, lo pegan en postales y se dedican a ir sembrando ese cuento allá por donde van. A mí me mandan doscientas postales al mes y trato de repartirlas a diestro y siniestro aunque, ellos no lo saben, hay meses que se me acumulan y hay otros que chorreo postales por donde piso. Me encanta, sobre todo, dejarlas en lugares donde las personas van a pasar un tiempo largo, o corto pero muchas personas, o pocas, o... Bueno, la verdad es que la iniciativa me resulta tan excitante que cuando me acuerdo y llevo postales (que en el coche siempre me acompañan, ahí se queda. Y así escuelas, institutos, teatros, peajes (este nunca se me escapa), bibliotecas, mercados, estaciones de tren, de autobús, cajeros automáticos, aeropuertos, baños de las gasolineras, de los restaurantes, bancos de parques, museos, casas particulares, ayuntamientos, delegaciones de hacienda, tráfico, aguas municipales... han sido sembradas con cuentos que quién sabe si han brotado o no, pero eso ya se nos escapa. En cada postal se invita a la persona que la encuentra a que entre en el blog y comparta su experiencia, pero realmente son pocas las personas que se animan a hacerlo.

De vez en cuando, me piden un cuento para una de esas postales, y no es fácil, no creáis.  Nada fácil resulta elegir un cuento que queda escrito, fijo, y que a la vez viaja sin saber dónde. 

Este mes de agosto, la postal tiene uno de mis cuentos que, quizá, a quien ha seguido mis aportaciones al blog y al facebook estos últimos tiempos, quizá le suene de algo.

Salud y ojalá encontréis un día, sin esperarlo, un atrapalabras y lo disfrutéis (seguro).



HOMBRE SILENTE

de Félix Albo

Por una operación sin importancia, se vio obligado a mantener silencio durante quince días. Silencio absoluto.

Tuvo que, con sus propios recursos, aprender a desenvolverse sin voz en una sociedad ruidosa y comprobó con absoluta sorpresa cómo la gente le prestaba más atención y se manifestaba mucho más amable con él que cuando utilizaba la palabra. Y así, practicó miradas, señas y sobretodo sonrisas con cajeras, tenderos, dependientas, funcionarios y ciudadanos en general. Condensó con empeño todo el cariño posible en el roce de la mano de su pareja, en el acariciar del pelo, en la mirada contemplativa y amante... Tuvo tiempo también de buscar su propio silencio, dentro. Y lo halló.

Cuando el otorrino le permitió volver al ruido, él se alegró, pero no tardó en echar de menos el silencio. Así que, dos meses después, sin obligación, se propuso mantenerlo de nuevo durante veinte días más. Luego un mes entero en verano, y luego...

Ahora, cada día le encuentra menos sentido volver a utilizar su voz, salvo para condensar todo un mundo de amor en el susurro de un “Te quiero” para comenzar, terminar, o continuar felizmente un día cualquiera.

2 comentarios:

    On 19/8/11 23:37 Rebeca dijo...

    Hola!
    No había oído nunca esta propuesta y nunca encontré o me encontró una de esas postales, xo espero q algún día una de ellas termine en mis manos xq me encanta la idea!!

     

    Hola!!

    Me gustaria tropezarme algún día con una de estas atrapalabra... :)

    El cuento como siempre...sin palabras...expresión que en este caso viene perfecta...

    :)

     

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